Hora era que desapareciera de los obispos aquel halo de ser misterioso… pero todavía…
Para los Obispos.
| José María Lorenzo Amelibia
Hora era que desapareciera de los obispos aquel halo de ser misterioso… pero todavía…
Obispos seres humanos
Se ha terminado ese halo de misterio que durante los siglos XIX y XX envolvía a obispos y cardenales. Se acabó y gracias a Dios y a los modernos inventos de Internet y similares, donde no puede haber censura tipo inquisitorial. Hablo de estos dos siglos porque el último lo he conocido palmo a palmo; con sus miserias misteriosas, y la luz que en las últimas décadas iba apareciendo. En cuanto al siglo XIX también lo conocí por referencia de mis padres y abuelos. Mi abuela Lucía me recordaba el terror que sentían sus padres y predecesores, e incluso ella misma siendo muy niña, cuando escuchaban en el portal de su casa: a la pregunta de “¿Quién llama?”, la terrorífica respuesta de: “La santa inquisición”. He conocido el terror inquisitorial por referencias muy directas.
Por fortuna hoy ha desaparecido, y nuestros obispos debieran saberlo a ciencia cierta, porque también ellos deben cambiar en su mentalidad. ¡Les quedan bastantes resabios todavía de aquel poder omnímodo! Porque hay prelados que todavía pretenden incluso dominar y avasallar conciencias bien formadas.
Desapareció el halo de misterio, aunque todavía conserven para las funciones litúrgicas mitra y báculo, signos de poder que NO utilizó Jesucristo, pero que a ellos les encanta. “No hagas que pose en ti mi báculo”, - le decía en el año 1979 un obispo a un sacerdote respondón.
Hoy conocemos todo: las virtudes, los defectos; la laboriosidad o vagancia de los monseñores. Y la gente culta es muy crítica con el episcopado. Con una crítica sana y exigente, porque estamos hartos de obispos mandones, y deseamos obispos servidores, llenos de amor y que luchen en primera fila con las armas del amor contra el ateísmo, el egoísmo y las costumbres corrompidas.
Han de distinguirse nuestros obispos por su humildad, amor y celo. Y no por su afán de presidirlo todo y estar en todas las salsas bien condimentadas. Gracias a Dios de vez en cuado tropezamos con algún obispo santo. Lo malo que no lo son todos los que desean aparentar santidad: hablan con palabras suaves, como convencidos, pero luego se comportan como talibanes intransigentes e irrespetuosos; son altivos y presuntuosos, e incluso algunos presumidillos: “A los 45 años ya era yo obispo”, me decía uno con cierta presunción infantiloide.
Queridos obispos, vuestra misión es santa. Sois sucesores de los apóstoles, los primeros misioneros, los que estáis llamados en primerísimo lugar a enseñar en la práctica y en la teoría la Buena Nueva. Cumplid bien vuestra empresa divina.
José María Lorenzo Amelibia
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