Santo Domingo Henares, obispo y mártir

* Baena (España) 1765 + Vietnam 1838 Memoria, 25 junio

Los setenta y dos años de vida de Santo Domingo Henares están divididos a partes iguales por la consagración episcopal: fue ordenado obispo a los treinta y seis años y fue decapitado treinta y seis años después. Nació en Baena, diócesis de Córdoba, el 19 de diciembre de 1765 en el seno de una familia muy humilde. A los 17 años recibió el hábito de Santo Domingo en el convento de Santa Cruz de Granada. Parece que obtuvo la admisión después de mucho insistir.


En 1783 hizo la profesión religiosa. Recién profeso, y sólo iniciados los estudios teológicos, manifestó voluntad decidida de ser misionero. El ambiente apostólico del convento de Santa Cruz debía de ser muy bueno porque otros compañeros manifestaron el mismo deseo. Los dominicos ya contaban en España, y siguen contando, con la provincia del Santo Rosario que mira a las misiones en el Extremo Oriente. A ella se incorporó el joven dominico profeso del convento de Granada. Partió de Cádiz en septiembre de 1785 rumbo a Puerto Rico, Cuba, México y Filipinas, donde desembarcó el 9 de julio de 1786.

La Universidad de Santo Tomás de Manila, regida por los dominicos, estaba en todo su esplendor. En ella concluyó sus estudios al mismo tiempo que impartía clases de humanidades. El 20 de septiembre de 1789 recibió la ordenación sacerdotal e inmediatamente fue destinado a las Misiones de Tonkín (hoy al norte de Vietnam). Llegó el 28 de octubre de 1790 junto con san Clemente Ignacio Delgado y otros dos padres dominicos.

La labor pastoral transcurre en colaboración íntima hasta la muerte. Casi cincuenta años de apostolado misionero, convirtiendo a muchos paganos, erigiendo parroquias, formando y ordenando a numerosos sacerdotes indígenas, siempre escapando de perseguidores y delatores, en clima de evidente hostilidad. Causó admiración la rapidez con la que aprendió la lengua de los nativos y, más aún, su afabilidad no sólo con los conversos sino incluso con los mandarines, que con harto pesar se veían obligados a proceder contra él.

Cuando el sanguinario rey de Tonkín, Minh-Manh, inició la persecución contra los cristianos, decidió, ante todo, acabar con los misioneros fijándose directamente en los pastores más sobresalientes de la grey: Delgado, Henares, Hermosilla, Ximeno... Nuestro Santo Domingo Henares, ya rebasados los setenta años, anduvo errante, huyendo de aquí para allá de los soldados que le buscaban por los diversos poblados.

El 9 de junio de 1838 creyó ponerse a salvo con el fiel catequista Francisco Chieu en una pobre embarcación, pero los vientos fueron contrarios y tuvieron que volver a tierra. Hallaron refugio en la casita de un pescador. Pronto se enteró el prefecto del poblado Bat-Phang. Se puso en contacto con él, fingiéndose su amigo, e inmediatamente lo traicionó. Los mandarines lo arrestaron.

Todo sucedió con rapidez. El 11 de junio fue conducido a Nam Dinh junto con sus dos compañeros. A él, seguramente por la debilidad de la vejez, lo conducían encerrado en una jaula, seguido de sus compañeros que iban a pie cargados de cadenas. Nada más llegar fue condenado a muerte. Lo decapitaron el día 25 del mismo mes de junio, junto a Francisco Chieu. San Jerónimo Hermosilla, decapitado veintitrés años después, dejó escrito el siguiente elogio de santo Domingo Henares: «Pureza extrema de vida, celo insaciable por la salvación de las almas, sed ardiente del martirio, evangélicamente pobre para sí mismo y prodigiosamente generoso con los necesitados». Resumido de un artículo de José María Díaz Fernández.

José María Lorenzo Amelibia
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