Si recuerdas, desde hace unos diez años el P. Nieto ha tomado gran influencia en nuestras vidas. Desde que leímos por primera vez su biografía. Una de las cosas en las que más rima mi alma con el P. Nieto, aparte de el amor a la Eucaristía, es en ese deseo de que todos sean buenos; en que Dios sea glorificado; en que tenga misericordia de nosotros pecadores.

Cada día rezo con más devoción las avemarías del Rosario. Sobre todo la parte que dice: "Ruega por nosotros pecadores" Debemos pedir mucho a Dios, por medio de la Virgen, la compasión por el mundo pecador. Por encima de los lamentos de sacristía sobre el mundo malvado, está la oración por nosotros pecadores y hacer lo que podamos para remediar la situación. Así lo entendía el P. Nieto. Le preguntaron una vez a Nieto hacia el año 69 si pensaba la enorme dificultad en aquellos momentos de vivir bien la vida religiosa. El decía: "Depende. Si hay verdadero amor a Dios, no resulta nada difícil."


Con ese amor a Dios, la oración ya no cuesta. Yo estoy convencido. Aunque se encuentre uno envuelto en la mayor aridez, si ama en serio a Dios, mejor. Así le ofrecerá el enorme sacrificio de su desolación interior. ¿Qué mejor obsequio desinteresado para el Señor? Querido amigo, vamos a contar con la sequedad en la oración. Es una realidad, un obstáculo a superar. Por algo los escritores de temas del espíritu consideran el don de fortaleza como algo necesario para superar las dificultades de la oración. Nunca desanimarnos.

¡Cuántas veces hemos hablado del propio conocimiento! Y casi, casi, nos parecía que tenía que ser para entender lo malos que somos. No lo niego. Pero no es sólo para eso. Es necesario que nos demos cuenta de las cosas buenas que tenemos, para alabar a Dios por ellas. También creo conveniente que nos fijemos en nuestro adelantamiento en el amor de Dios. Esto nos alienta y nos da fuerza para seguir adelante. Y no vamos a ser tan necesarios como para creer que en nosotros está el gran mérito. Sólo el mérito ha sido en corresponder. Todo es dado por Dios. La virtud es cosa dada. La humildad no nos prohíbe reconocer lo bueno nuestro, sino apropiárnoslo.

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