Caravana de Centroamérica, entre odio y solidaridad



Editorial CCM / Éxodo de migrantes, caravana que vuelve a conmover y estremecer para preguntarnos por qué los sistemas económicos han fallado en el propósito de bienestar y posibilidades de desarrollo en una región convulsionada por décadas. Centroamérica no tiene descanso ni paz cuando, al final del siglo XX, guerras y conflictos agobiaron a miles de personas. Inestabilidad, crímenes, violencia, inseguridad e incertidumbre… todos alimentados en ideologías y corrientes por la hegemonía del capitalismo. La larga noche de los países centroamericanos parece más y más obscura: Violencia de Estado, represión y barbarie. Los líderes de la revolución parecen traicionar al pueblo, represión y censura son sus armas. En unos, el gobierno tiene trazos de dictadura; en otros, son títere de poderes extranjeros.

La caravana de migrantes venidos de Honduras no es éxodo persiguiendo el sueño americano. Quieren denunciar la pesadilla la cual gritan para despertar al mundo. Sin embargo, en lugar de esperanza, el odio y rechazo marcan su camino y la incertidumbre es la única cosa garantizada si llegan a los Estados Unidos.

En la década de los 80 cuando El Salvador era diezmado por una cruenta guerra civil, muchos salieron por asilo en Estados Unidos. Algunos estudios sobre esa época suponen que casi millón de personas fueron desplazadas dentro de El Salvador o fueron refugiados en Centroamérica y México. En 2007, el Instituto de Políticas de Migración (MPI) estimó que, entre 1985 y 1990, 334,000 salvadoreños, aproximadamente, entraron a los Estados Unidos. Miles rogaron por asilo político y sólo el 2% de las solicitudes fueron aprobadas. El resultado fue que muchos vivieron en ese país como indocumentados en situación ilegal.

Las caravanas migrantes no habían llamado la atención como la que actualmente atraviesa México. De acuerdo con docentes de El Colegio de la Frontera Norte (Colef), “presenciábamos el paso de dos caravanas a lo largo del año: una en fechas previas a la Semana Santa, denominada “Viacrucis migrante”; la otra en el último trimestre, integrada por familiares de migrantes desaparecidos en México”. Diariamente, los provenientes de Honduras, El Salvador, Nicaragua o Guatemala cruzan una porosa frontera para alcanzar la del norte que cada día se blinda más. El Colef estima que entre 550 y 1,100 migrantes centroamericanos ingresan diario a México, pero la actual caravana es un repudio masivo con el carácter de denuncia política por los graves signos de inestabilidad, pobreza y violencia de esos países, además de ser demostración de rechazo de políticas xenófobas y racistas del gobierno estadunidense.

México enfrenta este reto en dos frentes abiertos. Uno, la caravana misma. La atención de más de siete mil personas impone al Estado mexicano nuevas formas para hacer posibles políticas migratorias humanas, justas y legales para proteger los derechos fundamentales. Tales hechos crecerán y serán más agudos en el futuro por lo que la planeación económica y presupuestaria de México deberá, ineludiblemente, prever estos flujos migratorios como una oportunidad para potenciar el crecimiento y desarrollo de nuestro país.

El otro frente está en la propia crispación y divisiones sociales. Es injustificado el odio en redes por la presencia de migrantes, pero no se trata simplemente del ataque a extranjeros, más bien, los mexicanos seríamos más aporófobos –rechazo a los migrantes pobres- que xenófobos. No obstante, organizaciones de la sociedad civil y, singularmente, los obispos de la Iglesia católica mexicana llaman a abrir la voluntad y el corazón solidario para atender estas migraciones masivas en “acción conjunta” con pasos concretos: acoger, proteger, promover e integrar a quienes salen de su país. Eso nos devolverá la conciencia de que, en esencia, todos somos migrantes.
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