León XIV consolida el controvertido concepto de pecado estructural Dilexit Te: del pecado estructural al Reino de Dios...pasando por los pobres.

El Reino de Dios no es una emoción espiritual sino un orden nuevo de relaciones donde “los ciegos ven, los pobres son evangelizados y los oprimidos quedan libres” (Lc 4,18). En una época en la que muchos confunden la evangelización con terapia emocional tranquilizadora para que nada cambie, la denuncia de estructuras de pecado y la redención como Reino de Dios son una revolución de realismo cristiano.
León XIV habla de autorreferencialidad y recuerda que “la propuesta del Evangelio no es solo una relación individual e íntima con el Señor, sino el Reino de Dios” (n. 97). Esto impulsa una eclesiología de liberación, no de complicidad con los sistemas injustos.
A diferencia de las visiones teológicas que desconfiaban de los análisis estructurales —por considerarlos marxistas o colectivistas—, Dilexit Te demuestra que la fe no teme al lenguaje de la historia, porque la Encarnación es la mayor revolución estructural imaginable: Dios se hace carne de pobre, asume una condición social, entra en las dinámicas de poder y de marginación para redimirlas desde dentro.
A diferencia de las visiones teológicas que desconfiaban de los análisis estructurales —por considerarlos marxistas o colectivistas—, Dilexit Te demuestra que la fe no teme al lenguaje de la historia, porque la Encarnación es la mayor revolución estructural imaginable: Dios se hace carne de pobre, asume una condición social, entra en las dinámicas de poder y de marginación para redimirlas desde dentro.
El amor que se hace estructura
En el corazón de la exhortación Dilexit Te, el Papa León XIV ha querido recordar que el amor cristiano no puede limitarse a un sentimiento piadoso ni a una ética de la compasión individual. El amor que viene de Dios —“Yo te he amado” (Ap 3,9)— se hace carne, historia y estructura. No basta amar al prójimo: hay que transformar las condiciones que impiden que ese amor sea posible. La caridad, entendida en su sentido bíblico, es siempre una fuerza histórica, un dinamismo que busca encarnarse en las relaciones sociales, económicas y eclesiales.
Por eso, cuando Dilexit Te habla de las “estructuras de pecado” y de la necesidad de “resolver las causas estructurales de la pobreza”, no introduce una categoría sociológica ajena a la teología, sino que actualiza el núcleo mismo del Evangelio. Las estructuras son el modo en que el amor o el egoísmo se institucionalizan. La estructura de la exclusión es aquella que determina quién importa y quién no.
El Reino de Dios no es una emoción espiritual sino un orden nuevo de relaciones donde “los ciegos ven, los pobres son evangelizados y los oprimidos quedan libres” (Lc 4,18). En una época en la que muchos confunden la evangelización con terapia emocional tranquilizadora para que nada cambie, la denuncia de estructuras de pecado y la redención como Reino de Dios son una revolución de realismo cristiano.
Esta intuición, presente en los Padres de la Iglesia y en la tradición monástica, se consolida ahora en un lenguaje capaz de dialogar con la historia contemporánea. El Papa no teme hablar de estructuras porque sabe que el pecado tiene también una dimensión social, y que la salvación debe alcanzar los entramados invisibles que condicionan cada vez más nuestras decisiones morales.

El giro teológico de Dilexit Te: del pecado individual al pecado estructural
Durante años, la teología moral fue individualista: el pecado era concebido como un acto personal, voluntario, cometido ante Dios en la soledad de la conciencia. Esa visión es insuficiente porque deja en la penumbra el carácter colectivo del mal. La esclavitud, la opresión de los pobres, la desigualdad económica o la exclusión de las mujeres fueron vistas muchas veces como “situaciones” más que como expresiones de pecado. Esta visión exalta la anécdota del santo piadoso individual, pero es cómplice de los sistemas opresores: "guías ciegos que colais el mosquito y os tragais el camello"(Mt 23,24)
Dilexit Te corrige ese desequilibrio. Al recordar la enseñanza de san Ambrosio —“lo que das al pobre no es tuyo, es suyo” (n. 43)—, León XIV señala que la injusticia no es sólo un desorden moral, sino una ruptura ontológica de la comunión. Las estructuras de acumulación y de exclusión no son neutrales: encarnan una lógica objetiva contraria al Reino. Pobre es el excluido de un sistema (19), como Jesús, crucificado "extra muros".
Reconocer el pecado estructural no es decir que las estructuras pecan como personas, ni que las personas son exentas de su responsabilidad individual, sino admitir la acción humana colectiva, la responsabilidad compartida, la omisión, la reproducción de injusticias y la complicidad con ellas. Es un pecado real, en sentido analógico, pero real como tantas realidades que se definen por analogía y no por inducción o deducción. (Mathías Nebel)
La exhortación no añade un discurso sociológico, sino que teologiza las estructuras, las lee a la luz de la comunión trinitaria. Allí donde la relación se vuelve dominio, donde la comunidad se transforma en jerarquía cerrada, donde la autoridad sustituye al servicio, se ha instaurado una “estructura de pecado” que deshumaniza.
El Papa relee también estructuralmente la historia monástica, el servicio de las mujeres consagradas, las experiencias de los movimientos populares y las conferencias episcopales latinoamericanas (Medellín, Puebla) como ejemplos de cómo el Espíritu Santo suscita estructuras de gracia: modos institucionales de solidaridad, participación y esperanza.
El clericalismo como negación estructural del Reino
Pero también hay estructuras de pecado dentro de la Iglesia, que Dilexit te no desarrolla en esta ocasión: el clericalismo, que no es solo abuso de poder, sino forma eclesial del pecado estructural. Significa mucho más que una actitud moral o psicológica; es una forma de organizar la comunidad que privilegia la autoridad sobre la comunión, la obediencia sobre el discernimiento, y la norma sobre la misericordia. Es el fracaso de la sinodalidad aún antes de comenzarla.
León XIV habla de autorreferencialidad y recuerda que “la propuesta del Evangelio no es solo una relación individual e íntima con el Señor, sino el Reino de Dios” (n. 97). Esto amplía una eclesiología de liberación.
Pero el clericalismo moralizante, heredero de una visión donde la salvación se limita al alma individual, niega la dimensión estructural del mal y, por tanto, de encarnar el Reino. La razón es que la conciencia aislada es fácil de controlar por el ministro sacralizado al servicio de su "reino de los clérigos". Es una teología cómoda para el poder, pues despolitiza el Evangelio y lo confina al ámbito privado voluntarista y emocional. El mal se entiende como una suma de actos individuales, no como un sistema que oprime y reproduce deshumanización.
El papa señala una de las formas del clericalismo, especializado en perpeturarse a través de alianzas con el poder: "se opta por una pastoral de las llamadas élites, argumentando que, en vez de perder el tiempo con los pobres, es mejor ocuparse de los ricos, de los poderosos y de los profesionales, para que, por medio de ellos, se puedan alcanzar soluciones más eficaces...prefiriendo círculos sociales que nos tranquilizan o buscando privilegios que nos acomodan". (114)

