No soy músico, pero me gusta escuchar las buenas melodías. Hay una sinfonía de Schubert, que se denomina "La Incompleta". A mí me parece que termina bien, quizás por ser profano en la Ciencia de Orfeo. Y profanos somos casi todos, a la hora de la verdad, cuando nos preocupamos tan poco de otra gran obra, incompleta pero bien acabada, la redención del mundo. Sí; está terminada por parte de Jesús, pero incompleta por parte de los hombres, llamados a cooperar en la salvación propia y en la de nuestros semejantes. Por algo decía San Pablo a los Colosenses: "En este momento encuentro mi alegría en los padecimientos que tolero por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia". (Col. 1,24).
A lo largo de los años son muchos los enfermos que se han complacido en ofrecer sus dolores en unión con Jesús, y gracias a ellos toma mayor vitalidad la Misión de la Iglesia en tierras lejanas y en el propio ambiente. Pienso que la crisis religiosa de nuestro pueblo se debe en gran parte a la mediocridad de muchos líderes religiosos, que a su vez recaban la ayuda de la Iglesia orante y de la Iglesia doliente, pero les llega a cuentagotas. Es preciso romper el círculo vicioso. Hemos de lanzar el S.O.S. hacia los enfermos, hacia los ancianos, hacia los conventos contemplativos y almas sensibles de nuestra Iglesia.
Jesús nos redimió por el dolor. La oración y el sufrimiento aceptado pueden ser los que abran la espita de la gracia. Necesitamos místicos. Nunca se ha trabajado pastoralmente con mayor perfección científica. Los medios empleados son de gran poder de captación, pero "si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles". Nos falta el empuje de los grandes orantes, de almas eucarísticas enamoradas, de enfermos entusiasmados con su misión apostólica. Necesitamos aquel fervor religioso de la primera mitad del siglo XX. ¡Oh si surgieran muchos místicos de la Eucaristía como D. Manuel González, como el P.Nieto, como tantos sacerdotes y catequistas que nos educaron en nuestra niñez!
El sufrimiento, la entrega total en los brazos de Dios aceptando todo y unidos a Él, es vitalidad para el Reino. Y estas verdades debiéramos conocer todos los cristianos, porque de todos es la obra de la salvación de las almas.
Estas afirmaciones son ciertas desde la perspectiva de la fe. Pero la misma razón humana nos demuestra que el sacrificio mata el egoísmo y la pereza, para crear la vida y sembrar el bienestar en todos los órdenes. Por otra parte es demasiado duro padecer y no saber porqué. Y ahora sí, la religión abre ante los creyentes perspectivas de consuelo y esperanza.
José María Lorenzo Amelibia
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