La pederastia, plaga que existía y ahora salta a la vista

Copiamos de “El Mundo” (10-3-10 pág.2) un comentario a una noticia sobre pederastia en el clero de ese día. El articulista insinúa el problema de la legislación celibataria y los abusos sexuales en el clero. Muchos sostienen que se dan más escándalos de pederastia fuera del clero que en el mundo eclesiástico.



Por supuesto que en números absolutos tienen razón. Pero habría que mirar la proporcionalidad. Particularmente pienso que es mayor dentro del clero, y creo que se habrá dado mayor proporción todavía en siglos pretéritos, porque el cura entonces estaba más apartado del mundo por su indumentaria y forma de vida. En resumen: es necesario revisar la ley del celibato. Pero vamos al artículo y que cada uno saque sus consecuencias.

La pederastia y su cura

EL MUNDO / arcadi espada
 LOS CASOS de los curas pederastas me inspiran una particular compasión. Ser pederasta es un grave problema; pero añadir la observancia de Dios y de la regla al asunto debe de ser una tragedia morbosa poco comparable. Hay algo más: cada vez que traen a un cura prendido en alguna de esas escandalosas redes advierto un hilillo de sangre en las fauces de la prensa socialdemócrata.

En el pueblo decimos, muy gráficamente, menjacapellans y ésta de la caída en las redes pederastas debe de ser una de las sutiles variantes modernas de la práctica ancestral. Por eso comprendo al portavoz vaticano cuando dice que acusar específicamente a la Iglesia de pederastia es falsear la realidad: la pederastia se da con la misma intensidad (leve intensidad, valga la precisión) en otros ámbitos sociales.

  El problema que tiene el portavoz vaticano es otro. Y lo refleja empíricamente un canónico estudio (1996) de Philip Jenkins: de la conducta de 2.200 sacerdotes se dedujo que alrededor de 40, menos de un 2%, había cometido algún tipo de abuso sexual; pero sólo uno de los 2.200 fue clasificado como pedófilo. El diccionario español distingue entre pedofilia (atracción sexual por menores) y pederastia (consumación de la atracción). Y al parecer también lo hace el estudio de la Universidad de Pensilvania: un «ser» pedófilo por 40 actos pederastas. Ignoro hasta qué punto es una distinción que todas las escuelas psiquiátricas aprobarían. Pero tiene al menos dos serios fundamentos: la convicción creciente de la influencia biológica en la atracción sexual por los niños y la evidencia de que ambientes clausurados (internados, cuarteles o conventos) facilitan conductas sexuales que en circunstancias abiertas no se producirían.

  El problema del portavoz vaticano está en el ambiente. En el celibato obligatorio que desde Letrán, y sobre todo desde Trento, aflige al clero latino. Es plausible que la pedofilia no sea un rasgo de la personalidad más extendido en el clero que en otros colectivos; pero en ese caso la hipótesis razonable sobre el origen de la conducta pederasta (la mortificación de los sentidos que impone el celibato) afectaría al Vaticano con una problemática contundencia.
Si la violencia del celibato engendra la violencia pederasta, la Iglesia afronta una grave elección moral. De la que también podemos pedirle cuentas los infieles. Porque suyas son sus castidades, pero de todos sus víctimas.

José María Lorenzo Amelibia
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