Hace ya bastantes años se acercó a mi mesa en un restaurante un señor corpulento y muy educado. Quería hablar un rato; así me lo indicó. Le invité a sentarse mientras tomábamos café. Después de un rato comenzó a desdoblar un pañuelo, ojear un libro, abrir y cerrar un paraguas... Me preguntaba en cada ocasión si veía dentro de aquellos objetos un papel escrito. Pensé que deseaba hacer algún juego de prestidigitación, pero ¡qué va! De pronto me exigió que levantara la taza, la jarra de agua, la botella... para comprobar lo del papel escrito. Me di cuenta que se trataba de un psicópata.
Queriendo hacerle un bien le dije: "No se preocupe; aquí no hay nada; procure quitar esas imaginaciones". ¡No pude indicarle peor cosa! Se enfadó, se puso en pie amenazante, me exigió que mirase bien para encontrar el posible papel escrito. Y, por supuesto, obedecí. ¡Con lo fácil que es seguir la corriente en un caso de estos! Nada de violentar la situación ni de mandarle a paseo. Suavidad, corrección, darles tiempo para que se desahoguen.
"Lanza una cuerda salvavidas; alguien se ahoga hoy" - decía Edward Smith. Y me parece que tenía razón. Debiéramos caminar todos llevando ese cable mágico que ayude a nuestros semejantes a salir del problema, de ese remolino traidor en que se ven sumergidos. Caminamos a veces absortos en nuestros negocios, aficiones y familia. Ni siquiera advertimos la angustia de centenares de personas de nuestro rededor.
Aumentan las enfermedades mentales. Por cada millón de personas, treinta y cinco mil pasan cada año por el médico en busca de remedio a su dolencia psíquica. Casi la mitad sufre una depresión; la tristeza ha hecho morada en ellos. Entre el dieciocho y veinte por ciento padece un problema anímico mucho más grave, la psicosis, paranoia, esquizofrenia... con una serie de alucinaciones que las acompañan.
Hoy los manicomios han perdido en gran parte el semblante carcelario de siglos pasados. Los dirigentes sanitarios hacen hincapié en la necesidad de buscar soluciones a los pacientes mentales con hospitalización larga. Buscan la inserción social. No podemos tener prisioneras a estas personas. Hemos de aprender a convivir con ellas.
Simpatizar y ser acogedor siempre es bueno, y con los enfermos psíquicos es lo mejor que podemos hacer. Que no se encuentren solos ni marginados. Su mente torturada necesita el desahogo, la acogida y la aceptación. La familia puede hacer mucho por ellos. Lo más fácil era "depositarlos" en una casa de salud, pero hoy, con gran sentido de humanidad, tienden los médicos a integrarlos en el propio hogar y en sociedad, fuera de casos extremos. Hemos de ir cambiando de mentalidad y llevar con nosotros la "cuerda salvavidas".
José María Lorenzo Amelibia
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