Lo que nos queda de este siglo: transformaciones eclesiales bajo la mirada de las mujeres Silvia Martínez Cano: "Las mujeres, parte fundamental de la iglesia, soñamos con una Iglesia rica en equidad"

Silvia Martínez Cano: Lo que nos queda para este siglo
Silvia Martínez Cano: Lo que nos queda para este siglo

"Es necesario hacer el esfuerzo de recuperar la relación osmótica entre experiencia religiosa y expresión conceptual, simbólica y material de la fe"

"Se vislumbra con claridad una serie de retos que espolean a la Iglesia en su caminar histórico"

"Reivindicar el sacerdocio de la mujer no es un acto de rebeldía, ni un ansia de poder, ni de ruptura con la Iglesia, es una consecuencia de amor hacia la gran comunidad de Iglesia, una expresión del amor de Dios a su pueblo"

Lo que nos queda para este siglo: transformaciones eclesiales bajo la mirada de las mujeres [1].

Introducción

Muchos soñamos en una Iglesia un poco más santa que pecadora. Nos anima la esperanza que nos insufla el Espíritu de Dios, presente en nuestras vidas. También los últimos acontecimientos. Las mujeres, parte fundamental de la iglesia, soñamos con una Iglesia rica en equidad. Sí, digo equidad, y no igualdad. Equidad porque soñamos con una Iglesia que dé a cada uno lo que necesita, que atienda en las necesidades y celebre en comunidad de hermanos y hermanas. Queremos igualdad, sí, pero más aún equidad. Equidad significa valorar a cada uno en su singularidad, y ser justos en las oportunidades, las capacidades y el trato que reciben los distintos miembros de una comunidad. La equidad subraya el carácter justo y misericordioso del Evangelio e invita a la implicación personal.

Hoy más que nunca nos damos cuenta de que es necesario hacer el esfuerzo de recuperar la relación osmótica entre experiencia religiosa y expresión conceptual, simbólica y material de la fe. Por un lado, centrar más nuestro encuentro con Dios a través de la experiencia cotidiana, de la consciencia en cada momento del día, que es Dios quién actúa, y no a través de fórmulas y verdades doctrinales, sino de la materialidad y particularidad del día a día. Ello nos libera de ciertas creencias del ámbito religioso que consideran el lenguaje cotidiano de la calle como secundario en el conocimiento de Dios. Supeditan lo concreto, lo narrativo, a las verdades que se creen objetivas. La práctica de algunas mujeres en estos ámbitos, ha puesto de manifiesto que la única manera de comprender a Dios en relación al mundo –hoy- es abriendo caminos y puertas a una experiencia de fe contextualizada y comunitaria que multipliquen las visiones de la experiencia religiosa. De esta manera, estamos construyendo un tejido de experiencias en diálogo, un tejido diverso, irregular pero tremendamente incluyente, dialógico y creativo.

Tomar de punto de partida esta experiencia religiosa participada de las mujeres nos hace retomar la propuesta del concilio Vaticano II y seguir reflexionado y actuando. Hay muchas cuestiones eclesiales y teológicas donde las reivindicaciones de equidad no han llegado. El concilio abrió una puerta que ya no se puede cerrar y que invita lento, pero seguro, a la revisión, gracias al cambio de papa. Se impone una transformación de la Iglesia católica para un mundo diferente. Desde la experiencia religiosa de las mujeres creyentes, que ven en otras mujeres y viven en su propia vida la desigualdad, la injusticia, la discriminación, se vislumbra con claridad una serie de retos que espolean a la Iglesia en su caminar histórico.

La primera consecuencia de la praxis de la experiencia de Dios es la transformación eclesial. Caminar juntos, sinodalmente, hacia una nueva forma de relacionarnos y de convivir comunitariamente. Sin estas transformaciones eclesiales es muy difícil que la Iglesia sobreviva de forma sana y libre. Algunos son:

1. Praxis comunitaria del cariño. Se trata de poner en práctica unas relaciones más fraternas, sin diferencias jerárquicas. A la luz de los textos conciliares, se impone una alteridad de encuentro, de acogida, en relaciones de equidad, donde cada uno es valorado por igual en la vocación que ha elegido. En este sentido, es necesaria una revisión de la comprensión de las vocaciones, los ministerios y los carismas, como propone LG 30-32.41. Entendernos laicos y clero como un solo cuerpo (1Cor 12,12-24) y un solo pueblo en camino (LG 13), sin distinciones de sexo o jerarquías.

2. Visibilización de la participación de las mujeres. Es necesario dar valor y prioridad a las labores de servicio, que son fundamentales para las dinámicas comunitarias de la Iglesia. Por otro lado, el reparto de estas labores catequéticas, de sacristanas, etc., debe ser ecuánime, de tal manera que no sólo se hagan cargo las mujeres, sino también los hombres, complementando perspectivas y experiencias. En definitiva, hablamos de un discipulado de iguales, seguidores todos de Jesús [2].

