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Retiro julio 2014
Tema Eucaristía e inhabitación
1.- Yo tengo centrada mi vida en la Eucaristía desde mi primera conversión, a los 15 años. Jesucristo en la eucaristía causa en las fieles la inhabitación de la Trinidad. «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Así como vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí» (Jn 6,51 - 57). La eucaristía, pues, es para la inhabitación. La presencia real de Cristo en la eucaristía tiene como fin asegurar la presencia real de Cristo en los justos por la inhabitación. Meditando esto nuestra vida interior, centrada en el Eucaristía, gana fuerza y vive en su plenitud: centrada en Jesús, en el Padre y en el Espíritu Santo.
2.- Incluso – dice los padres Rivera e Iraburu - puede afirmarse que, bajo ciertos aspectos, la presencia del Señor en los cristianos es aún más fundamental que su presencia en la eucaristía. Y esto por varias razones. 1ª. - La eucaristía está finalizada en la inhabitación. El Señor se hace presente en el pan para hacerse presente en los fieles. Por otra parte, la inhabitación hace al cristiano idóneo para la comunión eucarística. Sin aquélla, no es lícito acercarse a ésta. Esto, lejos de que pierda categoría la Eucaristía, la gana. No se trata de quitar importancia a nada. Se trata de ayudarnos a vivir más a fondo estas realidades maravillosas, correlacionándolas entre sí.
3.- 2ª. - En la eucaristía el pan pierde su autonomía ontológica propia, para convertirse en el cuerpo de Cristo: ya no hay pan, sólo queda su apariencia sensible. Pero en la inhabitación el prodigio de amor es aún más grande: El Señor se une al hombre profundísimamente, dejando sin embargo que éste conserve su propia ontología, sus facultades y potencias humanas. La inhabitación no hace que el cristiano deje de existir, pero la Eucaristía hace que deje de existir el pan. Vamos a fijarnos en esto despacio. Vamos a meditarlo. Y desde esta perspectiva, aún va a ser mucho mayor nuestro amor a Jesús en el Sagrario, la gran presencia real por antonomasia de todas las presencias de Dios en nuestro Dogma. Alabar al Señor sacramentado. Adorarle. Adorar a la Santísima Trinidad en nuestra alma que permanece aun después de que las especies eucarísticas desaparezcan.
4.- 3ª. - La eucaristía cesará, como todas las sacralidades de la liturgia, cuando «pase la apariencia de este mundo» y llegue a «ser Dios todo en todas las cosas» (1Cor 7,31; 15,28); pero la presencia de Dios en el justo, la inhabitación, no cesará nunca, por el contrario consumará su perfección en la vida eterna. No obstante siempre en el Cielo hemos de gozar al ver nuestra estancia en la Tierra cómo vivió centrada en le Sacramento del Amor. No separamos estas presencias e inhabitaciones; no veamos pretericiones. Vivamos con ilusión la Eucaristía, unida a la total, perpetua, y de manera inseparable, la eterna inhabitación de la Santísima Trinidad en nuestra alma. Esto nos llena de alegría interior. Señor, aumenta mi fe y convicción
5.- 4ª. - Corrompidas las especies eucarísticas, por accidente o por el tiempo, cesa la presencia del Señor; en cambio, muerto el cristiano, corrompido su cuerpo en el sepulcro, no cesa en él la amorosa presencia del Cristo glorioso y bendito. Sólo el pecado puede destruir la Presencia trinitaria de la inhabitación. Ni siquiera la muerte «podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,35 - 39). Consideralo con emoción sencilla. Pedirle al Señor llegar a comprender todo esto como algo vital para nuestro caminar diario por el mundo de la fe, del apostolado, de la entrega al prójimo. No temas en releer esto. No ansíes pasar adelante. El retiro será excelente aunque no consumas todos los puntos si has sabido emplear bien el tiempo dedicado a él.
