¿Podemos aspirar a la contemplación?
Espiritualidad
| José María Lorenzo Amelibia
¿Podemos aspirar a la contemplación?
La contemplación a mí me parece como algo de santos, como algo imposible de conseguir en este mundo. Sin embargo, continuamente los escritores de temas espirituales nos recuerdan que es algo para todos. Ahora cabe que me examine yo por dentro y te invito a ti a hacerlo: ¿Aspiro constantemente a la contemplación? ¿Me ejército en la mortificación y recogimiento interior?
Sería la contemplación muy buena para mí. Obtendría paz total en mi alma; viviría más feliz; sería más efectivo mi apostolado y entrega al prójimo.
Leía una vez en San Bernardo que debemos ser concha; no canal. El canal deja pasar el agua, pero nada retiene. La concha derrama el agua rebosante de ella misma. Esa mirada sencilla y amorosa de la contemplación va haciendo que todo lo veamos a través de Dios.
Vamos a disponernos con humildad. ¡Qué difícil! Y con el recogimiento interior que debe ser tan importante, pues todos lo ponderan. ¡Cuánta vida ascética para llegar a las metas! Vamos a hacer lo que podamos. Sé que disfrutas leyendo cosas sobre la oración, porque tu gozo es practicarla. Hace tiempo leía algo que se grabó en mi mente más que otras cosas. No puedo darte citas textuales, pero si algunas ideas e impresiones.
Para sufrir con paciencia las adversidades y miserias de la vida hay que ser hombre de oración; para sacar fuerza para mortificar la voluntad, hay que dedicarse antes a la oración: no vale decir no puedo. Incluso las mismas distracciones disminuyen si creamos un clima y nos dedicamos de lleno a la oración. Para dar al Señor eso que tanto nos cuesta, exponérselo una y mil veces.
En la oración se acrecienta la fe, la esperanza y la caridad. Si alguno tiene serias tentaciones de fe, que haga más oración, verás cómo se van disipando como la bruma con el sol. El corazón se pacifica. Las faenas que nos han hecho van perdiendo intensidad si las exponemos al Señor y luego nos abandonamos en El. La oración personal y silenciosa es como el respirar tranquilo, una condición sencilla para vivir.
¿De qué tratar en la oración? Ante todo, de Dios, de El. Luego ponernos bajo su acción, pedirle, adorarle, sentirnos con El. A la larga el alma se pacifica del todo, si es constante en la oración y se deja llevar por el Señor. A veces conviene comenzar por la oración vocal. Que dure el tiempo necesario hasta que surge el fervor. Después entregarse a los afectos o a la contemplación.
Si el Señor te llama alguna vez hacia esta oración superior, no te resistas. Pero tampoco la ansíes desmedidamente. Dios proveerá.
José María Lorenzo Amelibia
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