Para obispos y todos los demás. XXXIII CULMINO LA FILOSOFÍA

La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

XXXIII CULMINO LA FILOSOFÍA

CON GRAN ALEGRIA recibí la noticia de la beca que me concedieron. Procedía de un señor apodado "El Culón". Hombre curioso que hasta su muerte mantuvo novia. Legó una cantidad respetable para ayudar a seminaristas. Desde entonces mis padres nada abonaron en concepto de pensión.

aula

Costó volver a varios compañeros: normal, las chicas. A Edmundo Artajonaz casi hubimos de empujarle para que traspasara el dintel. José Ramos no quería subir el baúl al desván. - Yo me marcho cualquier día. - ¿Por qué? ¿Alguna chica? No. Me aburro aquí. ¡Me aburro! Fueron pasando aquellas crisis. Los dos continuaron llenos de ilusión y llegaron al sacerdocio con deseos de santidad. Hoy, lo mismo que yo, son sacerdotes casados y llenos de fe.

Don Luis Gómez, profesor de Filosofía, Sociología e Historia de la Filosofía, llenaba la mayor parte de nuestros días lectivos. Diría yo de este maestro que era el perfecto caballero. Antes que cristiano y sacerdote hay que ser hombre. El lo era. Y qué difícil resulta encontrar un hombre. De espíritu abierto, sabía acomodarse a las circunstancias. En una excursión al pantano de Alloz se nos ocurrió darnos un baño. Al no estar programado el acto, todos nadamos en calzoncillos como la cosa más natural del mundo. Todos, incluso nuestro profesor, que sin gafas en el agua, no conocía a nadie, pero decía: "Larrauri, me parece que eres tú el que te acercas". Después nos aconsejó que era más sano vestirse a medio secar. No sé en qué fundará este aserto.

Don Luis Gómez me apreciaba. Me consideraba inteligente, y así se lo hizo saber a mi párroco Don Miguel Sola. Me hizo justicia a mi intenso estudio. Todo sobresalientes me dio; en todas sus asignaturas, que eran tres o cuatro. Con gran diferencia, resultó el mejor de nuestros tres profesores de filosofía en todos los aspectos.

Durante todo el curso me encargaron de la limpieza de la sala de profesores. Bonito trabajo. Todavía permanecía sobre el armario un bonete de canónigo abandonado por Don Pablo Gúrpide, después de su elevación al episcopado. ¡Cómo se dejan pequeños tesoros simbólicos cuando se alcanzan otros más pingües! Conservé como curiosa reliquia aquel gorro clerical, y hasta tengo una fotografía con él. ¡Ja, ja! ¡Mis pequeñas vanidades! En algún traslado desapareció en la basura. Mira que si hacen santo a Mons. Gúrpide y haber tirado tal tesoro... El Obispo Larrañaga nos habla de China, de donde lo expulsaron los comunistas. ¿Quién iba a decir entonces que él me consagraría sacerdote?

Mi alma, como arpa, vibraba ante la belleza y delicadeza femenina. ¡Pero qué guapas eran las chicas entonces! (¡Bueno, muchas!) Marañón clasifica al hombre respecto al amor en tres planos o períodos: el adolescente que se enamora de cualquiera. El joven que gusta de un sector determinado de muchachas. El hombre maduro que se enamora de una sola: el gran amor de su vida. Por aquel entonces creo que yo me encontraba en el segundo plano.

Escribía así en mi diario: "He salido a Pamplona. He estado fortuitamente con una chica. No hemos hablado mucho; yo me chiflaba por ella. Sentía una dulce emoción que me embarga. ¡Qué atractivo tiene el amor! He regresado al seminario con el corazón oprimido. Se me hacía duro pensar que tengo que renunciar para siempre a un amor tan legítimo. En la capilla le decía al Señor que sí; que ella era muy guapa, pero que la belleza de este mundo se marchita. Que El es la hermosura inmarcesible. He sentido momentos de lucha. El Señor me mira desde el Sagrario. Miro el sacerdocio y por un momento no siento esa emoción honda de siempre. Estoy leyendo "Un secreto de la Trapa"; la vida de este monje enamorado de Dios. Y hoy mismo he pasado el día así, lleno de Dios. Lo leía despacio; a ratos me distraía con lo de la chica. Veía la locura de amor de Cristo; y no he podido leer más. Hubiera querido estar solo en mi habitación. Llorar allí de amor a mi Dios hecho hombre, sacramentado. ¡Señor, que no sienta tanto amor hacia algunas muchachas! Poco a poco ha ido desapareciendo mi estado de ánimo; después del examen de la noche ha vuelto la paz completa."