3. Toma de decisiones. Muchas mujeres creyentes se hacen cargo de estas labores pastorales, mientras los hombres permanecen en puestos de decisión en consejos pastorales, cofradías, consejos diocesanos… etc., y no tanto en el trabajo grueso de atención a otros. Las posturas y visiones de las mujeres no se tienen en cuenta y se toman decisiones en muchos casos no consultadas. Es deseo de muchas y muchos tomar decisiones compartidas desde la experiencia que ambos sexos tienen con sus distintos matices.

4. Participación en órganos de coordinación y gobierno. Es por tanto inevitable plantear la participación de las mujeres en el ministerio sacerdotal. Supone el cambio comunitario a un servicio vocacionado y coordinado. Y favorecería una lectura inclusiva de la tradición histórica cristiana donde la diakonía de las mujeres y sus liderazgos femeninos fueron reales y positivos. Reivindicar el sacerdocio de la mujer no es un acto de rebeldía, ni un ansia de poder, ni de ruptura con la Iglesia, es una consecuencia de amor hacia la gran comunidad de Iglesia, una expresión del amor de Dios a su pueblo [3] que se da también en las manos y el corazón de las mujeres que buscan una iglesia evangélica, renovada y conciliar.

5. Dinámicas de encuentro y reconciliación. En una Iglesia herida por la secularización y la sospecha en la institución histórica, las diferencias entre creyentes hacen sufrir más todavía a la gran comunidad. Las mujeres creyentes han descubierto que no es posible la transformación de la Iglesia sin un proceso previo de encuentro y reconciliación. Es un reto para nosotras y nosotros fomentar una buena comunicación cuando nos encontremos, dialoguemos y estemos construyendo comunidad [4].

6. El ecumenismo activo. Para estos tiempos de pluralidad y fragmentación es necesario el diálogo entre iglesias para que todos ganemos. Las mujeres creyentes, llevan años practicando este ejercicio de inclusión [5]. En estos espacios las mujeres son protagonistas porque están pendientes de los problemas de convivencia cotidianos por su condición de vivir en las fronteras de las iglesias, de las sociedades, de las culturas. Son lugares privilegiado de conexiones [6], de resistencia y de resiliencia, espacios donde recuperar el sentido del mundo y el camino de Jesús [7].

8. Creatividad celebrativa y litúrgica. Transformar nuestras celebraciones con estrategias, lenguajes y rituales accesibles a los creyentes, que permitan una comprensión de lo que vivimos y expresamos. Recuperar la noción de que la Tradición se va construyendo y renovando con el paso del tiempo porque está viva en los fieles. Es absolutamente necesario transformar y crear un nuevo lenguaje simbólico celebrativo para la vida comunitaria que sea comprensible para los nuevos códigos visuales de este tiempo epocal.

Nos queda hacer el esfuerzo de favorecer la voluntad de superar obstáculos. Desvincularnos del miedo al cambio y la tendencia al estatismo. Perseverar en la conciencia que, sin la visión de todos, de las mujeres en el mundo, este parto no llegará a término. Y cuando un parto no llega a término se produce la muerte. El miedo es más superable cuando se verbaliza, se le adjudican imágenes y se manipula las mismas, desbloqueando la dificultad de hacerse cargo del obstáculo. Nos queda vencer el temor al ridículo y a cometer errores [8]. Muy necesario entre algunos de nosotros que pretendemos apoderarnos de Dios y su Verdad.

Nos queda desarrollar confianza en la comunidad cristiana actual, mujeres y hombres, descubriendo en ellas y ellos la capacidad de encontrar múltiples soluciones para preguntas sobre Dios. Inspirarnos en ellos y dejarnos interpelar.

Nos queda siempre Dios, creatividad amorosa infinita.

[1] Extracto del artículo Silvia Martínez Cano “Lo que nos queda para este siglo. Mujeres, cultura e Iglesia”, en Éxodo “Teresa de Jesús hoy” nº 127, marzo 2015, DL: 30.460-1989, pp. 27-33

[2] Cfr. Elisabeth Schüssler Fiorenza, Cristología feminista crítica, Trotta, Barcelona 2000, capítulo 2.

[3] Suzanne Tunc, También las mujeres seguían a Jesús, Sal Terrae, Santander 1999, p. 158.

[4] Rosa Mª Belda Moreno, Mujeres. Gritos de sed, semillas de esperanza, PPC, Madrid 2009, pp. 117-118.

5] Por ejemplo, el Foro ecuménico de mujeres y la Asociación de mujeres en estudios teológicos (ESWTR), ambas en Europa

[6] Mercedes Navarro, “Mujeres y religiones: visibilidad y convivencia en el sur de Europa”, en de Miguel, Atreverse…. Op. Cit., pp. 95-139, aquí124-125.

[7] Silvia Martínez Cano, “Jesús en las Fronteras. Otro mundo es posible desde Jesús”, en Instituto Superior de Pastoral, Hablar de Jesús hoy, Khaf, Madrid 2014, pp.141-178, aquí 177-178.

[8] Walter Kasper, “Es tiempo de hablar de Dios”, en George Augustin (ed.), El problema de Dios, hoy, Sal Terrae, Santander 2012, 26.

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