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1.- La vivencia del misterio de la inhabitación ha sido siempre, en la Iglesia católica, algo fundamental para la espiritualidad. San Ignacio de Antioquía, hacia el año 107, da el nombre de Teóforos, portador de Dios, y nombres semejantes a los fieles cristianos, teóforoi, cristóforoi, agióforoi (Efesios 9,2; saludos de sus cartas). Esto nos da aliento para imitar esta maravillosa manera de enfocar la vida interior. ¡Somos teóforos, portadores de Dios!
2.- El mismo San Ignacio enseñaba: «Obremos siempre viviendo conscientemente Su inhabitación en nosotros, siendo nosotros su templo, siendo él nuestro Dios dentro de nosotros; como realmente es y se nos manifestará, si le amamos como es debido» (Efesios 15,3). Pensar un rato en esto. Pedir fuerza a Dios para que entre en lo más íntimo de nuestro corazón este criterio práctico.
3.- Un gran maestro de la inhabitación es San Agustín. Él buscó a Dios en las criaturas, y ellas le dieron algunas referencias muy valiosas (Confesiones IX,10,25; X,6,9); pero por fin lo encontró en sí mismo: «Él está donde se gusta la verdad, en lo más íntimo del corazón» (IV,12,18). Y durante su vida, San Agustín fue fiel a este criterio práctico de vida interior: la inhabitación: Dios en mí, y por consiguiente, yo en Él. Decidirme a esta vivencia.
4.- Pero hemos de tener pruebas o dificultades para esta vivencia. San Juan de la Cruz nos habla de la purificación pasiva del espíritu; «sentirse sin Dios» (2 Noche 5,5; 6,2). También Cristo en la cruz se sintió abandonado por el Padre (Mt 27,46). Pero también es cierto que son los santos, los que han sufrido esas místicas noches, quienes tienen una más profunda vivencia de la inhabitación de Dios en el alma. Así por ejemplo, Santa Teresa de Jesús alcanza las más altas experiencias de la inhabitación en el culmen de su vida espiritual, cuando llega a la mística unión transformante. Esta tendencia en los santos místicos nos ha de animar. Y si nos enfrascamos en la oración en estas cosas, poco a poco penetrarán hasta lo más profundo de nuestro ser y nos ayudarán a ser de veras apóstoles; eficaces en el Reino de Dios.
5.- «Dios mora secretamente en el seno del alma, porque en el fondo de la sustancia del alma es hecho este dulce abrazo. Mora secretamente, porque a este abrazo no puede llegar el demonio, ni el entendimiento del hombre alcanza a saber cómo es. Pero al alma misma, [que ha sido introducida ya por la alta vida de virtud] en esta perfección, no le está secreto, pues siente en sí misma este íntimo abrazo... ¡Oh, qué dichosa es esta alma que siempre siente estar Dios descansando y reposando en su seno!... En otras almas que no han llegado a esta unión, aunque no está [el Esposo] desagradado, porque al fin están en gracia, pero, por cuanto aún no están bien dispuestas, aunque mora en ellas, mora secreto para ellas, porque no le sienten de ordinario, sino cuando él les hace algunos recuerdos sabrosos» (Llama 4,14 - 16). Conviene repetir varias veces esta cita de San Juan de la Cruz. Hasta que la hagamos deseo propio, vida propia, algo imprescindible para nuestra vida interior.
6.- Y ¿cuál es la causa de la inhabitación: es el amor. «Si alguno me ama...» (Jn 14,23). «Mediante el amor se une el alma con Dios; y así, cuantos más grados de amor tuviere, tanto más profundamente entra en Dios y se concentra en El. Y si llegare hasta el último grado del amor, llegará a herir el amor de Dios hasta el último centro y más profundo del alma, lo cual será transformarla y esclarecerla según todo el ser y potencia y virtud de ella, según es capaz de recibir, hasta ponerla que parezca Dios» (Llama 1,13). Entonces «el alma se ve hecha como un inmenso fuego de amor que nace de aquel punto encendido del corazón del espíritu» (2,11). Si de verdad un día me entregué al Señor, ahora he de renovar mi entrega, porque me llena de ilusión sana esta realidad en mí.
