No podemos estar tristes


Me decía una persona joven universitaria de religión hindú: “Vosotros los católicos no podéis estar tristes, tenéis por alimento a vuestro Dios. Él es vuestro compañía en todos los Sagrarios del mundo. ¿Cómo estar tristes? ¿O no lo creéis”.

Cuando pienso en el Sagrario me parece imposible que jamás hay podido desalentarme. Jesús mismo, después de instituir este sacramento, quería que su alegría fuera nuestra. Puedes leer despacio el capítulo quince de San Juan. Pero no pierdas la paz si esta alegría interior no trasciende a la parte sensible de tu espíritu. Ha habido muchos santos con enorme sequedad después de la comunión.

Lo maravilloso es que Jesús va transformando poco a poco tu alma, y la hace semejante a sí mismo, cada vez que nos nutrimos de este manjar divino. Cristo obra silenciosa y eficazmente en nuestro corazón.

El alma tiene que ser calentada con la presencia eucarística. Si te alejas, comienzas a entrar en la tibieza de espíritu; después en frialdad e indiferencia. Pero, amigo, los hielos no están hechos para ti. Huye de la rutina. Sin la visita del Maestro, sólo puedes esperar desilusiones y malestar perpetuos. Si abres el alma a influencias y aspiraciones de este mundo hasta el apego, las cosas caducas llenarán del todo tu atención; entonces la Eucaristía aparecerá como algo marginal.

¡Cuántas comuniones casi perdidas!
Dejas escapar el manantial de la alegría, el agua de la pureza y santidad, para refrescar el espíritu en charcas contaminadas. ¿Cabe mayor necedad?
Cada comunión nos asemeja a Jesús. Y después Él nos ama con gran ternura. Imposible en este mundo otra fuente de mayor felicidad.

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