#MaríaMagdalena María Magdalena: Una memoria silenciada en la Iglesia de los Andes

María Magdalena: Una memoria silenciada en la Iglesia de los Andes
María Magdalena: Una memoria silenciada en la Iglesia de los Andes

María Magdalena: Una memoria silenciada en la Iglesia de los Andes

Reflexión teológico-pastoral desde el Cusco sobre la exclusión simbólica y el discipulado femenino

Serrano Pacca, Flor de Maria

En el corazón del Cusco, ciudad de santos procesionales y altares de fe, hay una ausencia que duele en silencio: la de María Magdalena. Es cierto que en la Catedral su imagen aparece, discretamente, junto al apóstol Pedro. Pero no la encontramos con nombre propio, ni celebrada como una de las grandes testigos del Evangelio. No participa en las procesiones del Corpus Christi, no tiene una fiesta relevante en el calendario litúrgico de la ciudad, que sea difundido, ni una cofradía visible que la cargue con danzas. Aunque en el distrito de Taray existe un templo que lleva su nombre y allí sí se le recuerda, esto no cambia su escasa presencia en los espacios centrales de devoción urbana. Esta omisión no es casual, ni neutra. El olvido también construye teología.

La tradición cristiana no solo se hereda: también se selecciona, se representa, se festeja. Lo que no se celebra, se olvida. Lo que no se nombra, no inspira. ¿Qué nos dice esta ausencia sobre nuestra manera de comprender el discipulado, la santidad y el anuncio evangélico? Este olvido no es neutro. Afecta la manera en que entendemos el Evangelio, el lugar de las mujeres en la Iglesia, y las posibilidades de una pastoral verdaderamente inclusiva. Hoy, desde esta tierra que mezcla fe e identidad, sentimos el llamado a recuperar su memoria. María Magdalena sigue esperando ser reconocida, no solo en una hornacina, sino en el corazón de nuestras comunidades.

Este ensayo propone una mirada teológico-pastoral al caso de María Magdalena, apóstola silenciada. Una mujer que fue elegida por Jesús como testigo principal de la resurrección, y sin embargo, olvidada en gran parte de la iconografía, la liturgia y la cultura religiosa del Cusco. Desde su figura, se abren preguntas y desafíos sobre la inclusión de las mujeres en la Iglesia, la transmisión de la fe y la necesidad de una memoria más justa y completa.

1. De discípula a apóstola: una lectura bíblica y pastoral

Según los Evangelios, especialmente los de Juan (20,11–18) y Marcos (16,9), María Magdalena fue la primera en ver al Resucitado y la primera en ser enviada a anunciarlo. Jesús la llamó por su nombre y la convirtió en apóstola de la esperanza. Este acto no fue un detalle secundario: rompía con la lógica cultural de su tiempo. En el judaísmo del siglo I, el testimonio de las mujeres no era considerado válido ante un tribunal. La Mishná, por ejemplo, afirma: "El testimonio de una mujer no es aceptado en asuntos capitales" (Mishná, Rosh Hashaná 1:8). Flavio Josefo también escribió que "el testimonio de las mujeres no debería ser admitido, debido a la liviandad e impetuosidad de su sexo" (Antigüedades judías, 4.8.15).

Además, los evangelios sinópticos mencionan que María Magdalena había sido liberada por Jesús de siete demonios (cf. Lc 8,2; Mc 16,9), lo que ha sido interpretado tanto de forma literal como simbólica, en referencia a un proceso de sanación integral. Esta transformación profunda no la alejó del discipulado, sino que la preparó para una entrega mayor. Desde ese momento, siguió a Jesús junto con otras mujeres, sirviéndolo con sus bienes (Lc 8,3) y acompañándolo hasta la cruz (cf. Mt 27,55–56; Jn 19,25). Es una de las pocas personas mencionadas tanto en la crucifixión como en el sepulcro y en la resurrección. Esta permanencia es signo de una fidelidad inquebrantable.

La figura de María aparece en todas las narraciones pascuales, aunque con ligeras variantes. En Mateo (28,1-10), ella y “la otra María” reciben el anuncio del ángel y se encuentran luego con Jesús. En Lucas (24,1–10), va al sepulcro con otras mujeres. En todos los casos, es parte del primer grupo que anuncia la resurrección a los discípulos, aunque su testimonio no es creído (Lc 24,11). Esta desconfianza inicial revela tanto una resistencia a la novedad de la resurrección como a la voz femenina.

