Para obispos y todos los demás. XXX I  NUBES NEGRAS

 La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

XXX I  NUBES NEGRAS

nubes n

LAS PERSONAS mayores que no recapacitan en sí mismas creen que la adolescencia y primera juventud es lisa y llana. Nubes muy negras cubren el horizonte juvenil. Tal vez haya muchachos que atraviesen su juventud sin borrascas ni terraplenes. No fue así mi caso.

El detonador de la primera explosión de angustia fue la visita al Padre Martín Elizalde, nuevo espiritual. Siento tristeza - escribía. Por la noche acudo al P. Espiritual para buscar un poco de alivio. Pero... qué ánimos me ha dado. Ha comenzado diciendo que son rarezas, que neurastenia... ¡Qué manera de consolar al triste! Por fin me pregunta si otros años me duran las tristezas. Yo le he dicho que no. Le indico que me porto algo peor, pero que no me preocupo. El: "¿Vas para atrás como el cangrejo y no te preocupas?" Poca psicología ha demostrado en mi caso el bendito Pater. Paso después por la habitación de Don José Mª Pérez. ¿"Qué es eso?" - me dice con bondad. Yo he roto a llorar como un niño. Don José Mª sí es un padre bueno. Sus palabras caían sobre mí como agua sobre hoguera. Y me he calmado.

Don Martín Elizalde tenía cara de bueno, de blando; hasta torcía un poquito el cuello, como los hombres "píos". Hablaba con lentitud; muy pelma para nosotros jóvenes. Vino de Santacara, y no sé por qué, lo encajaron como padre espiritual de filósofos. Conmigo se equivocó de lleno y sufrí mucho sicológicamente. Poco duró en el Centro. Al año siguiente marchó a Mañeru de párroco.

Aunque se me pasó aquel mal rato, quedé un poco raro. No he tirado todo a rodar. Sin embargo parecía que se me había quitado la ilusión de formarme en el sacrificio. Pero, ¡ánimo! - me decía- hay que tirar hacia arriba. Ahora, cuando veo el sacerdocio entre nieblas, ¡Señor, ayúdame! Que no busque tanto el ser consolado, como el consolar.

Y la crisis seguía. Con Paco Macaya me he desahogado un poco, pero no sé si ha llegado a calar del todo en mí. Estaba yo como exacerbado; me aburría tratar con todos; deseaba encontrarme a solas, en un rincón o con un amigo de mucha confianza. Me marcharía por ahí corriendo, gritando. Luego me he dirigido a la capilla, y he pensado delante del Señor que me convenía estos días dejarme guiar por la razón. Por las noches brota en mí algo la paz. Hacía grandes esfuerzos para no dejarme dominar por la angustia.

Si algo bueno tengo yo, es mi capacidad de reacción, a pesar de todas las dificultades. Ahora en cambio me cuesta mucho reaccionar. Pero ¡se acabó!, No sé lo que el Señor tendrá dispuesto; quizás permita que estas pruebas íntimas continúen.

En medio de estas crisis tuvo lugar un acontecimiento para la ciudad: la visita oficial de Franco. - Vamos a esperar al Caudillo. Parece que llega. Primero unos motoristas; luego se oyen salvas de los cañones; desfilan los coches de los ministros. Por fin, rodeado de muchas motos, llega el coche del Generalísimo. De pie Franco, corresponde a los saludos y vítores. Lo he visto de muy cerca. El recibimiento ha parecido muy frío; como el tiempo. Luego a la Catedral: Te Deum. Desde el balcón de la Diputación ha dirigido un vibrante discurso. Inaugura al día siguiente - fin del cuarto centenario del Santo- la parroquia de San Francisco Javier y el monumento a los caídos. Y aquella noche dormí mejor; no me dolió la cabeza. A la salida de la Iglesia creo que se le aplaudió a Don Marcelino Olaechea más que a Franco.

Alternan con frecuencia en mí estados de ánimo contrapuestos: tristeza y euforia. En términos clínicos, manía depresiva. Suerte que se tratara de una enfermedad mental transitoria y no haya permanecido por el resto de mis días. Queda en mí la esperanza - así lo hacía constar - y el deseo del sacerdocio. José Ignacio Dallo me está ayudando mucho; me sirve de estímulo, de aliento, de luz en estos días grises. Tiene este amigo virtudes sacerdotales. Una vez que se lime de algunas aristas, será formidable bajo todos aspectos porque su bondad de corazón es extraordinaria. Me encontraba excitado aquella noche. Tiraba en la habitación las mantas y cojines; pegaba golpes contra la cama. Me reía, y casi lloraba después. Cuando se lo contaba a Dallo, me alentaba, me ayudaba, me comprendía. Nunca lo olvidaré. No veo la hora de que lleguen las vacaciones.

A comienzos de año consulto al Dr. Soto, médico director del Hospital Psiquiátrico. Además de las medicinas me receta permanecer quince días más en casa, lo que me sienta muy bien.

Esa temporada asistía a la catequesis parroquial; me levantaba tarde; comulgaba a las 11, que me administraba Don José María Conget. Usaba del privilegio de los enfermos, desayunar líquido antes.

