Juanes y Marías de los sagrarios

Escribo estas líneas pensando sobre todo en los enfermos crónicos, que no pueden normalmente salir a la calle y en los ancianos, muy ancianos. Leedme con atención.


Si no puedes leer, sé que junto a ti habrá un ángel del hogar y te dará a conocer este mensaje de amor y esperanza.

Hubo un obispo en España durante la primera mitad de este siglo que se llamó Manuel González. Ha pasado a la Historia con el sobrenombre de "El Obispo del sagrario abandonado".

Fomentó, desde los primeros años de su sacerdocio, por toda España el amor a la Eucaristía. Todos recordáis los templos abiertos desde primeras horas de la mañana hasta la noche, y siempre junto al sagrario varias personas haciendo vela en adoración a Jesús.

Aquel santo obispo puso el nombre de "Marías" a las señoras adoradoras de Jesús, y "Juanes" a los hombres. Se contaba por centenares de millares en nuestra geografía el número de estas almas amantes de Jesús Sacramentado.

Y consiguió Don Manuel del Papa algo hasta entonces inaudito: podía el sacerdote, cuando alguna "María" o "Juan" se encontraba enfermo, celebrar la misa en su propia habitación. Jesús, tan agradecido, tan bueno, visitaba en el lecho del dolor a cuantos antes le habían hecho compañía en la iglesia.

¡Qué consuelo para aquellas personas notar en su calvario de la enfermedad el alivio de la cruz propia, para sentir la cruz de Jesús que sufrió por nosotros! Y a la vez, ¡oh prodigio!, el propio dolor se hacía más ligero porque el mismo Cristo junto a ellas era el acompañante bueno en los senderos del sufrimiento. Cruz junto a cruz. Calvario junto a calvario. ¡El amor que alivia el dolor!

Algo tendrá el sacrificio cuando el mismo Dios lo aprecia, lo bendice, y a través de él nos trajo las salvación.

Fontilles ha sido en España siempre un hospital para enfermos de lepra. Todo el mundo lo conoce. También en aquel lugar de prueba entró la esperanza y el gozo con el amor a Cristo Eucaristía. Indecible el entusiasmo con que acogieron la idea los "Discípulos de Juan" y las "Marías". Ni uno solo de los enfermos dejó de apuntarse para hacer guardia de honor todos los días durante media hora delante del sagrario de aquella clínica modelo.

El mundo dejaba solos a los enfermos, víctimas de la lepra.

Jesús, no. Ellos conocieron el abandono más cruel del Señor sacramentado en tantas iglesias medio abandonadas. Ellos acompañaron a Jesús y fueron palanca maravillosa que movía con eficacia el apostolado de sacerdotes y misioneros.
Enfermo y anciano querido: tu enfermedad no es tan dura como la de aquellos leprosos. El amor de Jesús hacia ti es el mismo de entonces. Comulga con fervor; pídelo a tu parroquia o al capellán de tu clínica.

Y, si puedes, quédate largos ratos junto al sagrario. Allí seguirás siendo fuerza poderosa con Jesús para la conversión de este mundo que se aparta de la fe. ¡Animo!

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