Los que siempre quieren tener la razón y pronunciar la última palabra
Enfermos y debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Los que siempre quieren tener la razón y pronunciar la última palabra
¡Tengo razón!
De joven me encantaba debatir, porfiar, discutir; eso sí, nunca llegábamos a las manos. Eran peleas de adolescente que a nada conducían. Había que ganar al adversario con razones, lo mismo que si se tratara de un partido de pelota mano a mano.
La madurez me ha ido enseñando que no merece la pena perder el tiempo en porfías inanes. Pero a pesar de haber llegado a la edad superadulta, hay personas que continúan con la misma fiebre que en sus años mozos: siempre han de ponerse encima, como el aceite; ellos jamás dejan de tener razón.
Un compañero me aconsejaba de esta manera: “Tú nunca dejes al dialogante – sea igual, superior o súbdito – que pronuncie la última palabra. La has de decir tú”. A mí me causó extrañeza tal consejo y nunca le hice caso. Pero observé en él que siempre actuaba de esa forma; siempre quería tener la razón; jamás renunciaba a la última palabra. Y es verdad, ganaba todos los debates, nunca permitía rendir su criterio a las consideraciones de otro. Pero cada vez se distanciaba más de compañeros, súbditos y superiores. Es el tributo que pagamos cuando nuestro empeño absoluto radica en vencer en toda contienda dialéctica.
La experiencia nos va enseñando a saber perder; a considerar las razones del compañero con interés; a exponer nuestra opinión con calor, pero sin encono: una sola vez y quizás una segunda para matizar; que el contrincante diga todas las demás palabras según le parezca, incluso la última. Cuando hemos superado la adolescencia, no tiene ningún sentido discutir o porfiar. Recuerdo un adagio que nos repetían en clases de Filosofía: “En lo necesario, unidad; en lo discutible, libertad; en todo, caridad”. Se grabó en mi alma y me alegro de haberlo tenido en cuenta casi siempre. Cuando lo he olvidado, he tenido que arrepentirme.
Para mí es más fácil hoy dar la razón a mi vecino que llevarle la contraria. Si pienso de manera distinta, se lo digo. Y que cada uno siga con su criterio. No se trata de demostrar, ni de convencer, sino de exponer con calor y con amor. Si convences, bien. De lo contrario, tan amigos. Me parece que eso es madurez. Quien siempre ha de estar por encima de todos, puede rayar en la paranoia. ¡Una pena!
- José María Lorenzo Amelibia
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