El Cardenal Norberto Rivera peregrina a Viterbo



Pbro. Hugo Valdemar / SIAME.6 de marzo.- Cuando el Papa emérito Benedicto XVI se despidió públicamente en Castell Gandolfo, dijo que volvía a ser un simple peregrino en el último tramo de su existencia. Pero peregrinos de esta vida somos todos: los cristianos sabemos bien que estamos de paso, que nuestra verdadera patria no es esta tierra, sino que aspiramos a la Jerusalén celestial, último término de nuestro caminar, a veces lleno de fatigas, pero también de alegrías y esperanzas.

Con el fin de prepararse espiritualmente para el próximo Cónclave, el pasado sábado 2 de marzo el cardenal Norberto Rivera Carrera quiso peregrinar a Viterbo, la también así llamada Ciudad de los Papas, donde fijaron su residencia prácticamente toda la segunda mitad del Siglo XIII; cinco pontífices fueron elegidos, cuatro están ahí sepultados y 51 la han visitado; el último en hacerlo fue Benedicto XVI el domingo 6 de septiembre de 2009.

Lo que hoy conocemos como Cónclave (viene de cum clavis, que significa con llave) prácticamente nació ahí, en Viterbo, cuando en noviembre de 1268 murió el Papa Clemente IV, y transcurrió un año sin que los Cardenales se pusieran de acuerdo para elegir al sucesor de Pedro; ante esta situación, el gobernador de la ciudad, Alberto de Montebono, cerro herméticamente el Palacio donde sesionaban los Cardenales y racionó las provisiones de alimento y agua, las cuales hacía pasar por una parte del techo que había mandado a desmontar para este fin, pero aún así, fue hasta noviembre de 1271 cuando elegido el obispo de Piacenza, Teobaldo Visconti, quien fue llamado Gregorio X.

Para la celebración de la Santa Misa en Viterbo, en la hermosa capilla de la catedral dedicada a Santa Lucía, el rector, muy cortésmente dio al cardenal Rivera el cáliz con el que celebrara el beato Juan Pablo II y después el Papa Benedicto XVI en sus respectivas visitas a Viterbo. Al término de la Eucaristía y después de un momento de oración, el obispo de Viterbo, Mons. Lino Fumagalli, hizo pasar al Sr. Cardenal a su casa y le ofreció un café mientras nos explicaba a los ahí presentes la historia de esta diócesis centenaria; al término de esta charla, invitó a pasar al Primado de México a la famosa Sala del Cónclave, donde le explicó las fascinante historia del tormentoso cónclave del que hemos hablado anteriormente, en el que fue electo Gregorio X. Impresiona la severidad de aquel lugar austero e imponente, en cuyo pavimento aún se pueden ver los orificios para enclavar ahí una especia de casas de campaña donde los Cardenales se protegían de la intemperie a la que se vieron expuestos una vez que quitaron el techo para obligarlos a acelerar la elección.

No hay duda que volver a los orígenes nos hace reflexionar hondamente en lo que ha sido el peregrinar de la Iglesia hasta llegar a este delicado momento de Sede Vacante, en el que los Cardenales, más allá de las fantasiosas fracciones de supuestos grupos y guerras de poder, deben orar y reflexionar seriamente en la grave decisión que tendrán que tomar ante su conciencia y ante el Señor para elegir al Sumo Pontífice que tomará las riendas de la Iglesia. En este emblemático lugar, el papa Benedicto XVI citó las palabras de San Buenaventura que decía que la mente “debe ir más allá de todo con la contemplación e ir más allá, no sólo del mundo sensible, sino más allá de sí misma”.

Viterbo es una lección de la historia que nos lleva a entender el porqué de la secrecía que obliga a todos los Cardenales respecto al Cónclave, a la libertad que deben tener para elegir adecuadamente, pero sobre todo la necesidad de entender que deben ser instrumentos dóciles a la guía del Espíritu Santo, y para ello es necesario orar y meditar, sustraerse de quienes indebidamente pretenden influir sin conocer ni entender a la Iglesia, que no es una institución más, sino como dijo el Papa emérito Benedicto XVI, es un Cuerpo vivo cuya cabeza es Cristo, y animada siempre por el Espíritu Santo. La elección del nuevo Papa es más un motivo de esperanza que de expectación.
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