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Una vida de Pasión: Semana Santa en la prisión
Soy una persona que está presa en la cárcel de Navalcarnero desde hace ya ocho años, y la verdad es que la vida en esta cárcel, como supongo que en todas, no es difícil, porque la cárcel te separa de todo lo que es tu vida diaria: de familia, de amigos, de la sociedad, de disfrutar del día a día…
Soy consciente de que estoy aquí por mi mala cabeza, por querer tener más dinero y por buscar una vida más fácil, pero me gustaría que la cárcel fuera un sitio no solo de castigo por lo que he hecho, sino que fuera también un sitio donde pudiera recomenzar de nuevo mi vida, asumiendo el error que he cometido y por supuesto “pagando” por ello.
Que fuera un sitio que favoreciera lo que se dice siempre desde las leyes “la reinserción”, pero creo que no es así. En mi caso, lo que he ido en estos años aprendiendo y madurando ha sido gracias sobre todo al esfuerzo personal, a mi familia y a la presencia de la Iglesia de Jesús. En esta presencia de Iglesia dentro de la cárcel me gustaría centrarme, porque para mí, que, además, soy creyente, es una presencia muy especial, en el día a día, y los sábados cuando nos reunimos en la celebración de la misa.
Los sábados en la Eucaristía nos encontramos un lugar donde vemos a personas con gran corazón humano y que nos regalan un tiempo de sus vidas para que nosotros encontremos en ellas el alivio de saber que, aparte de nuestras familias, también le podemos llegar a importar a alguien. Siempre cuando llegamos a la celebración nos regalan las mejores sonrisas y un gran abrazo. Este lugar especial y diferente se llama “Iglesia”, que es una sala grande de la zona sociocultural, pero que el sábado se viste de algo muy especial: de cariño, de comprensión y de alegría, donde percibimos la presencia de Dios y de Jesús.
Gracias al capellán y a los voluntarios podemos tener un rato de alegría y de paz en nuestros corazones, escuchando la Palabra de Dios, meditando en torno a ella, y descubriendo lo que nos puede aportar en nuestras vidas. Pero siempre desde la cercanía y la humanidad de cada uno de los que estamos allí, incluso a veces sin saber quién es el preso y el que viene de fuera, porque todos somos iguales.
El capellán -el padre- es un ser humano que está lleno de buenas energías, las cuales nos las transmite con su forma de ser y el carisma que lo caracteriza, y en compañía de todos los voluntarios, que nos hacen sentir, como digo, que somos una familia.
Por un tiempo y en este lugar de sufrimiento, sí podemos encontrar a personas con un gran corazón que permiten que yo sea uno más de ellos
Por un tiempo y en este lugar de sufrimiento, sí podemos encontrar a personas con un gran corazón que permiten que yo sea uno más de ellos, y disfrutar de un encuentro en búsqueda de la paz interior que tanta falta nos hace.
Me parece que la labor que hacen estas personas no está pagada de ninguna manera, su ayuda desinteresada nos hace descubrir que también para ellos somos importantes, que merecemos la pena, que no somos lo último de la sociedad, como a veces aquí otras personas de la institución nos hacen creer. Somos conscientes del daño que hemos hecho, pero queremos y necesitamos cambiar. Y la Iglesia, a eso nos ayuda a diario, no solo los sábados, sino con todas las actividades y encuentros que realizamos aquí. Y especialmente con las salidas y convivencias familiares, y el camino de Santiago, donde nos sentimos sobre todo “personas”.
Desde esta experiencia, sí que le pediría algunas cosas a la institución de la cárcel, al “sistema penitenciario”, que se pueden mejorar:
Por todo esto, me parece también importante que personas de la calle puedan venir a visitarnos, a veces se les pone muchas pegas desde la institución, pero es bueno que vengan por aquí y vean quiénes somos, cómo vivimos y qué hacemos, para que después también puedan contarlo y pueda cambiar la imagen que los presos tenemos en la calle y en la sociedad. La iglesia también trae siempre a muchas personas de fuera y organiza actividades, pero me consta que desde la cárcel no se facilita nada de esto.
Sabemos también que el capellán y los voluntarios han estado con el papa Francisco en Roma, y que les ha acogido con mucho cariño; el Papa siempre se hace presente en nuestra vida y en nuestro sufrimiento a través de las cartas que nos envía por medio del capellán. Gracias padre, por hacernos tan cercano al Papa y por transmitirle lo que somos y lo que necesitamos. Y gracias también al Papa que siempre está preocupado por nosotros y nos transmite todo su cariño.
Gracias padre, gracias voluntarios por regalarnos esos grandes momentos de calor humano en este lugar tan frío. Gracias por estar tan cerca de nosotros. Gracias por traernos vida y esperanza en cada momento. La Iglesia está presente con nosotros, y lo ha estado conmigo en todos estos años, de modo particular, y también con mi familia. Yo era religioso pero me han hecho descubrir también un rostro muy humano de Dios, a través de tantos gestos de cariño que me han dado, especialmente de abrazos, y de comprensión. Pronto voy a salir de aquí, pero me llevaré todo lo vivido y contaré todo lo que la Iglesia de Jesús hace en favor de los presos y sus familias. Gracias por todo.
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