La mortificación ha de ser normal en nuestra vida

La mortificación debiera parecernos lo más natural. El hombre es muy diferente de los animales y no debe dejarse llevar de su instinto animal. Esta consideración se hacían los filósofos antiguos y, por pura razón, practicaban esta virtud humana. Una persona que se deja llevar de sus inclinaciones naturales, tiene poco de ser racional. ¿Qué diremos del cristiano que vive años enteros sin negarse en lo más elemental? La vida interior comienza a decaer en el momento en que baja la práctica de mortificación, y por el contrario sube, en cuanto empezamos a sacrificarnos en pequeñas cosas y a aceptar con ilusión los contratiempos de la vida. Si por la salud corporal, por la pura estética nos sacrificamos tanto, ¿cuánto más por la del alma?
No es cosa de una temporada
De joven pensaba yo: la mortificación es cosa de unos años. Después ya está asegurada la fuerza de voluntad y no es preciso tomar el látigo para el cuerpo. Ese era mi criterio. Dejé el examen particular sobre la mortificación y esa fue mi ruina. Casi sin darme cuenta me fui haciendo comodón y desapareció poco a poco de mi alma aquel deseo de sacrificio de mi primera conversión.
Al madurar me he dado cuenta de mi error. He vuelto a tomar de nuevo un poco en serio las riendas. La verdad: no igualo ni con mucho los ardores de sacrificio de mis años mozos, pero espero que Dios se compadezca de mí y le pido con el padre Nieto: Señor dame el don de la oración, dame el don de la abnegación.
Lo podado en los años de la mocedad, brotó después con más fuerza. No se puede abandonar esta sana costumbre de eliminar las hierbas de la comodidad en ningún momento. Y a pesar de todo, ¡cuántas crecen después, y qué difícil cortarlas de cuajo! Puede llegar uno a no sentir dentro del alma esta pelea interior y puede ser precisamente por la desidia de haber abandonado del todo la lucha. No debe por eso pasar ni un solo día sin quebrantar en algo la propia voluntad, el capricho, la gula, la envidia, el amor propio, la comodidad... De lo contrario permanecerá el alma como tierra silvestre, como jardín descuidado y sucio. ¿Cómo se puede complacer el Señor en nosotros? ¿Cómo vamos a ser instrumentos aptos para su apostolado?
San Bernardo solía decir: "Donde hay amor, no hay trabajo, sino sabor." Ojalá miremos así nuestra propia abnegación ¡Cuántos años sin practicar mortificación voluntaria! Me parecía suficiente aceptar los sinsabores de la vida, las molestias cotidianas. Eso sí. Hoy me doy cuenta de ser eso muy bueno, mas no suficiente. El Señor desea algo más de nosotros para entregarse a nuestras almas. Varios pequeños sacrificios practicados durante el día estimulan al alma muchísimo. Incluso dan un fervor decisivo a la esa "tibieza rondante"
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