Me ha sorprendido leer la vida de Rafaela Ybarra, beatificada en 1984. Porque no suele ser muy corriente ver a personas casadas en los altares. Fue siempre buena, pero progresivamente avanzó su vida de perfección. Para los cuarenta años gozaba de un continuo anhelo de agradar al Señor con la limpieza de su alma, el ejercicio de todas las virtudes, con una dirección espiritual asidua, entrega a la familia, servicio a la sociedad, de tal manera que llegó a verdadera fundadora de una congregación religiosa. Dios la dotó de un corazón compasivo.
Y nunca quiso sobresalir. Gustaba de pasar desapercibida, pero no lo consiguió. Tuvo el privilegio de conservar en su casa la Sagrada Eucaristía. Llamaba ella a aquel rincón "el Cielo de la Cava". Allí frecuentemente escribía sus cartas. Le tocó en suerte la última parte del siglo XIX en Bilbao. Su marido una persona principal de Altos Hornos. Pero vivían el voto de pobreza y el de castidad, ya para sus cuarenta y tres años. En su apostolado llegó a muchos rincones de la ciudad, de una manera especial a la mujer marginada, con problemas de colocación, que llegaba de fuera de la capital.
Sufrió cruces familiares duras: muertes, enfermedades, sobre todo la de un hijo con parálisis progresiva. Nunca pensó en fundaciones, y sin embargo creó las religiosas de los Ángeles Custodios, aunque una hija suya no ingresó allí de monja, sino en las Esclavas del Sagrado Corazón. Murió a los cincuenta y siete años. Me he alegrado de leer esta biografía, porque anima ver personas en el mundo con este afán de santidad. Me gustaría conocer ahora personas de esta talla, y creo que también las habrá en nuestras ciudades.
José María Lorenzo Amelibia
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