Arte y religión: Exposición de “El Divino”




Desde el 1 de octubre de 2015 y hasta el 10 de enero de 2016, el museo de "El Prado" nos brinda la oportunidad de deleitarnos descubriendo a uno de los grandes pintores de pintura religiosa y de imágenes devocionales: Luis de Morales, a quien Antonio Palomino denominó, con un viejo tópico literario y licencia poética, "El Divino".


El pintor, nacido y vencido en Extremadura en el siglo XVI, es de meticulosidad y detallismo brillante, empleando de manera magistral el sfumato de tradición lombarda, con un cromatismo acentuado y una definición manierista (alla maniera del Renacimiento) e hispanoflamenca, esta última caracterizada por un gran realismo y la profusión de detalles. Es heredero de la estrecha relación entre la cultura y el arte de Flandes y la Monarquía Hispánica, que desemboca en una época de crisis, económica y espiritual con el trasfondo siempre inquietante de una reforma, la protestante.


Son cincuenta y cuatro las obras expuestas en la sala C del museo, agrupadas en distintas denominaciones y motivos, siendo la principal figura la de María, caracterizada como una joven de rostro ensimismado o melancólico, de facciones suaves y piel impoluta, realizada con el citado sfumato que le caracteriza.


La primera agrupación es la de Iconos perdurables, con las creaciones más conocidas y monumentales del pintor. Una segunda agrupación lleva por nombre En torno a la Virgen y el Niño, con motivos evidentes. Otra sección es la denominada Narraciones complejas: los retablos; para continuar con el apartado pictórico denominado Pintura para “muy cerca”. Imágenes de pasión y redención, centrada en la cabeza o busto de Jesús en la Pasión. Para terminar con el espacio llamado San Juan de Ribera y la espiritualidad de la Contrarreforma, Obispo de Badajoz y de quien Morales fue considerado su pintor de cámara.



Alguna de sus obras, como la Virgen del pajarito, refleja un ejemplo de plenitud de estilo en una primera etapa, antes de reflejar las exigencias de la iconografía tridentina, más inclinada a las imágenes dolientes y dramáticamente expresivas. En esta obra, el pajarito simboliza la Pasión y muerte de Jesús, y dícese que ello justifica un gesto melancólico de la Virgen, en una representación que evoca la Virgen del jilguero de Rafael.


Desde la recia serenidad hasta el dramatismo angustioso en que Morales convierte la narración pictórica de las representaciones religiosas, hace indicar una importante devoción privada de los comitentes, en la que aristócratas y burgueses competían en piedad, que conforme al método preconizado por las Meditationes vitae Chisti franciscanas, el fiel viene impelido a experimentar sentimientos de arrepentimiento y misericordia ante la vida de Cristo y su Pasión, pero tampoco es ajeno el intenso debate que se dio en la época entre la acentuación del gozo redentor o la agonía de la Pasión. Ejemplo clarificador de ello es la imagen pictórica de la reiterada Piedad (Mater Dolorosa), sita en el museo de la Real Academia de Bellas arte de San Fernando, obra de una magnífica y bellísima factura como de una desgarradora emotividad que a la postre y en círculos mendicantes, era la creencia de que las emociones podían estimularse mucho más mediante las imágenes que por la letra o la palabra.


En la citada Piedad, la Virgen está de rodillas desfallecida, pero abrazando con fuerza y ternura el pecho y costado de Cristo, en el que clava sus dedos en la carne casi trémula y ahora fenecida, con sus rostros aproximados, que además de empatía y cercanía con el dolor, desprende emoción y patetismo.


Fray Luis de Granada (1504-1588), en su Compendio de doctrina espiritual y memorial cristiano, describe cómo —al igual que en la meritada Piedad de la Academia de San Fernando de Madrid— la sangre y el agua que brotan del costado derecho de Cristo son comparables a una “Rosa de inefable hermosura: Rubí de precio inestimable: Entrada para el corazón de Christo: Testimonio de su amor: y Prenda de la vida perdurable”.




Otra obra maestra y de sublime representación de Morales es la Virgen de la leche (Galactotrofusa), de la que existen distintas versiones, siendo ésta del museo de “El Prado” la de mayor formato y de una muy cuidada técnica, en la que el cabello y el velo son veladuras de exquisita creación. Sin ninguna referencia espacial o temporal y con un fondo oscuro destacan las carnaciones de rostro y manos volcadas en su retoño.


Pero más allá de la belleza del rostro de María ovalado y rafaeliano, el cuadro nos presenta una escena cotidiana del encuentro tímido y cómplice entre una madre y un hijo, que en cuanto disposición iconográfica estaba ampliamente difundida desde la época bizantina hasta la Edad Media. El niño amamantado de su fuente nutricia o el pecho al descubierto de María, fue despareciendo, a lo largo del siglo XVI por considerarse indecoroso o inapropiado debido a las vicisitudes religiosas y convulsas del citado siglo.


Además, y entre otros, se puede disfrutar de varios cuadros en pequeño formato de la Virgen vestida de gitana, donde sobresale un sombrero de ala plana y un manto anudado a su hombro izquierdo. Son imágenes melancólicas que rememoran la huida a Egipto escapando de la muerte a la que había condenado Herodes a los niños recién nacidos. La mencionada indumentaria trae su causa en la creencia de la época de que los nómadas gitanos provenían de Egipto.

En definitiva, una exposición magnífica para profundizar o descubrir a un pintor que ha escrito su nombre en oro en las predelas de la historia del arte universal.

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