JOSÉ MACÍAS ORTIZ DE BARRÓN

Lo conocí siendo yo adolescente; su rostro se me quedó entonces grabado para siempre: menudo de estatura, joven, muy sonriente, desempeñaba el cargo de educador en la preceptoría - seminario menor diocesano - de Laguardia, Álava. Me llamó la atención, aunque no recuerdo haber hablado con él.


Más tarde, a mis cuarenta y tatos años, me paré con Don José un momento en la calle Ramiro de Maestu en Vitoria. Se animó la conversación, le invité a subir a casa, y allí hablamos largo rato. Me cautivó aquella conversación llena de humanismo, espiritualidad, fe y fervor en todo lo que decía. Lo he recordado después durante el resto de mi vida, aunque no nos hayamos detenido mucho rato en nuestras conversaciones posteriores. La conversación con los santos siempre cautiva.
Me enteré de su muerte un tanto trágica. Era el comienzo del verano del año 1998, el 15 de julio. Había él marchado con algunos compañeros a unas convivencias en la provincia de Alicante. En un rato de asueto, se descalzó y marchaba caminando por la orilla del mar en una playa. No había ningún peligro, las olas eran muy suaves, pero de manera súbita, allí mismo cayó para aparecer en la presencia de Dios en la eternidad, del Dios Padre que le robó el corazón desde su niñez.
El funeral se celebró en la catedral nueva de Vitoria.

Lo iban a hacer, como todos en la cripta. Vicente Martínez de Cañas es el párroco de esta comunidad. Y él mismo me dice: "Por la mañana se celebró el entierro. Yo no pude acudir. Me avisó el vicario y me dijo: "Vicente, tendrás que preparar no la cripta, sino la catedral misma, porque abajo no van a caber. Son tantos los asistentes al sepelio que barrunto será una multitud quienes acudan al funeral esta tarde". Me resistí un poco, porque nunca - fuera de los casos de muerte por terrorismo - se había utilizado la planta alta del templo para un oficio de difuntos. El vicario me insistió y ya no dudé. Todo quedó dispuesto".

Yo acudí a aquella Misa. No era fácil entrar en la iglesia y hube de permanecer de pie. Era impresionante el gentío, a pesar de ser sábado y una soleada tarde de julio, no muy calurosa, que invitaba a no encerrarse en un templo.

SEMBLANZA

Había nacido José Macías en Basabe, el 25-3-1920. Sacerdote desde el año 1943. Canónigo de la catedral de Vitoria, responsable diocesano de la pastoral para sordomudos, capellán también del convento de la presentación, capellán los últimos años de la clínica Álava. Pero la mayor parte de su vida la dedicó a los seminaristas, como prefecto o educador.
Su vocación al sacerdocio brotó desde su más tierna infancia. Vivió su infancia en Tuesta (Álava); a la sombra de la parroquia románica más bella de la provincia. Cuentan que una tarde, correteando por las calles del pueblo se cayó e hirió en la lengua de tal manera que pensaban en lo peor. Entonces la madre le dijo al Señor: "Te lo ofrezco para sacerdote si se cura". Y sanó muy pronto. Y no hubieron de forzarle para ingresar en el Seminario, porque él mismo de una manera decidida y generosa eligió a esa edad tan temprana consagrarse al Señor. Fue seminarista bueno, movido, simpático, estudioso y muy piadoso. Lo suyo eran las cosas de Dios.

YA SACERDOT
E
Y después de doce largos años de estudio celebró su primera Misa con fervor y marchó capellán a África. Más tarde a la parroquia de Villabuena y a Salvatierra. Pronto vieron su gran preparación y temperamento como educador de niños y jóvenes y se le asignó la grata tarea de formador en la preceptoría de la Laguardia. Era chiquillero. Gozaba hablando o jugando con los chavales. Era un artista. Y era un gran pedagogo. Ponía unas imágenes llenas de vida y colorido. Muy ocurrente, de muchos recursos. Sabía utilizar explicando la palabra exacta. Ninguno se le distraía. Atender en sus clases resultaba casi un recreo. Piadoso y cariñoso: todo en una pieza. Hombre de Dios y padre para los niños. La acogida de don José estaba llena de afecto. El joven cuando era atendido por el sacerdote José Macias, se sentía del todo importante, como con su madre o su padre.
Con los compañeros era leal, confiado, participativo. Los sacerdotes decían de él que emanaba algo como de santidad, de profunda humanidad. No sé qué tiene este hombre, decían. Sabía llegar al corazón de cuantos le trataban. Todos le querían por su sencillez.

