Resulta difícil imaginar que se puede ser casto
Controversia legal. CCM. El Semanario de Guadalajara / 28 de noviembre.- Con el pensamiento pansexualista que nos envuelve, resulta difícil siquiera imaginar que se puede ser casto. Para muchos, mantenerse en abstinencia es algo inconcebible, utópico, irreal, y hasta enfermizo. Con esto, no queremos despreciar el placer del regalo que nos ha dado el Creador, al habernos hecho personas sexuadas, con inclinación a vivir esta satisfacción; pero tampoco debemos olvidar que este mismo don implica responsabilidad y compromiso con el mismo Dios que nos lo dio, con las personas con las que lo compartimos, y con nosotros mismos.
Por lo tanto, la práctica sexual no debe ser una acción egoísta, ni cuando se tiene el pretexto de que se hace ‘por amor’, pero evitando, de antemano, cualquier compromiso con Dios, con la otra persona o con uno mismo.
La práctica del sexo, de acuerdo con nuestra identificación como hombre o como mujer, no debe ser sólo la vivencia de un gozo, sino el compromiso de que esa acción exige la responsabilidad de sus consecuencias.
El que está casado, sabe que busca la satisfacción de estar con su cónyuge, pero más por la satisfacción que le ofrecerá a su esposo(a) que por una autocomplacencia. Así, se entiende, además, que el sexo es entre personas que se complementan en todos los sentidos, empezando por el corporal.
Cuando se pierde la dimensión oblativa del sexo, aparece la expresión egoísta del mismo. De aquí en adelante, se atropella el Plan de Dios respecto a la sexualidad humana y, como señaló Benedicto XVI, se deshumaniza la intención de la relación sexual.
Las expresiones egoístas tienen muchas manifestaciones, incluso, decíamos, con el pretexto de que estoy dando amor, cuando, en realidad, estoy satisfaciendo mi egoísmo, al encontrarme sexualmente con otra persona, de la que me aprovecho, a la que veo como objeto, porque me satisface, aunque diga que la amo, pero que no quisiera que hubiera consecuencias comprometedoras de por medio.
Por otra parte, y como manifestación de la práctica sexual responsable, se debe estar abierto a la vida. Una práctica sexual cerrada intencionalmente a la vida, se degrada en egoísmo. La misma persona que lo lleva a cabo lo siente, independientemente de la valoración moral o religiosa del acto. No es necesario que esté en un Mandamiento para sentirnos mal. El que no usa o abusa del sexo, sabe que eso no lo hace feliz, sabe que no le dará la felicidad verdadera. Sabe que será un placer momentáneo, pasajero, efímero. Pero ésta no es la intención de Dios al habernos regalado el ser sexuados. Si no voy a hacer feliz haciendo feliz a otro en el sexo, con los compromisos y responsabilidades que implica, el sexo no tiene sentido. El hombre se daña a sí mismo.
De esta forma, podemos deducir que la práctica del sexo entre dos personas somáticamente iguales es, en este sentido, incompetente, sin plenitud. Y esto los hace sufrir, aunque lo practiquen, aunque se argumenten derechos y leyes y se las otorguen. Esto también debemos entenderlo: no condenar, pero tampoco promover.
Fue en este sentido como se llevó a cabo el Encuentro “Camino a la castidad”, promovido por la organización católica “Courage latino”, en Guadalajara. La intención no era “curar de la homosexualidad” (pierde el tiempo la Comisión Estatal de Derechos Humanos al averiguar este Encuentro de esa forma), como lo hicieron ver ciertos Medios de Comunicación. Algunos como burla, otros como desdén, pero no fue ésta la intención. Y otros lo presentaron de esta manera para tener elementos con qué cuestionar la doctrina de la Iglesia. Incluso hubo personas que se inscribieron en este Taller, que nada tenían qué ver con el mismo, que iban a buscar elementos para atacar la intención de la Iglesia de que seamos castos, como lo debe ser el esposo (siendo fiel a su cónyuge), el consagrado (siendo célibe), el soltero y el homosexual. Todos podemos, aunque la subcultura del sexo nos esté presentando la imposibilidad de lograrlo, ser castos.