6.- Espiritualidad de la inhabitación. Toda la vida cristiana ha de vivirse y explicarse como una íntima amistad del hombre con las Personas divinas que habitan en él. La oración, la caridad al prójimo, el trabajo, la vida litúrgica, han de vivirse y explicarse partiendo de la presencia de Dios en el hombre, presencia constante, activa, benéfica, por la que la misma Trinidad santísima se constituye en el hombre como principio ontológico y dinámico de una vida nueva, divina, sobrenatural, eterna. Repito este punto muy despacio. Se trata de comprenderlo, sí, pero sobre todo hemos de identificarnos con él. Que lo hagamos vida propia, convicción profunda. Pedir humildemente que nadie nos separe de este amor de esta maravillosa realidad de fe.
7.- Muchos ignoran, menosprecian u olvidan la presencia de Dios en el justo. Este olvido unas veces afecta a la doctrina espiritual: una espiritualidad que deje en segundo plano el misterio de la inhabitación de la Trinidad en el hombre es una espiritualidad falsa, o al menos es excéntrica, pues no está centrada en lo que realmente es central en el evangelio. Y a la vez esta realidad nos lleva a la Eucaristía. Con mucha paz me envuelvo de en la inhabitación divina que dura día y noche; con mucha paz gozo el rato que estoy junto a Jesús en el Sagrario y los minutos posteriores a la recepción de Jesús en la comunión. Procuro sobre todo en la relación eucarística llenarme de fuerza para que continúe durante el día en una presencia Trinitaria.
8.- Y siempre que la Presencia divina en los cristianos es ignorada u olvidada, la espiritualidad decae inevitablemente en moralismos antropocéntricos de uno u otro signo, y en voluntarismos pelagianos de uno u otro estilo. Vamos en este retiro a examinarnos un poco. Vamos a vigilar.
9.- Otras veces estos errores e ignorancias sobre la inhabitación afectan sólo a las actitudes concretas de las personas. Con un ejemplo: una mujer cristiana queda viuda. Sus hijos, ya crecidos, no viven con ella. Se siente sola. Toma una empleada, pero apenas le sirve de compañía, pues es muy callada. Adquiere un perro, muy vivaracho, que suaviza su soledad... A esta mujer «cristiana», por lo visto, un perro le hace más compañía que la Trinidad divina. Y ahora llevamos el pensamiento a nosotros mismos. Nos damos cuenta de los días grises de tristeza, de soledad humana… Hacer el propósito ahora de vivirlos con paz. Buscar, sí, la charla con un amigo, con un familiar, con un escrito, con la esposa o el esposo, con lo que sea. Dar un paseo con respiración rítmica. Pero no dejarnos guiar por la tristeza jamás. Y volver a nuestro criterio de amor al Dulce Huésped del alma, a la Santísima Trinidad que habita en nosotros; al Padre… Al Hijo en la Eucaristía, al Espíritu Santo cuando nos seremos un poco. Jamás tirar la toalla. Los santos tuvieron tristezas, pero supieron dominarlas y volvieron a enfrascarse con gozo en el misterio y a ser útiles a los hermanos.
Examen práctico
1.- ¿Desde el retiro pasado me he ocupado un poco más en la Eucaristía y en la inhabitación trinitaria?
2.- ¿Cuánto tiempo hace que no me confieso?
3.- ¿Además de la acusación de mis faltas y pecados, procuro expresar algo de mi vida interior trinitario – eucarística, para afinar más mi espíritu?
4.- Ahora pide un rato de nuevo fuerza al Señor para vivir más a fondo estas realidades maravillosas, correlacionándolas entre sí. Fuerza mental para recordarlo durante el mes.
5.- Pensar en las distintas circunstancias en que te mueves a lo largo de la semana para aplicar ahora estrategias para el recuerdo de esta serie de principios y consideraciones.
6.- Presencia de Dios en el hombre, presencia constante, activa, benéfica. Pensar en algunos momentos de mi vida en que me será más útil tener en cuenta este principio.
7.- Vamos en este retiro a examinarnos un poco. Vamos a vigilar preventivamente. Pedimos al Señor aumento de paz interior y de gozo ante esta realidad.
8.- ¿Procuro en mi relación con los hermanos en la fe charlar un poco sobre el retiro, los temas en él tratados para animarnos mutuamente?
9.- Es necesario crear ambiente en la comunidad o en la familia o entre los amigos en la fe. Para ello, en estos momentos vamos a buscar estrategias. No seamos cada uno una isla espiritual.