Repentinamente ha muerto Adolfo Eraso., el comerciante bueno y simpático. Me impresiona mucho y ayudo en los primeros momentos hasta que llegan los familiares. Impresión sobre todo cuando incorporamos al difunto para amortajarlo y arroja de los pulmones el último aliento con un profundo ronquido. ¡Qué frágil es la vida del hombre!

El 26 de enero marcho al seminario con buen humor y sin murria. Al saludar al rector me ha entrado angustia; el comedor me parecía de frailes. Pensaba yo: de seminarista ciertamente no tengo vocación. A la hora del examen todavía me parecía todo aquello más aburrido, como un cenobio de cartujos. Pero he de saber reaccionar. Por la tarde del 8 de febrero, estamos en el año 53, pasa algo desagradable. Me he enfadado por dentro a causa de la injuria de un compañero. No he explotado contra él porque alguien me sostuvo. Me encuentro mal y me echo en la cama. Se alarman mis compañeros a causa del disgusto mío y llaman al médico. Al día siguiente me dan purga. ¡Qué cosas hace esta gente! Viene el prefecto varias veces a mi cuarto y me calma. Tengo gran congoja. Vienen Dallo, Macaya, Don José Mª y el Rector.

Sobre el disgusto que tenía, he de ir a casa para una larga temporada, a reponerme. De momento me llevan a la enfermería. No recuerdo otro día peor ni más triste. El día 12 nieva; nos sacamos fotos en la nieve los del curso. Después, a casa. Ni en casa llegan a comprenderme. Y lo veo lógico. Estoy hipersensible y débil. La temporada larga que paso en Estella sí va a calmarme y a robustecer mi cuerpo con una sana alimentación y sin aquella vida común cerrada. Es que llega a socavar el sistema nervioso el sistema semicarcelario, máxime si en los años de crecimiento se ha pasado hambre, como me ocurrió. Muchas veces me he preguntado el porqué de aquel estado de ánimo. Tal vez no se daba una sola causa, sino muchas: excesiva autorrepresión, esfuerzo continuo, amor propio que me invitaba a una constante superación, deseo de ser líder... unido todo esto a una vida excesivamente cuadriculada sin nada libertad.

El ritmo de los días en mi casa lo organicé de modo muy sosegado. En nada se parecía al del Seminario. Me unía con los amigos la correspondencia frecuente. Recuerdo ahora una de José Luis Lecumberri, llena de buen humor, en que me contaba una serie de ocurrencias y despistes de Goiburu.

Aquella cuaresma del 53 se celebraron misiones en Estella. No asistí a todos los sermones por no poder madrugar y verme obligado a una vida descansada. A pesar de todo, no abandoné el estudio. Y participaba en actos comunes de esta santa misión. Recuerdo un antiguo amigo de la infancia que al salir de confesarse me pegó un abrazo y me dijo: - ¡Qué feliz me siento! Me he quitado un peso de encima de muchas toneladas. En la clausura de esta gran predicación la plaza de San Juan estaba hasta los topes; unas cinco mil personas. Yo formaba parte de la procesión con el Santísimo, revestido de sotana y sobrepelliz.

Con frecuencia asistía al salón de cine como el cura para ver la película y censurarla. Consistía esta rutina en tocar el timbre cuando salía una escena más o menos escabrosa. En ese momento el operador ponía en el rollo una señal, y luego efectuaba el corte correspondiente. Me gustó "La canción de Bernadett"; me cautivaba el silencio romántico de las monjas de clausura cuando se dirigían a la capilla. Otras: Almas en lucha, El Cura de Ars. Parecía allí que el ideal se encontraba al alcance de la mano. Como la montaña que aparece fácil de escalar, vista desde la butaca de casa. También recordé en casa lo que todos los años me venía a la memoria la víspera de San José: cuando Don Julián Lacalle en clase de religión nos preguntó a todos los "Josés" la lección para felicitarnos. Y el veinte de marzo -¡sigo acordándome fielmente! leíamos en el libro de lectura de la escuela: "Mañana entramos en primavera, y ayer fue San José." A veces pienso que mi identidad con la persona de años pretéritos subyace en el recuerdo de hechos sentidos como propios. El tiempo, los días, meses y años corren. Tomados en conjunto semejan una muralla de granito infranqueable.

Aquella primavera fue de trabajo sosegado, llena de paz; sin el ajetreo impaciente del Seminario. En días templados salía de mi casa y en los bancos del paseo de Los Llanos, en los Pinos o en la fuente de Remontival, pasaba largas horas con el libro Cosmología o Sicología, asimilando sus tesis escolásticas. Sinceramente he de afirmar que el método me sirvió. Cuando llegaron los exámenes, todos los temas dominaba a la perfección. El Domingo de Ramos, en una tarde caliente del 22 de marzo, llegué a la Casa Grande para examinarme al día siguiente. ¡Qué distinto contemplar el Seminario de visita a mascarlo hora a hora como amargo acíbar! Solamente una ilusión grande, un ideal sublime, puede mantener a una persona durante años en aquella cerrazón casi continua. Sufridos los exámenes volví de nuevo a mi casa. Cuando en abril brotan las flores y las hojas de los árboles revientan sus yemas, mi alma entera quiere escaparse tras la belleza femenina.

