Fermín Riaño, misionero asturiano en Tailandia "Los españoles que viajan a Tailandia no lo hacen buscando turismo sexual"

El sacerdote Fermín Riaño (Avilés, 1960) acaba de decir misa en la iglesia de Santo Tomás de Cantorbery. Riaño no es un cura corriente. Desde hace dos décadas es misionero en la diócesis de Udon Thani, en la frontera entre Tailandia y Laos, en medio de Indochina. Fermín Riaño ha regresado a Avilés para asistir al funeral de su padre, que falleció el fin de semana pasado después de sufrir una larga enfermedad. Riaño se deja fotografiar: primero delante del templo de Sabugo y, después, en el interior de la iglesia. Se abriga. «En Avilés hay treinta grados menos que en Udon Thani», explica. La conversación se desarrolla en una cafetería del barrio. Lo entrevista Saúl Fernández en La Nueva España.

-Por ir al grano. ¿Por qué decidió ser misionero?

-Fue un planteamiento de vida. Me hice una pregunta: ¿Cómo ser cura, cómo servir a esta Iglesia y la gente desde el Evangelio?

-¿Y qué se respondió?

-Acabo de cumplir 25 años como sacerdote. Trabajé en la cuenca minera, en Sama, y, después, en el barrio de Ventanielles, en Oviedo. Trabajé en la calle, con movimientos sociales... Las posibilidades de ejercer el ministerio sacerdotal son enormes. Opté por el Tercer Mundo, donde la persona de Jesús aún es desconocida. Había hablado con compañeros que llevaban asuntos como estos de los que te hablo. Entonces estaba vinculado a los movimientos contra la violencia, luchando por la objeción de conciencia. Y descubrí Asia, un continente al que me llevó el deseo de trabajar por la construcción de un mundo más justo y más pacífico.

-Y de todos los países de Asia, Tailandia.

-En aquel momento estaba a punto de ser canonizado San Melchor de Quirós, que murió martirizado en Vietnam. Entonces la Iglesia de Asturias echó su mirada hacia Asia. Teníamos una misión en Guatemala y había otra en Benin. Gabino Díaz Merchán propuso enviar allá a algún sacerdote. En la diócesis de San Sebastián estaban igual: tenían un mártir en Vietnam y estaban pensando en mandar gente para allá. A través del Instituto Español de Misiones Extranjeras nos juntamos tres sacerdotes enviados desde distintas partes del país para abrir un trabajo de misión en Asia. A todo esto se sumaba Juan Pablo II, que había dicho que el tercer milenio era el de Asia. Cuando nos ofrecimos a ello no sabíamos en qué país.

-Donde no acudieron fue a Vietnam.

-No admite todavía misioneros. Por otro lado, la iglesia vietnamita es muy potente, de las más potentes de Asia. No puedes pasar a Vietnam como sacerdote católico para evangelizar.

-¿Qué se encontró la primera vez que llegó a Tailandia?

-Llegué en 1991, con 30 años, que es una buena edad para aprender un idioma. El tailandés es una mezcla de chino y de hindú: escribimos como los indios y hablamos como los chinos. Son todo monosílabos. A cada monosílabo puedes darle cinco tonos para cambiar el significado. Hay 44 consonantes y 28 vocales. Todo esto lo aprendí en Bangkog, en un curso de nueve meses: dos horas diarias con una profesora particular. Los primeros meses los pasé en la parte antigua de la capital, donde los canales. Ahí hay muchas parroquias de chinos. Aprendí tailandés y chino, aprendí a comer, las costumbres del país. Aprendí también que no podía tener barba. Es un poco sucio. Me quité la barba, como me quito los zapatos al entrar en un domicilio.

-El choque de Bangkog con Sama de Langreo debió ser enorme.

-Ejercí en Luarca, en Sama, en Oviedo y conocí el mundo de la pesca, el de la mina, un barrio obrero. Todo aquello te da un ambiente de calor y de acción. y todo aquello te queda cortado cuando llegas a un mundo donde las expresiones son mucho más comedidas.

-¿A qué se refiere?

-El tailandés no te mira a los ojos cuando te habla, pero eso lo hace por respeto a la identidad del otro. Mirar a los ojos al hablar no es signo de confianza, es signo de búsqueda, de investigación. Eso te cuesta entenderlo al principio. Luego descubres que tienen catorce sonrisas. Esto lo entiendes cuando hablas de las miradas: hay miradas que matan, hay miradas que seducen...

-España está en el segundo lugar por lo que se refiere a turistas que viajan a Tailandia.

-El turismo de recién casados es el que más abunda.

-¿Y el turismo sexual?

-Sigue siendo una empresa que tiene clientes americanos, australianos, alemanes y japoneses. Los españoles no se inclinan por esta línea, viajan más los recién casados. Lo que buscan los españoles es conocer una naturaleza desconocida, unas costumbres distintas.

-La democracia tailandesa, ¿en qué estado se encuentra?

-Tengo el permiso de misionero desde hace veinte años. Cada año tengo que renovar el visado en el Ministerio del Interior y en el de Educación. Esto no me quita de presentarme cada 90 días ante la Policía para decir: «Sigo aquí». En Tailandia tienes una serie de libertades que, comparadas con las de otros países del entorno, están muy avanzadas. En Malasia, por ejemplo, tienes que pedir permiso para predicar. Laos y Vietnam son países comunistas, de los cinco que quedan en el mundo. El 95 por ciento de los tailandeses son budistas, el 4, musulmanes. El 0,5 por ciento somos católicos y protestantes y el resto practican religiones tradicionales. La democracia en Tailandia es una realidad que se va construyendo día a día. Pero eso pasa también aquí: ves en la calle a la gente exigiendo más protagonismo de la sociedad civil.

-¿Cómo vio el movimiento de los indignados desde Tailandia?

-Desde la lejanía, a través de internet, de amigos. Lo ves como una respuesta a la situación de shock que produce la crisis económica que afecta a los más desprotegidos. Gente joven que se une e intenta avanzar porque a lo mejor los partidos no están en disposición de ello. En Tailandia la cosa es distinta.

-Llegó cuando se produjo un golpe de Estado.

-En una sociedad budista y ortodoxa, donde se veneran a los monjes, el rey es la persona con más mérito capaz de cuidar de todo el país. Por tanto, no se puede hacer un golpe contra él. Es una encarnación de la mayor bondad que se puede encontrar en el país. El golpe fue contra un sistema eminentemente corrupto en el que participaban soldados, policías y empresarios sin escrúpulos. Después de aquel golpe hubo tres más.

-Acaban de nombrar viceministro a uno de los líderes de los camisas rojas.

-Hace un par de años estalló el movimiento de los camisas rojas cuya identidad está en la propia camisa, pero también apoyan la venida de Thaksin Shinawatra, que está huido. Defienden el final de la pobreza tan al límite en que se encuentra una gran población del mundo rural.

-Desde el punto de vista católico, ¿cómo es Tailandia?

-El 0,5 por ciento de la población es católica. Existe libertad de culto. El rey protege todas las confesiones y se nos deja trabajar, aunque dentro de unos límites. Por ejemplo: no puedes vender una Biblia en una librería, tienes que hacerlo en tu templo. Los actos religiosos los tienes que hacer circunscritos al templo. No puedes hacer una procesión de Semana Santa por las calles. Pese a todo es una satisfacción vivir el evangelio entre aquellos que aún no lo perciben. Trabajar como misionero en Tailandia es establecer un diálogo entre tú y tu alrededor. Y eso es lo más satisfactorio.

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