En Viernes Santo

El Viernes Santo me recuerda esfuerzo, sacrificio, unión a Cristo en su pasión y muerte.
Varios amigos escalamos en los últimos días de invierno el monte más alto de nuestra región. Mañana primaveral con suave brisa en el valle. ¿Resultaría demasiado calurosa la ascensión de la montaña?


Ocurrió todo lo contrario. Cuando nos acercábamos a la cumbre, el huracán comenzó despiadado a azotar nuestros cuerpos hasta casi hacernos perder el equilibrio. En pocos momentos nos hallamos inmersos en lo peor de un crudísimo invierno. La niebla siniestra apenas nos dejaba distinguir nuestras siluetas. La cumbre parecía inasequible. Pero ninguno del grupo propuso la retirada. Habíamos decidido llegar a la cima.

Así es la vida. Así llegó la pasión y muerte de Jesús. En lo más alto no encontramos el Tabor, sino una sobria cruz de hierro. A ella todos nos agarramos para no caer. Habíamos buscado la alegría de las alturas. Nos topamos con el sufrimiento del calvario.


Tú también has soñado con las cumbres. También como nosotros has comenzado la ascensión de la montaña de la perfección, siguiendo los caminos del Señor. Ardua ha de ser la escalada. No pongas tu ilusión en el éxito de alpinista. Ponlo más bien en servir a tu Dios ayudando a tus hermanos mientras caminas. En las cumbres de la vida interior no siempre se disfruta de la belleza del paisaje y de la pureza del aire. Con frecuencia aparece la niebla densa y el cierzo huracanado.
¡Aguanta!
Confía en Dios. No regreses a la comodidad de valle. Estás en la noche del espíritu. Pronto tu Señor entrará en desposorio contigo. Pronto será la Resurrección.


José María Lorenzo Amelibia
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