Es estímulo de la carne me aguijonea. Es difícil conservarse casto en medio de un montón de pensamientos impuros que aguijonean la imaginación... No todo es impuesto. Se presenta ante mí una joven sencilla, hermosa. La primera vez se me escapa algo el corazón. Es curioso: cuando me encuentro junto a ella, tengo fuerza de voluntad para no entretenerme en un flirteo amoroso. Luego la imaginación comienza a dar vueltas.

Disfruto en el homenaje sencillo que dedicamos a Don Miguel Sola en la fiesta del Buen Pastor. ¡Qué delicadeza la de la pequeña coreografía de "Lentejita": "El hada Tragaflor; en ti no cabe error. Sabed que Lentejita es un trasto enredador..."

En mayo, aquel mayo florido e inolvidable de Estella, llega el obispo en visita pastoral. Ayudo a la ceremonia de la confirmación en todas las parroquias. El monseñor me dice: "No me gusta que los seminaristas estén mucho tiempo fuera del seminario." El caso es que ya me encuentro francamente recuperado y decido volver pronto a la Casa Grande.

El regreso no me supuso un trauma, aunque otra crisis distinta se vislumbraba en mí, tal vez producida por la claustrofobia. Los avisos dados por el prefecto me parecían absurdos y ridículos. Todos van encaminados a restringir más y más la libertad. El Seminario se me hace pesado. Siempre obedecer. ¡Mandar me gustaría! Pero he de darlo todo al Señor. Para ser un sacerdote tibio, hoy mismo me saldría. Así era mi sentir de aquellos tiempos. Tuve una buena idea. Escribí a un convento de monjas para que se encargue esta temporada de pedir mucho a Dios por mí. Carmelo Velasco es el director espiritual desde que marchó el anterior. Velasco: hombre serio, poco sensible, al menos en apariencia, racional, rectilíneo, poco rocero. Se percibe su gran esfuerzo por adaptarse a la juventud, mas no lo consigue. Meticuloso, toma notas en un cuaderno secreto de lo que cada uno le manifiesta. Más que confianza imponía respeto, casi miedo. Ante él todos nos sentíamos con complejo de pecadores. No le gustaba animar a nadie a seguir adelante. Prefería que cada uno sacara fuerzas de donde sea, y que eligiese sin ninguna coacción. Esto que entonces nos parecía duro, ahora lo juzgo como un acierto razonable. A pesar de todo, existía un desfase. Porque por otra parte te imbuían de la dignidad del sacerdocio, de su ideal sublime: te ponían la miel en los labios; razonaban lo triste y peligroso que era perder la vocación.

No es que fuese difícil acceder a las órdenes con recta intención: la gloria de Dios y la salvación de las almas. Pero se adherían con frecuencia otras intenciones muy humanas producidas por el señuelo de la categoría social y espiritual. Con mi reciente crisis accedí al Padre. Le conté todas mis nuevas dificultades; mi tendencia solapada hacia la rebeldía; un poco de tibieza. Salí más desanimado de lo que entré. En realidad no quería consultar mi vocación, sino desahogarme. En mi conciencia me sentía con una vocación enorme. El me mandó como prueba el comportamiento exquisito. Y lo cumplí de maravilla. ¡Tenía vista el Pater! Ahora lo comprendo. Una sequedad muy grande rodeó toda mi relación con Dios. Aguanté aquel desierto desolador, y no cejé en mis prácticas de piedad. Mi esfuerzo era serio. A mi amigo Paco no le va bien. Algo tendrá cuando sufre taquicardia y él también durante quince días hace cura de reposo en su casa. Pronto le vemos otra vez entre nosotros.

Acudo a Don Carmelo Velasco a pesar de verlo tan serio. Es muy eficiente; da seguridad. Quedó muy bien impresionado porque mi reacción fue satisfactoria. Pero me exigía también equilibrio mental para dominar los escrúpulos de conciencia que iban apareciendo con fuerza. Me di cuenta con el tiempo de que ni siquiera valía la pena preocuparme para conseguir ese equilibrio.

Visitamos las minas de potasa y admiramos la belleza de las profundidades, en bandas de dos colores, horadadas por mano de hombre. ¡Qué juegos de luces provocaba la electricidad en aquellos minerales pardos, rojos y grises! Cantamos allí un canto ruso. Me imaginaba que estábamos en la cueva de Belén.

Superados los exámenes obtengo calificaciones más que aceptables. Finaliza el segundo de Filosofía: el de Goiburu; el de los densos nubarrones; el que fraguó mis grandes amistades: José Ignacio, Paco, Joaquín, Jesús, Pedrito... En realidad conseguí entenderme bien con todos mis compañeros.

José María Lorenzo Amelibia                                        

Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com

Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/  Puedes solicitar mi amistad en Facebook https://www.facebook.com/josemari.lorenzoamelibia.3

Mi cuenta en Twitter: @JosemariLorenz2

Volver arriba