Como señala Elisabeth Schüssler Fiorenza (1994), esto no fue casualidad: “La historia de María Magdalena no es una excepción romántica, sino el inicio de una comunidad de iguales que fue luego silenciada”. Esta secuencia que narra el evangelio de Juan puede entenderse también como itinerario para muchas personas creyentes de hoy, especialmente mujeres cuyos testimonios no son siempre reconocidos en la Iglesia.

Reconocer su rol bíblico no es un acto de reivindicación moderna, sino de justicia hermenéutica. Significa volver a las fuentes para recuperar la imagen verdadera de una mujer discipular, misionera y profética.

La tradición patrística no fue indiferente a este hecho. Hipólito de Roma, en el siglo III, afirma que María fue “la apóstola de los apóstoles”, y Tomás de Aquino repite esa expresión en su Comentario al Evangelio de Juan (In Ioannem, c. 20, lect. 6). Que la Iglesia del primer milenio reconociera en ella un rol apostólico debería motivar una mayor relectura de su figura desde claves pastorales contemporáneas.

2. Tradiciones y silencios: ¿Una memoria selectiva?

A lo largo de los siglos, la imagen de María Magdalena ha sido objeto de múltiples interpretaciones, muchas de las cuales oscurecieron su papel real. En ciertos momentos de la historia, especialmente desde la Edad Media, se consolidó una lectura que la confundió con otras mujeres del Evangelio: la pecadora anónima que unge los pies de Jesús (Lc 7,36–50), o María de Betania, hermana de Marta y Lázaro (Jn 11,1–2). Esta fusión de identidades no fue casual: permitió reforzar un arquetipo de mujer arrepentida y perdonada, antes que una discípula fuerte y protagonista del anuncio pascual.

Gregorio Magno, en una homilía del siglo VI, unificó estas figuras, diciendo: “Ella, que había vivido en la carne, fue la primera en ver a Cristo resucitado porque amó más que los demás” (Homilía 25 sobre los Evangelios). Aunque bien intencionada, esta interpretación eclipsó

durante siglos el testimonio pascual como centro de su identidad. El énfasis en su pasado pecaminoso sobre su rol apostólico consolidó una imagen de redención individual más que de misión eclesial.

Este proceso interpretativo refleja una lógica teológica y cultural patriarcal, que privilegió modelos femeninos de docilidad, penitencia o maternidad, como María la madre de Jesús, en detrimento de figuras femeninas activas, públicas y anunciadoras. Así, muchas mujeres quedaron fuera de la categoría de "modelos eclesiales" simplemente por no encajar en esos moldes.

Además, en muchas lenguas, incluido el español, el término “apóstola” no existe oficialmente o su uso es casi inexistente, lo cual revela una omisión más profunda: no solo se excluyó a las mujeres del ejercicio apostólico, sino incluso del lenguaje que podría nombrarlas.

Así, la primera testigo de la resurrección quedó reducida a una mujer pecadora perdonada. Esta imagen no fue simplemente fruto del error exegético, sino también del contexto cultural y eclesial de la época. Algunas tradiciones, influenciadas por estructuras patriarcales, tendieron a invisibilizar o reinterpretar el papel activo de las mujeres en el anuncio del Evangelio. El liderazgo femenino resultaba incómodo para mentalidades que privilegiaban lo jerárquico, clerical y masculino.

En contraste, otras tradiciones como la oriental nunca realizaron esa fusión. En las Iglesias ortodoxas, María Magdalena fue reconocida como isapostolos (igual a los apóstoles), y celebrada litúrgicamente por su fidelidad y misión pascual (Johnson, 2004). Esta diversidad muestra que la “Tradición” no es un bloque monolítico, sino un tejido de voces y lecturas que se han ido entrecruzando en la historia de la Iglesia.

María Magdalena representa así a todas aquellas voces que, habiendo tenido un anuncio importante que dar, fueron silenciadas o deformadas por una interpretación selectiva de la tradición. La teología hoy tiene el desafío de distinguir entre la Tradición viva y aquellas tradiciones que, en lugar de custodiar el Evangelio, lo reducen.

