Sacerdotes santos y corruptos



Todo fiel católico quisiera a un sacerdote súper-hombre: modelo, ejemplar, dispuesto, claro y conciso, convencido de su vocación y renovado en su interior, guapos y atractivos, cuasi ángeles. Pero no siempre es así. Y esto viene a colación por las reflexiones diarias del Papa Francisco sobre la posición de obispos, presbíteros –y también laicos- que sacan buena raja de sus roles en la Iglesia.

Los lectores recordarán esa magnífica novela de Graham Greene, “El Poder y la Gloria”. Cuando me sumerjo en esa historia de la persecución siempre encuentro algo nuevo y distinto. El cura regordete, idolatrado, bien protegido en su vida clerical. Aficionado al trago, vivía muy bien de sus rentas sacerdotales, manos cuidadas, traje impecable... Todo eso se acabó con la persecución del gobierno huyendo de la policía aún con una rémora de soberbia: ser el único en ese Estado anticlerical y ateo que podía impartir los sacramentos, de forma indigna, y con el peso de su pecado en las espaldas: una pequeña, desafortunada criatura que encarnó el orgullo y prebendas clericales perdidas al ser cazado por el mestizo, un Judas que será medio para su aprehensión y ejecución. Sólo el mito y el relato lo hicieron mártir, muerte que no quería, no era digno de serlo por ser un delincuente, un alcohólico, un pecador, un Pater Whisky que pidió perdón y felicidad para la hija desafortunada y desvalida al ser pasado por el paredón.

El trigo crece y la cizaña también. Hay ejemplos sacerdotales enormes que refulgen como grandes astros. Sí, aunque suene anticuado, clérigos dignos de ser canonizados dispuestos a vivir una radicalidad evangélica. Pero hay otros que son humanos, demasiado humanos. La debilidad se justifica y las renuncias se compensan con prestigio, honor, incienso y afectos destructivos y destructores. Su estatus es de empresarios y sus cargos son los de mercaderes. Quieren ser impresionantes cuando deberían ser humildes; quieren ser ricos cuando deberían demostrar su pobreza. No quiero un sacerdote super-hombre y cuasi angélico, pero sí un hombre convencido de lo que es. Persona de fe, primero cristiano y después ungido; pecador, pero necesitado de redención; hombre de dudas, pero convencido de su fe. No un supermán y sí heroico porque se sabe Amado por alguien que lo ha llamado. Un hombre libre sabedor de su posición, no de señorío sino de servicio.

José Fortea, el sacerdote exorcista, tiene un libro muy curioso, sencillo y atractivo. El primer mérito concedido a este clérigo español es que sus obras pueden ser conseguidas libremente en la web, eso es un gran gesto de pobreza del cual muchos otros curas deberían aprender al querer sacar ganancias y regalías hasta del más pingüe opúsculo o panfleto. En La Mitra y las Ínfulas hay una pequeña frase impactante: La primera diócesis que debe regir un obispo es su propia alma. Y los clérigos deben buscar su propia salvación. Ser ordenados no es inmunidad al pecado y la corrupción.
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