Algo voy oyendo del proceso de secularización y pronto lo incoaré. La forma de hacerlo me parece inquisitorial, poco humana. Por otra parte supone una incongruencia. El canon 40 del Concilio de Trento, sesión IX (Dz. 964) afirma: "Si alguno dijere que por la Sagrada Ordenación no se confiere el Espíritu Santo, o que no imprime carácter, o que aquel que ha sido ordenado sacerdote puede de nuevo ser laico, sea anatema”. Podemos afirmar que todo el canon es dogmático. Y en los rescriptos de secularización se afirma que el orador queda reducido al estado laical. No llega a comprenderse todo esto a la luz del dogma definido por Trento. Y luego la cantidad de prohibiciones… Y es que el rescripto se da de gracia, no por castigo. ¡Ni como castigo, tanta prohibición!
No quise iniciar el expediente de secularización antes de tener solucionado mi porvenir. Me parecía del todo imprudente lanzarme al mundo sin oficio ni beneficio. Había oído casos de compañeros que andaban sin rumbo, con trabajos eventuales; incluso algunos descargaban camiones. Yo no hubiera podido soportar tal situación.
A primeros de noviembre escribí a Rufo Ayestarán, juez provisor del arzobispado de Pamplona, por indicación de don Miguel Sola a quien anteriormente había comunicado mi decisión. Me contestó con aparente simpatía: "No sabes cuánto siento tu tragedia personal, que la comprendo perfectamente; es un dolor perder como sacerdote a un hombre como tú, de buenas cualidades y bondad. Llegados a esta situación no podemos tener hacia vosotros más que sentimientos de profunda comprensión y amistad, y deseos de ayudaros en todo lo que podamos." Todo rezuma cariño estereotipado. Lo de "tragedia personal" me pareció desproporcionado.
Me explicaba Rufo después los trámites que he de seguir: Instancia al Papa pidiéndole la dispensa de todas las obligaciones inherentes al sacerdocio, incluido el celibato. Tenía que redactar una especie de currículum en el que apareciera toda la motivación personal para solicitar la dispensa. Escribí todo según se me exigía. Añadía al final: "Siento que la Iglesia pierda un sacerdote, pero si algún día cambia la legislación, pueden buscarme para el ministerio".
¡Qué ingenuidad la mía! ¿Cómo se me pudo ocurrir que vengan a buscarme? Eso ya son palabras mayores; supondría no ya un cambio de legislación, sino un cambio de mentalidad tan evangélica que sería necesaria la presencia de muchos hombres revestidos con las entrañas del mismo Cristo, Buen Pastor.
Lo más humillante es la segunda parte, la que me remitieron seis meses más tarde. Tenía que contestar por escrito a un cuestionario en el que se me exigía desnudarme del todo. He aquí los puntos: Examen judicial del actor: - Si se ratifica en la petición. - Si entró libremente al seminario. - Edad. - Motivos y solidez de la vocación. - Índole del actor y de sus padres. Estado de salud. - Qué estudios te gustan más. - Afectividad y sexualidad en cada época de la vida. - ¿Inclinación hacia la vida seglar? - ¿Conocías la ley del celibato? - ¿Experiencias y dificultades en la guarda de la castidad. - ¿Observabas los consejos del director espiritual? - ¿Qué dirías de la prudencia y solicitud de los formadores? - ¿Has sufrido coacción? - ¿Alegría en la ordenación? - ¿Qué ministerios has ejercido y cómo? - ¿Tienes algún título civil? - ¿Rezas el breviario, la Misa? - ¿Has cometido de sacerdote faltas externas contra la castidad? - ¿En qué manera han sido conocidas? - ¿Por qué deseas abandonar la vida eclesiástica? Creo que no hay derecho a formular ciertas preguntas tan íntimas en un proceso judicial. No llego a entenderlo.
Llamé por teléfono al secretario del cardenal para pedir audiencia. El eminentísimo tomó el aparato:
- Sí. El sábado puedo recibirte a las 12. Ten en cuenta que el paso es muy importante. ¿Lo has pensado bien?
- Es algo madurado durante años. No obro a la ligera.
Pronto llega el sábado. Así discurrió nuestra breve entrevista. Es la primera y última vez que estoy con Tabera.
Comienza él:
- Personalmente siento que un sacerdote dé este paso.
- Más que nadie lo siento yo mismo. Se debe a la ley del celibato que a nada conduce.
- El celibato es la joya de la Iglesia.
- Podría serlo, pero no lo es. En realidad pocos creen en la castidad del clero en su conjunto.
- Al abrir la puerta para que salga el que lo desee, se purifica esta joya de la Iglesia.
- Le voy a hablar claro. Salimos unos pocos de los que tenemos problemas con el celibato. Y muchos marchamos con la cabeza bien alta; sin avergonzarnos de escándalos ni malos ejemplos. Habrá otros que se queden y...
- Sí. Es una postura noble.
- Usted como cardenal tiene en parte las riendas de la Iglesia. Yo le recomendaría que, vestido de simple cura, en lugares en que nadie le conozca, marchase por las casas de oración a dirigir tandas de ejercicios a sacerdotes.
- Conozco el clero, y sé las dificultades con que tropieza.
- En los años de ministerio he dirigido número suficiente de tandas clericales para inducir que son pocos los sacerdotes "liados"; muy pocos los sacerdotes que viven el celibato como auténtica liberación; para la mayoría es una carga que, en lugar de darle alas para volar, se las corta. Sería muy útil para la Iglesia la vocación de sacerdote casado .
Calló el jerarca.
José María Lorenzo Amelibia
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