Conget nos visitaba con frecuencia. Intimé mucho con él. ¡Lástima que con el paso de los años se limite nuestra relación a una o dos felicitaciones navideñas cada lustro! A Josemari Conget lo miro siempre como un ejemplo de sacerdote bueno, con aspiraciones de santidad, gran apóstol. ¡Ojalá siga con aquel fervor de nuestros año quinto de humanidades! Así quiero pensarlo.

Premian el día del Domund mi artículo titulado "¡A ti misionero del Domund de la sangre!". Me dio gran ilusión ya que participaban en el certamen las mejores plumas del seminario, entre ellos Arbeloa. Pero me hicieron sufrir una humillación bastante grande, ya que el artículo se declamó en un acto público en el seminario, con asistencia del obispo y de la plana mayor, y no sólo no me mandaron recitarlo, sino que ni siquiera dijeron que yo lo había escrito. Gustó mucho. Los amigos, que lo sabían, me felicitaron. Pero ¿por qué me quejo? En la lucha mía interior al ver menosprecios y desear hacer como los santos, le había pedido al Señor aquella mañana: "Que no se diga mi nombre en el salón de actos".

Todavía gustaba de los libros de Toth y leía y fichaba "Sé sobrio" o "Los diez mandamientos". ¡Con qué mimo cuidaba mi fichero! ¡Lástima que después no me haya servido demasiado! Algo sí, pero de tarde en tarde. Lo conservo como reliquia y de vez en cuando le echo un vistazo.

El ambiente se va caldeando cuando llegan los ejercicios. Oración intensa la de aquellos días. Propósitos muy concretos como el de no fumar ni beber vino, no lo cumplí. Aunque hoy he dejado de fumar y de beber copas. El vino lo pruebo un poco en las comidas. Cuesta desprenderse de esos vicios tontos adquiridos solo por mimetismo de los mayores.

Y la culminación de los días de retiro, las órdenes sagradas: nuestra añoranza. Aquel curso la recibieron dos compañeros de Estella: Javier Orradre y Miguel Angel Pérez de Zabalza. Estoy después con los dos; se encuentran muy contentos; yo también me alegro al verlos clérigos a los que tanto he tratado desde niño. Dentro de tres años me toca a mí. Una por una arreciar fuerte en la vida espiritual.

Paso por turno a Don Carmelo Velasco, el Pater. Me asegura que tengo vocación. Esto me llena de consuelo interior y me anima a seguir con decisión. Como reacción frente a todas las crisis del año anterior quise celebrar el catorce de noviembre el día de la alegría. Mas todavía no podía cantar victoria en mi equilibrio interior.

El buen humor presidía nuestras reuniones estudiantiles: Perdía una apuesta con Larrauri, mi amigo de temperamento sanguíneo e impulsivo, el más simpático de todos. Me retó a que él atravesaba el comedor con el carrillo del suministro en posición apaisada. Lo hizo al compás de las risas de todos los compañeros, que en teórico silencio escuchaban la lectura aburrida del refectorio.

Edificantes las conversaciones. Resa me contaba de Zubieta: antes de entrar al Seminario pasaba en oración el domingo desde las tres de la tarde hasta las nueve de la noche. Récord difícil de batir. ¡Oh si hoy dedicaran todos los clérigos un par de horas reposadas ante el Sagrario la tarde de los domingos, mientras la gente sestea o ve el fútbol o merienda en el campo!

El año mariano, 1954, daba comienzo para conmemorar el centenario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. "Nuestra piedad debía centrarse en la Virgen. La santidad es lo único que interesa. Dios, y sólo Dios. A Dios por Cristo. A Cristo por María. Año mariano. Ya señalé mi postura: crecer en amor y devoción a María". ¡Qué ratos de cielo he pasado muchas noches, en la soledad de mi celda, saboreando este apreciado don: "Silencio por todas las partes; los libros reposan para abrirse al día siguiente; el crucifijo en la mesa y la imagen de la Virgen; una estampa de la Misa. Lo que siento dentro del alma no se cambia por las juergas y barullo: alegría íntima, sencilla, inexplicable. Es que el Espíritu Santo habita en mi alma. Es la paz de Cristo. Y yo digo aquello: "O lux beatissima, reple cordis intima, tuorum fidelium... Consolator optime, dulcis hospes animae".

José María Lorenzo Amelibia                                         blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/  Puedes solicitar mi amistad en Facebook https://www.facebook.com/josemari.lorenzoamelibia.3

Mi cuenta en Twitter: @JosemariLorenz2

Volver arriba