Ezequiel Moreno es un santo casi navarro y de primera magnitud. Fue agustino y obispo; nació el Alfaro en 1848, y su cuerpo descansa en Monteagudo donde murió a comienzos del siglo XX.
Fue misionero y formador de misioneros, amante de la catequesis, de los enfermos, hombre muy espiritual toda su vida, y restaurador de agustinos recoletos en Colombia. Fue obispo de Pasto los diez últimos años de su vida. Muy consciente de su responsabilidad de pastor llegaba hasta las regiones más inhóspitas de su extensa diócesis, casi un tercio de España. En las visitas a las parroquias le gustaba tomar parte en las catequesis sentado, con frecuencia en el mismo suelo. Otras veces las dirigía él mismo en la calle, apoyado en el tronco de un árbol.
Visitaba de continuo hospitales y orfanatos, y también la cárcel. Todos los años hacía Ejercicios Espirituales junto a sus curas.
Ezequiel no fue mártir en el sentido estricto de la palabra, pero sufrió tanto como los mártires. No es nuestro propósito hacer apología del dolor; sí, mostrar personas de nuestra misma carne que han sabido afrontar la enfermedad con fortaleza y amor a Dios y a las almas. Todos luchamos contra el sufrimiento; también Jesús lo hizo; pero todos hemos de padecer en esta vida; y es preciso aprender esta difícil labor, de personas que nos han precedido y enseñado a caminar por estos senderos tortuosos.
En el mes de junio de 1905 advierte nuestro santo unas úlceras en la nariz. Se siente sin fuerzas, pero durante meses su actividad de obispo misionero no sufre merma. Cuando se acerca la Navidad, sus curas casi le obligan a marchar a España y tratar allí de encontrar remedio a su mal. Llega a Madrid en febrero, y se encuentra tan débil que fue intervenido quirúrgicamente sin pérdida de tiempo. La operación resultó durísima. Durante tres horas sufrió, sin quejarse, la extirpación de varios tumores de la nariz, el vómer, el etnoides y al fin la nariz íntegra. Después le rasparon el velo del paladar y varios tejidos cancerosos. Gran parte de estas intervenciones, consciente del todo, porque su debilidad extrema no hubiera superado la anestesia. Días más tarde ha de someterse a otra segunda operación.
Ezequiel sufrió y enseñó a sufrir. Le tocó vivir junto a enfermos y siempre los llevó en su corazón.
En el hospital, aunque apenas puede sostenerse en pie, saca fuerzas de flaqueza y conforta a sus compañeros de dolor. Siempre está dispuesto a confesarlos; se preocupa ante todo de sus almas. Ofrece ternura como una madre; les aconseja siempre que pude; les escucha y anima. Después de convalecer en el convento de Monteagudo unas pocas semanas, entregó su alma al Señor el 31 de mayo. Estas palabras pronunció en aquel mes de María: “Voy a morir al lado de mi madre, la Virgen del Camino”.
En 1976 para perpetuar su memoria se erigió en Colombia la fundación Ezequiel Moreno, dedicada a visitar enfermos graves y pobres, con el fin de llevarles consuelo, amistad y calor cristiano.
José María Lorenzo Amelibia
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