De verdad, uno de los sucesos que más lastiman mi sensibilidad es la apostasía formal. Me cuenta un amigo de curia diocesana importante que al año pasan por vicaría más de doscientas personas para apostatar formalmente de la fe católica; incluso pretenden raer su nombre de las partidas de bastísimo.
Yo pregunto a mi amigo: ¿Y no se te saltan las lágrimas cuando van a pedirte tamaño desmán? Mi amigo está acostumbrado; incluso afirma: “Quienes vienen a solicitar desean marcharse cuanto antes; que no se les diga nada; suele ser gente ya madura, aunque por lo general no de gran nivel social; vienen casi siempre en grupo; y da la impresión de ser movidos por alguna organización compuesta para este menester”.
Conozco a un cura que reacciona muy mal cuando van a pedirle la partida de bautismo para llevarla al obispado y solicitar la apostasía. Incluso les insulta, les dice más o menos que son subnormales. ¡Qué se yo! Y se queda tan ancho.
El fenómeno de la apostasía va resultando común. Incluso algún grupo político alardea de fomentarla.
Me viene a la mente una pregunta: ¿Por qué apostatan? Llego a entender que uno pierda la fe, que viva de espaldas a Dios, que no crea ni en Dios ni en la vida eterna. La fe es un don de divino y se puede perder. Pero de ahí a marchar a apostatar formalmente hay mucho trecho. Quien apostata dice que jamás quiere saber nada con la Iglesia Católica. ¿Por qué? Estoy casi seguro de que algo desagradable, duro, descorazonador ha recibido por parte de clérigos, católicos practicantes, instituciones pertenecientes a la Iglesia. No me cabe de lo contrario una inquina tan grande como para dedicarse a renegar de su bautismo, de la religión de sus padres, de aquello que en su niñez fue tan importante para él.
Esta es la cuestión. Lloro por los apóstatas. Jamás se me ocurriría insultarles, sino dialogar, rogarles con mansedumbre que me digan la causa de su apostasía, pedirles perdón por si yo o algún cristiano haya podido de alguna manera influir en su decisión tan dura y perjudicial para ellos mismos. Pido a Dios por quienes apostatan y pido que recapaciten. Y sobre todo llamo la atención a cuantos practicamos nuestra fe y no tenemos un amor tan grande a nuestros semejantes que no se les ocurra apostatar.
Mucha responsabilidad de la apostasía pienso que está en los católicos que parecen santones y son duros con sus semejantes.
José María Lorenzo Amelibia
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