El legionario que murió mendigando
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
El legionario que murió mendigando
Leí no hace mucho, cuando ya el invierno iba a menos, un artículo que se titulaba: “Ha muerto el legionario”. Se trataba de un pordiosero que pedía limosna a la puerta de una iglesia del barrio de Salamanca en Madrid. Era un hombre inocente y bueno, nos dice el autor, pero carecía de gancho y simpatía. El servicio municipal de limpieza lo encontró yerto y sin vida, envuelto en un montón de cartones y trapos viejos. Nada nos dicen si entraba o no a Misa; si visitaba a Jesús en la casa misma donde mendigaba. Sí sacaba el articulista una consecuencia evidente: “Se impone una lucha incesante para proporcionar alojamiento a los sin techo”. Y exclamaba: “No se concibe comunidad de orantes que deje morir de frío a un hombre que mendiga en las puertas de un templo.
Pero se me ocurre esta pregunta. ¿Quién se ocupa del alma de tantos mendigos que extienden su bolsa de plástico a cuantos entran en la iglesia? Jesús vino a predicar a ellos el Evangelio.
Hubo un mendigo: Benito José Lavre que hoy se encuentra en los altares. Mendigo a lo divino que pasaba horas enteras, días y noches, en los templos de Roma contemplando la Eucaristía en la exposición de las cuarenta horas. Él entendió la mendicidad como la mejor manera de relacionarse con Dios - Eucaristía y compartir sus mendrugos con otros pordioseros.
Y todos somos muy pobres delante de Dios; por eso le decimos con fervor aquella oración: “Mirad que soy muy pobre, dulcísimo Jesús y necesito de Vos como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar”. Eso sí, no podemos olvidarnos de ofrecer algo de nuestra abundancia material a tantos que pasan hambre y frío para solucionarles su cobijo y su pan.
José María Lorenzo Amelibia
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