Sacerdotes, almas puras

Quisiera que nuestra alma fuera más pura que los mismos rayos del sol; que nunca nos abandone el Espíritu Santo; que podamos decir como San Pablo en Gálatas:

"Vivo yo, mas no yo; es Cristo el que vive en mí". Quisiera que nuestra mente estuviera en asidua vigilancia para que no entre en ella el espíritu mundano; quisiera que fuéramos los verdaderos embajadores de Dios; no precisamente como "funcionarios oficiales", sino como personas que por nuestra virtud lo indicáramos.


Quisiera que fuéramos como luz que alumbra en toda la tierra. Quisiera que nuestra vida mística, de entrega íntima y contacto con Cristo, fuera algo normal; que nos haga vibrar en todo momento y quien entre en contacto con nosotros vibre; y si no es creyente arda en ganas de serlo. Que nadie ni nada nos pueda apartar de nuestro sacerdocio. Somos sacerdotes.

Tal vez alguien quisiera modificar el dogma por el deseo de borrarnos del todo de la lista del sacerdocio. Lo hicieron de la clerecía, y para nada cuentan con nosotros. Incluso algunos jerarcas (jerarquillas habría que decir por su ignorancia), han llegado a afirmar que no somos sacerdotes. Ignoran la Teología. Ignoran la doctrina de la Iglesia. Somos sacerdotes y lo seremos, porque el Señor nos eligió y Él nunca retira su Palabra.

José María Lorenzo Amelibia
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