Posiblemente no haya ‘cura’ para la homosexualidad, que -la verdad- no era lo que se buscaba, pero sí la vivencia serena de una inclinación que los afecta y que, ciertamente, a nadie hace cabalmente feliz.
Por lo tanto, la práctica sexual no debe ser una acción egoísta, ni cuando se tiene el pretexto de que se hace ‘por amor’, pero evitando, de antemano, cualquier compromiso con Dios, con la otra persona o con uno mismo.
La práctica del sexo, de acuerdo con nuestra identificación como hombre o como mujer, no debe ser sólo la vivencia de un gozo, sino el compromiso de que esa acción exige la responsabilidad de sus consecuencias.
El que está casado, sabe que busca la satisfacción de estar con su cónyuge, pero más por la satisfacción que le ofrecerá a su esposo(a) que por una autocomplacencia. Así, se entiende, además, que el sexo es entre personas que se complementan en todos los sentidos, empezando por el corporal.
Cuando se pierde la dimensión oblativa del sexo, aparece la expresión egoísta del mismo. De aquí en adelante, se atropella el Plan de Dios respecto a la sexualidad humana y, como señaló Benedicto XVI, se deshumaniza la intención de la relación sexual.
Las expresiones egoístas tienen muchas manifestaciones, incluso, decíamos, con el pretexto de que estoy dando amor, cuando, en realidad, estoy satisfaciendo mi egoísmo, al encontrarme sexualmente con otra persona, de la que me aprovecho, a la que veo como objeto, porque me satisface, aunque diga que la amo, pero que no quisiera que hubiera consecuencias comprometedoras de por medio.
Por otra parte, y como manifestación de la práctica sexual responsable, se debe estar abierto a la vida. Una práctica sexual cerrada intencionalmente a la vida, se degrada en egoísmo. La misma persona que lo lleva a cabo lo siente, independientemente de la valoración moral o religiosa del acto. No es necesario que esté en un Mandamiento para sentirnos mal. El que no usa o abusa del sexo, sabe que eso no lo hace feliz, sabe que no le dará la felicidad verdadera. Sabe que será un placer momentáneo, pasajero, efímero. Pero ésta no es la intención de Dios al habernos regalado el ser sexuados. Si no voy a hacer feliz haciendo feliz a otro en el sexo, con los compromisos y responsabilidades que implica, el sexo no tiene sentido. El hombre se daña a sí mismo.
De esta forma, podemos deducir que la práctica del sexo entre dos personas somáticamente iguales es, en este sentido, incompetente, sin plenitud. Y esto los hace sufrir, aunque lo practiquen, aunque se argumenten derechos y leyes y se las otorguen. Esto también debemos entenderlo: no condenar, pero tampoco promover.
Fue en este sentido como se llevó a cabo el Encuentro “Camino a la castidad”, promovido por la organización católica “Courage latino”, en Guadalajara. La intención no era “curar de la homosexualidad” (pierde el tiempo la Comisión Estatal de Derechos Humanos al averiguar este Encuentro de esa forma), como lo hicieron ver ciertos Medios de Comunicación. Algunos como burla, otros como desdén, pero no fue ésta la intención. Y otros lo presentaron de esta manera para tener elementos con qué cuestionar la doctrina de la Iglesia. Incluso hubo personas que se inscribieron en este Taller, que nada tenían qué ver con el mismo, que iban a buscar elementos para atacar la intención de la Iglesia de que seamos castos, como lo debe ser el esposo (siendo fiel a su cónyuge), el consagrado (siendo célibe), el soltero y el homosexual. Todos podemos, aunque la subcultura del sexo nos esté presentando la imposibilidad de lograrlo, ser castos.
Posiblemente no haya ‘cura’ para la homosexualidad, que -la verdad- no era lo que se buscaba, pero sí la vivencia serena de una inclinación que los afecta y que, ciertamente, a nadie hace cabalmente feliz.