Grito de libertad y paz



Editorial CCM / Los festejos anuales de la Independencia de México suscitan los más nobles y profundos sentimientos de alegría y agradecimiento por pertenecer a esta patria. Recordar la gesta de los héroes quienes hace 208 años iniciaron una revuelta involucrando a los más desposeídos y olvidados de un virreinato rico y opulento, contrastante, de clases y castas.

Miguel Hidalgo asumió la causa de una conjura ante la incertidumbre de su época que también ansiaba la renovación del pensamiento para gobernar justa y sabiamente. El hombre, el caudillo, el emancipador, escribió en estas palabras el reflejo de sus más profundos ideales que, la madrugada del 16 de septiembre de 1810, se proclamaron por un Grito y el tañido de una campana: “Rompamos estos lazos de ignominia con que nos han tenido ligados tanto tiempo… Para conseguirlo no necesitamos sino unirnos. Si nosotros no peleamos contra nosotros mismos, la guerra está concluida y nuestros derechos a salvo. Unámonos pues todos los que hemos nacido en este dichoso suelo…”

La proclama de libertad del padre de la patria llega a nosotros con esa misma fuerza. Como hace más de dos siglos, los lazos de la ignominia son ahora diferentes. No se recurre a levantamiento para liberarnos de la opresión de una potencia extranjera ni de soberano desconocido.

México vive tiempos complejos que comprometen su destino y futuro. La pobreza de millones, el notable desequilibrio y desigualdad, el injusto e inequitativo reparto de la riqueza, la falta de atención a grupos vulnerables particularmente de niños, niñas y mujeres son problemas que, de alguna manera, pueden ser factor de desestabilización y conflicto en algunas regiones.

La carencia de seguridad y la debilidad de las instituciones han provocado el surgimiento de grupos que han suplido a la autoridad tomando el poder para sí mismos e incluso se creen con el derecho de acabar con la vida de los demás. Al amparo de la impunidad descubrimos con horror como este país, “nuestro dichoso suelo” está plagado de fosas clandestinas. Nadie paga por ello, ninguno ha sido llevado ante las autoridades. La zozobra está igualmente en las familias de los desaparecidos. A lo largo y ancho de este México nuestro, están moviéndose para conseguir justicia y derecho, no perdón y olvido. La causa de esos colectivos es conocer la verdad como vínculo que los une.

Como era deseo del Miguel Hidalgo, su mítico Grito quiso sacudir las conciencias de los americanos para dar un destino nuevo por vibrante proclama. Hoy ese Grito se multiplica en gritos de madres e hijos, de pobres y desposeídos, de olvidados y marginados. Esta patria aun tiene notables desigualdades y profundas brechas como en el tiempo de la insurgencia: “¿Quiénes ocupan las dignidades políticas y eclesiásticas? ¿Quiénes son los dueños de la riqueza novohispana? Al paso que el tirano advenedizo nada entre delicias, al hambriento y andrajoso indiano falta todo.”

Cuando nuestras degradantes cadenas hayan sido rotas, “entonces todos los habitantes disfrutarán de todas las delicias que el Soberano Autor de la Naturaleza ha derramado sobre este continente”. Los miles de gritos son reclamo, sí… pero también señal de esperanza.
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