El párroco de la catedral, Don Vicente, habla de Don José Macías con cariño, con ilusión, sin parar: "Era amigo para todos y sabía mantener toda amistad. Se llevaba a la gente de calle. Cuantos le trataban le admiraban; conectaba enseguida con cualquiera. Y qué gusto daba oírle predicar; siempre concreto, siempre desde su experiencia de fe y amor a Dios. Venía a celebrar a esta cripta, durante muchos años, los domingos por la tarde. ¡Cómo le atendía toda la gente! Y hay que tener en cuenta el poco caso se suele hacer a los sermones. Siempre comenzaba con un hecho de vida. Con esto ya había cautivado arrebatado la imaginación de los oyentes. Iba sacando conclusiones del Evangelio. Yo le escuchaba sin pestañear. Me gustaba su predicación. Su temperamento era muy vivo a pesar de la edad; siempre parecía joven".

Fue capellán o director espiritual de los sordomudos de Vitoria. Aprendió el alfabeto de ellos y lo manejaba de maravilla. Muchos años lo hemos visto celebrar estas misas llenas de devoción. Gozaba con ellos; era como uno más. Su virtud era la sencillez suma y el espíritu de servicio. Con ellos solía varios años peregrinar a Lourdes.

TESTIMONIO DE UN MAESTRO
Otra persona que admiraba mucho a Don José era Mariano Romero, porfesor de EGB. Así me decía: "Estuvo en mi colegio muchos años viniendo a explicar religión. Los chavales esperaban su clase con verdadera ilusión. Él agradecía que yo estuviera presente en el aula mientras explicaba. No se sentía coaccionado sino su espontaneidad era la misma que si hubiera estado solo. Todo los niños le atendían muy bien. Daba gusto oírle hablar de Dios. ¡Y qué agradecido era a todos los maestros! Dentro de la explicación, en cualquier momento me decía: "Mariano, ¿me echas una mano?" Sobre todo lo hacía cuando quería decir algo y no le venía la palabra o no se acordaba de algún detalle".
Preparaba a todos los niños muy bien para el cumplimiento pascual. Se veía que vivía lo que enseñaba porque lo hacía con mucho colorido, con mucha fe, con mucha unción - nos dice Mariano. Escribían su pecados los chavales en un papel para no olvidar nada. Luego lo leían cuando se confesaban uno por uno. Después eran quemados los papeles. Los niños se daban así cuenta de que el perdón de Dios era total.

Cuando hablaba de la humildad lo hacía de un modo muy gráfico: "... Si no se me ve... si soy como un borrón negro dentro de la humanidad..."

Servicio, abnegación, pasar siempre sin darse ninguna importancia. Siempre uno más. Alababa todo lo bueno que hacíamos. Siempre uno se sentía importante junto a él.
Su voluntad estaba puesta en Dios y su corazón en el Cielo. No hemos podido profundizar en su vida interior. Hubiese sido muy interesante. Pero una persona como él, a la fuerza ha de llevar una comunicación con Dios diaria en la oración. Yo lo veía todos los años, sin dejar uno, en la procesión del Corpus; muy recogido; muy consciente de la presencia de Jesús entre nosotros. Que desde el Cielo ahora interceda al Señor por la santidad para su compañeros los sacerdotes. Nosotros desde aquí también lo pedimos ayudados de su intercesión. Señor, dadnos sacerdotes santos, obispos santos, almas consagradas santas; te lo pedimos por medio de tu Hijo y que haga también desde el Cielo palanca don José Macías. Tenemos la gran esperanza de que está con el Señor.

JOSE MARIA LORENZO
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