PRI ¿cuál victoria?
Guillermo Gazanini Espinoza / Secretario del Consejo de Analistas Católicos de México. 3 de julio.- El 2 de julio, al haber sido computadas el 96% de las casillas, el candidato de la coalición Compromiso por México concentraba el 38.08% de la votación (18,449,877 sufragios); sus principales contendientes, PAN y la coalición Movimiento Progresista, juntos reunían el 57.11% con casi 27,675,963 votos.
No obstante, en esas paradojas de la democracia, el candidato del PRI es el virtual ganador en un proceso, dicen, impecable y a prueba de fraudes. Después de la jornada, la reflexión viene a situarnos en la atalaya donde la sociedad civil observará al virtual ganador cuestionado en esta campaña por ser un candidato títere de los poderes que manejan la corrupción e historia autoritaria de un partido que adolece de verosimilitud en sus métodos y formas.
La votación copiosa demostró el sufragio antiPRI. La victoria pírrica del candidato de la coalición Compromiso por México pone en duda su legitimidad por la compra de votos, pagos a funcionarios de casillas, compensaciones económicas a sus promotores, uso de la pobreza, acarreos y excesos en los topes de campaña. A pesar de los triunfalismos, aún falta el conteo distrital y la resolución de las impugnaciones que podrían restarle votos que no serán suficientes como para arrebatarle la victoria. El viejo-nuevo PRI goza del triunfo paradójico, pero tiene enfrente a una sociedad profundamente indignada por el sistema representa. Ahora, los partidos en el Congreso de la Unión adquieren la grave responsabilidad de ser oposición real ante el autoritarismo y soberbia del PRI en el poder legislativo y en el ejecutivo y, sobre todo, tener una capacidad de conciliación y de negociación que active el sistema de pesos y contrapesos, de fiscalización y vigilancia propios de los diputados y senadores.
Nuestra democracia imperfecta e inmadura debe transitar por otras etapas que le permitan un eventual perfeccionamiento y crecimiento y evitar las polarizaciones a las que ahora asistimos. En el 2012, la diferencia de sufragios entre la coalición del PRI y la del PRD es de aproximadamente de 6.5 puntos, un porcentaje que no da legitimidad al PRI. Por eso, los legisladores de oposición en el Congreso de la Unión deben valorar todos los esfuerzos realizados desde la LIX Legislatura para hacer posible la segunda vuelta electoral presidencial. Democracias latinoamericanas modernas en Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Costa Rica, Perú, Uruguay y Colombia realizan la segunda vuelta entre los candidatos con el mayor número de votos y conseguir una legitimidad sólida y real del ganador. Los priístas advertirán todos los vericuetos, especialmente económicos, en contra de la segunda vuelta; sin embargo, los beneficios parecen mayores: selección de candidatos fuertes en la primera vuelta, mayorías absolutas que darían legitimidad al candidato, acabar con el voto útil que fragmenta las decisiones diferenciando las preferencias, replanteamiento de plataformas políticas, mediciones reales en las preferencias de los candidatos y de los partidos, acortar los tiempos de campañas y el fin de prácticas príístas típicas como la compra de votos al ser la segunda vuelta una posibilidad para emitir el voto estratégico contra el candidato que no deseamos en el gobierno.
El problema es la carencia de liderazgos y la defensa de intereses de los partidos por no impulsar estas reformas. Si queremos el fin del PRI como partido avasallador, es el tiempo y aprovechar estas eventuales mayorías de oposición en las Cámaras para que, desde la legalidad, se acabe con estos triunfos minoritarios en cuestión. Mientras el PRI subsista seguirá echando mano de prácticas corruptoras de la democracia que, según, había dejado por ser un partido fresco, renovado y decente. Los partidos de oposición deben examinar el papel que ahora juegan y no desperdiciar esta oportunidad como ocurrió cuando Acción Nacional, durante la LX Legislatura, echó a perder su mayoría en la Cámara Baja entorpecida por su escasa capacidad de negociación y de conciliación, cosa que ahora cosecha con la pérdida de la presidencia de la República.
Mientras esto sea posible, el PRI y su próximo presidente no la tienen sencilla. Por lo pronto, más de 27 millones de votantes contrastan con su escaso respaldo electoral del 38%. Sus propósitos, planes y sistema de gobierno estarán bajo la observancia estricta de una sociedad para la cual el PRI no está preparado: la sociedad libre que no quiere el regreso de un sistema autoritario, opaco y encubridor que tiene por recursos la deslealtad y la mentira, el despilfarro de los recursos públicos que redundan en provecho de algunos pocos y con intención de crear masas de gente dependientes por el uso de medios equívocos o ilícitos para conquistar, mantener y aumentar el poder a cualquier precio. (Cfr, Exhortación apostólica Christifideleslaici, No. 42).