¿Te has sentido abandonado del todo alguna vez? A mí me ha ocurrido en dos ocasiones y por breve tiempo: cinco minutos y un cuarto de hora. Pero me parece suficiente para tener experiencia de lo duro que es. Fueron momentos de un un dolor físico supremo, torturante.
Entonces, si a uno le fuera dado elegir entre morir o aguantar por tiempo indefinido para seguir viviendo, elegiría por puro instinto la muerte, sin que tal vez pudiera intervenir la voluntad. He aquí el abandono total. De nada te sirve la compañía de personas a no ser que sean capaces de quitarte el dolor. Si no lo consiguen, te encuentras del todo desamparado.
En nuestra existencia nos acompañan a veces abandonos parciales. Son también muy sangrantes y producen hastío de vivir. Pero es preciso sobreponerse; mirar a Cristo, gran Maestro, que nos enseña la abnegación como camino de ir a Dios.
Jesús padeció el abandono material. Nos lo dice el Evangelio: Las raposas tienen su madriguera y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reposar sus cabeza" (Mt. 8,20) No es fácil encontrase en esta situación cualquiera de nosotros.
Padeció Jesús el abandono de la autoridad. "Los príncipes de los
sacerdotes y los ancianos del pueblo se pusieron de acuerdo para apoderarse con engaño de él y hacerlo morir." (Mt. 26,34) También las multitudes le abandonaron y exclamaban: "Suelta a Barrabás... crucifícale." Hasta sus amigos le dejaron solo; incluso el mismo Pedro: "No conozco a ese hombre de que me habláis"
Cuando te llegan, amigo, momentos de soledad imposible, pon tu mirada en Cristo nuestro Maestro y Señor; pero no para consolarnos como los bobos, sino para sacar fuerza de debilidad, que si Él, Dios y hombre verdadero, sufrió y nos dio ejemplo, no puede permitir que sus redimidos quedemos confundidos; nosotros que hemos esperado en Él.
Y Jesucristo sufrió también el supremo desamparo precisamente en los últimos momentos de su vida. ¡El desarraigo total de su pobre ser! Invoca al Padre cuando se ahogaba en la cruz con dolores de suplicio, y se siente abandonado. Es el clímax del dolor, imposible sufrir más; suprema soledad. Y no le valió nada la bondad infinita que había mostrado en su existencia terrenal. Nadie más pobre que Él en esos momentos. Incluso abandonado del Padre celestial: "¡Padre, ¿por qué me has abandonado?"
Ahora, cuando no estamos sintiendo ese supremo abandono, vamos a fijarnos en Jesús, y tomemos fuerza de Él. ¡Y con gran esperanza! Porque las últimas palabras del Maestro fueron éstas: "En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu".
José María Lorenzo Amelibia
Si quieres escribirme hazlo a: jmla@jet.es
Puedes solicitar mi amistad en Facebook pidiendo mi nombre Josemari Lorenzo Amelibia
Ver página web: http://web.jet.es/mistica