LA LÓGICA DE LA FE

Me duele constatar los difícil que resulta vivir a tope nuestra fe. Y sin embargo tenía que ser pura lógica de cuantos nos llamamos creyentes. Porque Dios está siempre junto a nosotros para ayudarnos. Es una realidad.



Me ha estimulado mucho para animarme y animar a otros a vivir la fe con lógica, el ejemplo de María Teresa González – Quevedo; una chica que tan solo vivió veinte años.

Era muy guapa y muy alegre y atraía el interés de los chicos impresionados por su belleza. Reían y cantaban con ella. Pero – afirmaba uno de aquellos chavales -: “Jamás se nos ocurrió atravesar la frontera de una sana amistad, porque veíamos en Teresita algo indefinible que invitaba al respeto y cierta veneración”.

Nuestra María Teresa quería ser monja para hacerse misionera. Y sobre todo deseaba desde niña pertenecer a Jesús. Ya se lo había prometido por escrito a los diez años: “He decidido ser santa”. Y a la Virgen María le decía: “Madre mía, que quien me mire te vea”.

A principios de 1948 ingresa en el noviciado de Carmelitas de la Caridad. “Yo tengo declarada vocación misionera; la llamada de Dios es clarísima”. Si, ese era su deseo; pero la enfermedad le impidió realizar su sueño. Su vocación verdadera era otra: se aliento de los enfermos con su testimonio de fe.
En mayo del 49 escribía: “Otras veces veo claro lo que la Virgen quiere de mí, pero ahora no he visto nada”. Y le ofreció a María aquella enfermedad: una pleuresía aguda que la obligó a guardar cama durante todo el mes. “Pensaba cómo obsequiar a María – decía – y era esto lo que quería de mí. Estoy contentísima”.

Hasta abril del año siguiente, su salud fue siempre muy precaria. Y escribe en su diario: “Durante la comunión tenía tantas ganas de entregarme a Jesús para demostarle cuánto quería amarle, que me ofrecí como víctima para que hicieran de mí lo que quisiera”. Y Dios casi siempre suele aceptar estos ofrecimientos.
Todo se fue agravando. Su mismo padre, que era médico, le diagnosticó una meningitis tuberculosa. En medio de la profunda impresión de cuantos le rodaban, dijo a una religiosa: “¿Cómo voy a temer la muerte, teniendo una madre en el Cielo que saldrá a esperarme?... No he ganado el Cielo, pero me lo regalan; ya sabes tú lo del buen ladrón... ¡Me ha tocado el gordo de la lotería!”
María Teresa González Quevedo vivió su corta existencia terrena con plena lógica de fe. Seguro que desde el Cielo derramará flores y abundantes gracias en los campos de misión.

José María Lorenzo Amelibia
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