#adviento2023 Sobre el Adviento, el adultocentrismo y el abuso sexual

¿Y si dejamos de proteger a los agresores sexuales, y los denunciamos con la vela de los profetas?
| Ruhama Abigail Pedroza García-México
Con el Adviento cerca y los anuncios aquí y allá que nos anticipan las fiestas, pienso acongojada en los cientos y miles de niñas, niños y adolescentes que en nuestro país (México), son víctimas de abuso sexual todos los días.
La divinidad creadora para acercarse a nosotros, decide hacerse pequeño. Se incuba en el vientre de María, pasa 9 meses a la espera, formándose. Es nutrido, es acogido, es amado y deseado. Y en su momento, nace.
Y fue un niño. ¡Verdaderamente Dios y verdaderamente niño! En nuestro pensamiento adultocéntrico, patriarcal y protestante, pensar a Dios como un niño, el niño-Dios parece un ejercicio hasta vano[1]. Pero para Jesús, ser-niño también fue parte de la experiencia de la encarnación. Que las niñas y los niños fueran visibilizados en los poquitos relatos que los mencionan en el NT, no fue una concesión condescendiente del sabio Maestro, sino parte de la experiencia de la divinidad sobre el ser niño.
Y vale la pena señalar que, en torno al Dios hecho carne, en la mayoría de los relatos evangélicos aparecen pocos niños. Claro, la figura central es Jesús. Pero para él las niñas, niños y adolescentes son agentes por medio de quienes Dios hace callar a los enemigos de la vida (Mateo 21:26), y las personitas más importantes en el reino de los cielos (Mateo 18:1-5), y nuevamente, esta no es una concesión condescendiente de un adulto enternecido por el momento. Es una postura teológica, un enfoque que acompaña al cristocentrismo, un posicionamiento hasta político y una advertencia contra quienes se atrevan a hacer tropezar a cualquiera de las niñas, niños y adolescentes que se acercan a él.
En nuestra celebración de adviento, y las solemnidades que lo acompañan, también hemos dejado fuera a los niños. En torno al significado de las velas y sus colores, corríjanme si me equivoco, hemos elegido temas que tienen que ver con nosotros, los adultos. Oración, penitencia, sacrificio y alegría. O bien, profecía, viaje, esperanza y alegría. Adultos haciendo cosas de adultos en torno a la espera del Mesías. Pero el acontecimiento central del adviento, es la espera de un hijo. Un niño. Un niño de verdad. Un sujeto de su propia historia, no un objeto de la historia de otros, por más que en torno al Mesías se hayan escrito tantas cosas.
Un niño de carne y hueso, como todas las niñas y niños que fuimos alguna vez nosotros, y como aquellos con quienes tenemos el privilegio de compartir. Las niñas, niños y adolescente son los sujetos que más volvemos objetos en nuestra cultura mexicana y por lo tanto, los hacemos vulnerables. No es que ellas y ellos sean vulnerables por su condición de niños, sino que nosotros, los adultos, los vulnerabilizamos al repetir patrones de violencia y abuso que nosotros mismos vivimos, o, al inventar otros, desde nuestra experiencia de vida herida.
El abuso sexual es justamente, un abuso de confianza y de poder. Los agresores adultos abusan porque pueden abusar y porque quieren hacerlo. Y son encubiertos por sus familiares adultos, por los ministerios públicos adultos, por los policías adultos, por los abogados adultos. Y sus raíces se encuentran precisamente en la actitud de invisibilización que observamos en los discípulos de Jesús.
¿O no es verdad, que algo que esperamos de las niñas, niños y adultos es que se porten “bien”, que obedezcan, que no interrumpan a los adultos cuando están ocupados, que se vayan a jugar mientras nosotros escuchamos al maestro, y que no nos incomoden?
¿Y si en este Adviento colocamos en el centro al niño Dios, e invitamos a las niñas, niños y adolescentes de nuestras comunidades a participar celebrando su infancia, en la espera del dulce niño que luego se construiría a sí mismo como el Mesías del mundo?
¿Y si dejamos de proteger a los agresores sexuales, y los denunciamos con la vela de los profetas?
¿Y si nos ponemos del lado de las niñas, niños y adolescentes que han o están siendo víctimas de este delito, y los acompañamos en su viaje, sensibilizándonos a nosotros mismos con la vela de la penitencia?
¿Y si levantamos nuestra voz para pedir silencio, y luego les cedemos la palabra a ellos, en cuyos labios Dios construye fortaleza a causa de sus enemigos con la vela de la oración?
¿Y si con la vela de la alegría dejamos de molestarnos y regañar a los niños de nuestras iglesias que llegan y hacen ruido y juegan y bailan en las alabanzas y piden algo de comer, porque ya se alargó la liturgia?
Pero antes de esto, una pregunta. ¿Estás a la espera del bebé Jesús, pero en tu iglesia ya no hay infancias?
[1] No así, nuestros hermanos católicos, que tienen sus propios relatos y devoción en torno a la infancia divina del Rey de Reyes.