La fe ingenua y la ingenuidad de la fe.

Después de estudiar Teología y vivir rodeado de ilustres teólogos, la mayor parte de mi vida, que cada día discutían y discuten en la mesa temas de gran calado teológico y eclesial, me pregunto si aquella fe mía de la infancia era realmente una fe o era una golosina espiritual. Porque ¡hay que ver qué cosas hacía yo para demostrarme a mí mismo que tenía fe!
No estoy seguro de tener o no fe en mi infancia pero sí de haber vivido arropado por la seguridad de que Dios estaba tan cerca de mí que casi podía tocarlo. Veía a Dios en cualquier acontecimiento cotidiano y, sobre todo, en la profunda fusión que sentía con la naturaleza; porque yo he sido un niño de campo, de sierra, un hijo de un pastor que cada día, sin fallar uno, sacaba sus cabras al monte a pastar y que eran el sustento de nuestra familia numerosa. No tenía ni una sola duda existencial porque siempre tenía respuesta a todos los interrogantes religiosos que pudieran presentarse.
Aquella tarde roja y anaranjada en el horizonte manchego de mi pueblo, Fuente el Fresno, que parecía un cielo encendido a punto de echarse a arder, me dejó sobrecogido. Me quedé impresionado de tanta belleza y fui a preguntarle a la abuela Constancia por qué el cielo estaba a punto de arder con ese color rojo tan intenso. Mi abuela, mujer de fe inquebrantable, me dio enseguida la solución teológica que yo andaba buscando: "Porque los ángeles han encendido el horno del cielo para hacer el pan de los santos" Recuerdo que sonreí serenamente y comprendí que ya encajaban todas las piezas y estaban respondidas todas mis dudas. Era muy lógico que el cielo estuviera así en esas circunstancias. Nunca más necesité argumento alguno para explicar la belleza del cielo enrojecido.
Y así me sucedió al contemplar la belleza de la tela de araña, reflejando sus colores con la luz del sol. Mi abuela tejía los hijos con un ganchillo de manera muy virtuosa y hacía hermosos bordados y puntillas; si ella tejía así ¡Cuánto mejor tejería la virgen María para hacerle una tela a la araña con esa belleza tan deslumbrante¡
Y así me fui dando cuenta de que Dios estaba tan presente en todo lo que me rodeaba que no necesitaba imponerse para que yo lo viera con toda naturalidad.
Y así la lluvia cuando Dios quería regar nuestros olivos y nuestras viñas; y el viento para secar el agua y calmar el calor de la tierra. He visto cómo la vida se abría paso en los nidos, en mis cabras, en las fuentes juguetonas...que Dios es la vida es para mí un argumento definitivo.
Mi fe está ligada a la naturaleza más que a los libros. Mis estudios de Teología sólo consiguieron confirmar más aún lo que ya me había enseñado la naturaleza tiempo atrás.
Por eso siempre me ha costado entender que haya ateos porque yo veo tan evidente a Dios desde mi más tierna infancia que pienso que es porque les falla la vista y necesitan gafas bien graduadas.
Cuentan que el gran teólogo y jesuita alemán Karl Rahner estaba en cierta ocasión encendiendo una vela ante la imagen de un cristo crucificado cuando fue sorprendido por algunos de sus alumnos que se extrañaron de que el gran teólogo y filósofo, hombre de razonamiento y fe contrastada, creyera en esas cosas tan pequeñas, propias de beatas, como una vela encendida, y le preguntaron si creía en esas cosas, a lo que Rhaner respondió: ¡Bueno... por si acaso¡
Mi fe ha sido también una fe ingenua que no ha pretendido nunca introducirse por grandes laberintos de razonamiento y búsqueda científica. Simplemente he creído como un niño y así sigo creyendo. Además estoy convencido de que esta fe ingenua que aún conservo desde los tiempos de mi infancia me han llevado a valorar mucho más esa dimensión ingenua que tiene el evangelio donde se encuentran las páginas más hermosas: "Hay que hacerse como niños" "Mirad los lirios del campo" "Yo soy el buen pastor"
Estudiar Teología es una bendición pero ver a Dios en la naturaleza es un privilegio.
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