Pero el Reino no se impone, se teje desde los lázaros de la historia; no se predica desde el poder y los palacios, se construye desde la fraternidad con ellos. Dilexit Te invita a mirar la historia de la Iglesia no como un museo de normas, sino como un laboratorio del Espíritu, pero lamentablemente es una historia que León narra de modo idealizado, sin mencionar los graves pecados históricos cometidos por "gente de iglesia" y que aún no han sido transformadas sus estructuras.
La conversión pastoral que propone el Papa implicaría transformar la lógica de la institución misma: pasar de una Iglesia que administra sacramentos y presume de "sociedad perfecta", con una clase dirigente de angelical "estado de perfección", a una Iglesia que administra esperanza, que reconoce en cada estructura de exclusión y pobreza, aun dentro de ella misma, un desafío de cambio y redención social.
Transformar las estructuras: amor político y esperanza encarnada
La consolidación del concepto de pecado estructural no se agota en un análisis sociológico. En Dilexit Te, el Papa insiste en que “la caridad es una fuerza que cambia la realidad” (n. 91). El amor cristiano no solo consuela, sino que reforma; no solo alivia las heridas, sino que busca que no se repitan.

En esta línea, el documento asume la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia, pero le imprime una hondura mística: transformar las estructuras es un acto de adoración. Si el pecado es estructural, también lo es la gracia. Los monasterios, las congregaciones femeninas que levantaron hospitales, escuelas y casas de acogida son ejemplos de estructuras del amor: modos históricos de encarnar la misericordia.
"Es preciso seguir denunciando la “dictadura de una economía que mata” y reconocer que «mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera" (92)
A diferencia de las visiones teológicas que desconfiaban de los análisis estructurales —por considerarlos marxistas o colectivistas—, Dilexit Te no teme al lenguaje de la historia, porque la Encarnación es la mayor revolución estructural imaginable: Dios se hace carne de pobre, asume una condición social, entra en las dinámicas de poder y de marginación para redimirlas desde dentro.
El Papa retoma aquí la intuición de san Óscar Romero: “Una Iglesia que no se une a los pobres, que no denuncia las estructuras que los oprimen, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. Esa opción no es ideológica, sino cristológica. El Reino no se anuncia desde las alturas del poder, sino desde los márgenes, donde el amor de Dios se revela una y otra vez.
Conclusión: la conversión estructural
Dilexit Te no propone un nuevo programa político ni un manifiesto económico, sino una conversión del corazón eclesial. Las estructuras de pecado —económicas, sociales, culturales y también religiosas— solo pueden ser superadas por estructuras de comunión, donde el poder se hace servicio y la autoridad se traduce en hospitalidad.
Convertir las estructuras no es tarea de especialistas: es el fruto de una espiritualidad con los pies en la tierra, encarnada en los pobres, como Jesús. Cada creyente, cada comunidad, cada institución eclesial está llamada a discernir qué parte del sistema sostiene el Reino y cuál lo contradice.

En ese sentido, el Papa León XIV retoma el legado de Medellín y Puebla, pero lo proyecta a una dimensión más universal: la lucha contra las estructuras de injusticia es una tarea católica tanto fuera como dentro de la Iglesia. La Iglesia del futuro será estructuralmente fraterna en torno a los pobres, o dejará de ser signo eficaz del Reino.
El amor de Cristo —Dilexit te— se vuelve principio de reforma. El pecado estructural que reproduce las pobrezas del mundo es denunciado para ser redimido por una Misericordia que produce cambios reales. Allí donde una comunidad se atreve a vivir el Evangelio como indignación y lucha por la justicia, el Reino comienza a edificarse al grito de"¡Ven, Señor Jesús!"
poliedroyperiferia@gmail.com
Bibliografía fuente
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