La intendencia

Cuando un ejército se mueve en maniobras militares o en acciones bélicas, lleva siempre junto a sí un número considerable de personas encargadas de alimentar y proveer de todo lo necesario a aquellos hombres en acción. Algo de esto necesita nuestra Iglesia, pero en el orden espiritual.


Nos dicen las estadísticas que el "ejército" de sacerdotes y religiosos de España pasa de veinticuatro mil. Rebasa la cifra de cuarenta mil las religiosas de enseñanza, sanidad y otras actividades apostólicas. ¡Nutrido ejército! Y la intendencia es también considerable: más de novecientos conventos de monjas contemplativas, y alrededor de cincuenta monasterios de frailes dedicados a la oración. Y también son muchos los enfermos cristianos, capaces de engrosar las filas de la intendencia apostólica.

Parece que estas líneas se perfilan con aires triunfalistas, pero no es así. Hemos de mirar serenos la realidad.

Muchas veces cuando me dirijo al Señor le pido con fe: "¡Dadnos sacerdotes santos, almas consagradas santas! Y en mi reflexión personal me pregunto: ¿Cuál será la causa de este bajón de nuestro pueblo en cuestión de fe católica, frecuencia de sacramentos y moralidad pública? ¿Será culpa de la "intendencia" que no alimenta con solicitud a nuestros militantes cristianos? No quiero pecar de intrusismo ni de criticón estéril, intentando dar una solución que solo Dios sabe cuál es. Pero sí estoy seguro de que, si la Iglesia orante, enfermos, ancianos, contemplativos y seglares con el carisma de la vida interior, estuvieran a tono, bien pronto se iba a notar una subida en la vivencia cristiana de tantos pueblos que hoy languidecen en una fe rutinaria o en el hedonismo pagano.

Quisiera que todos los creyentes viviéramos en una continua campaña a favor de la santidad de los sacerdotes y de las almas consagradas. Que los hombres y mujeres que han conseguido con la ayuda de Dios ser fieles a su vocación, dispongan en todo momento de la intendencia cristiana. Que nutra su celo, estimule su fervor y aliente en la acción apostólica. Si hoy rezo y ofrezco mis sufrimientos por este fin, algo se va a notar; he dado un empujoncito en el avance del Reino de Dios.


José María Lorenzo Amelibia
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