7.- Recibe «la comunicación del Espíritu Santo, para que ella espire en Dios la misma espiración de amor que el Padre espira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo... Porque eso es estar [el alma] transformada en las tres Personas en potencia [Padre] y sabiduría [Hijo] y amor [Espíritu Santo], y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la creó a su imagen y semejanza» (Cántico 39,3 - 4).
Y profundizamos en la teología de la inhabitación:
8.- La inhabitación es una presencia real, física, de las tres Personas divinas, que se da en los justos, y únicamente en ellos, es decir, en las personas que están en gracia, en amistad con Dios. Las tres Personas divinas habitan en el hombre como en un templo, no sólo el Espíritu Santo. Y son las mismas Personas de la Trinidad las que se hacen presentes, no sólo meros dones santificantes. Ahora bien, para que la Presencia divina se dé, es necesaria la producción divina de la gracia creada en el hombre. Por tanto, la gracia increada, esto es, la inhabitación, y la gracia creada, son inseparables.
9.- Por la inhabitación, los cristianos somos «sellados con el sello del Espíritu Santo» (Ef 1,13), sello personal, vivo y vivificante. La imagen de Dios se reproduce en nosotros por la aplicación que las Personas divinas hacen de sí mismas inmediatamente en nosotros. Y de este modo, como dice el concilio Vaticano II, de tal modo el Espíritu Santo vivifica a los cristianos, al Cuerpo místico de Cristo, «que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o alma o en el cuerpo humano» (LG 7 g).
10.- «La caridad es una amistad, y la amistad importa unión, porque el amor es una fuerza unitiva» (STh II - II,25,4). «La amistad añade al amor que en ella el amor es mutuo y que da lugar a cierta intercomunicación. Esta sociedad del hombre con Dios, este trato familiar con él, comienza por la gracia en la vida presente, y se perfecciona por la gloria en la futura. He de esforzarme por vivir con suavidad cada día esta amistad con Dios que habita en lo más profundo de mi ser. Nunca estoy solo. Precisados estos principios, entendemos mejor que la inhabitación se explique teológicamente por el conocimiento y el amor mutuo de la amistad.
11.- El cristiano carnal, aunque esté en gracia, apenas es consciente de la Presencia de Dios en él. Es el cristiano espiritual el que capta habitual y claramente la inhabitación de la Trinidad. «Los limpios de corazón verán a Dios» en sí mismos (Mt 5,8). Y es que a Dios no se le conoce solamente por la fe, que es común a los creyentes, justos o pecadores, sino también por el don de sabiduría, que da un gustar y un experimentar íntimamente» a Dios, dentro de un corazón que trata de purificarse. (Tract. de s. Trinit. mysterio d.17,a.3,10 - 12).
Estas ideas además de llenarnos de gozo, nos impulsan a ser solícitos, llenos de celo para comunicarlas a las personas con que nos relacionamos. Son buen tema de predicación, de aliento a quienes desean extender el Reino de Dios.
Examen práctico
1.- ¿Qué he hecho en este mes último con relación a mi vida interior?
2.- ¿De qué materia he llevado el examen particular: examen de previsión por la mañana, de realizaciones a medio día y por la noche?
3.- ¿La inhabitación cómo la voy a llevar a mis meditaciones o temas de oración durante el mes próximo?
4.- ¿Cómo puedo meter este asunto en mi predicación, enseñanzas, vida familiar, grupos, vida de amistad?
5.- ¿Procuro algunas veces en mi conversación normal meter algo de esto?
6.- He comprobado que grandes santos lo llevan tan en el alma, ¿por qué no yo?
7.- Es fácil relacionarlo con la Eucaristía: misa, comunión, vida de sagrario: ¿cómo lograrlo? Imagina un poco.
Material principal utilizado para la preparación “Síntesis de espiritualidad católica” de Rivera e Iraburu.