3. UN SILENCIO QUE INTERPELA: CUSCO Y LA AUSENCIA CULTURAL

En la mayoría de templos cusqueños, la figura de María Magdalena está ausente. Mientras Jesús, la Virgen María y los apóstoles varones como Pedro, Juan o Santiago ocupan lugares centrales en altares, imágenes procesionales y retablos, Magdalena rara vez aparece con identidad propia. En algunos templos puede hallarse, escasamente, como figura secundaria en escenas de la crucifixión o la unción, pero casi nunca como discípula reconocida o enviada en misión. Otros santos, muchos de ellos europeos, varones o con leyendas añadidas posteriormente, tienen presencia amplia en la iconografía y la pastoral. Esta ausencia no es meramente estética, sino teológica y pastoral: revela a quiénes damos voz en la memoria de la fe, y a quiénes relegamos al silencio.

Aunque en el distrito de Taray (Calca) existe un templo dedicado a María Magdalena, con su fiesta local y memoria conservada, este se encuentra fuera del circuito devocional central del

Cusco. La relegación de su figura también es geográfica: no está presente en los espacios urbanos más visibles ni en las grandes celebraciones del calendario religioso. Esta marginalidad espacial también pudo ser el reflejo de una marginalidad simbólica.

La procesión del Corpus Christi reúne a quince imágenes, entre santos y vírgenes, en una tradición viva que se remonta al siglo XVI, cuando se sustituyó la procesión de momias incas por imágenes coloniales como parte de la evangelización (Cárdenas, 2021). Entre ellas están San Antonio, San Cristóbal, Santa Bárbara, San Pedro y diversas advocaciones marianas como la Mamacha Belén. Cabe señalar que la historicidad de algunos de estos santos, como San Cristóbal, son inciertas (Burke, 2011), y han sido cuestionadas por estudios modernos y por la misma Iglesia, que lo ha retirado del calendario litúrgico universal debido a la falta de pruebas históricas sobre su existencia (Acta Apostolicae Sedis, 1969). A pesar de ello, la devoción popular en Cusco lo ha adoptado y resignificado, otorgándole identidad, leyenda y un lugar destacado en la celebración.

Otra posible explicación de la presencia escasa de María Magdalena, en la religiosidad popular cusqueña, radica en la carga simbólica moralizada que la tradición occidental impuso sobre ella, presentándola como “pecadora arrepentida” más que como discípula y enviada. En una religiosidad popular que ha exaltado vírgenes puras, mártires heroicas o santos varones, María Magdalena resultó incómoda. Su presencia activa en el discipulado no encajaba con los modelos dominantes de santidad femenina (Schüssler Fiorenza, 1994).

Es cierto que podría señalarse que no todos los apóstoles están presentes en esta festividad; sin embargo, la diferencia radica en que muchos de ellos sí tienen templos, calles, cofradías o devociones asociadas en la ciudad. Pedro, Santiago, Juan o Tomás aparecen tanto en el discurso pastoral como en la arquitectura y el calendario litúrgico local. En cambio, la figura femenina de María Magdalena permanece relegada, muchas veces ausente incluso en los templos y pastoral, y sin un espacio que la celebre con identidad propia.

Este silencio no es casual ni anecdótico: es el síntoma de una memoria eclesial incompleta. La ausencia de María Magdalena en las devociones, procesiones y cultura cusqueña revela que las mujeres pueden participar y servir, pero rara vez son nombradas, reconocidas como testigos o enviadas. Como señalamos antes, se han privilegiado rostros de obispos, vírgenes locales y santos masculinos, algunos de dudosa historicidad, mientras que la discípula-pescadora del anuncio pascual sigue invisible.

Tampoco debemos olvidar que en el momento en que se institucionalizó la fiesta del Corpus Christi, predominaba una lógica colonial que enfatizaba modelos jerárquicos, masculinos y europeos de santidad y representación. La figura de una mujer apóstola, pobre, excluida y pascual, no entraba fácilmente en esa lógica. Las devociones preferidas por los obispos de entonces respondían más a intereses de autoridad eclesial que a una recuperación integral de los personajes bíblicos (Burke, 2011).

En este contexto, recuperar su nombre no solo es un acto de justicia, sino de verdad evangélica. ¿Por qué su memoria no tiene presencia cultural, memoria o protagonismo en

nuestra historia? ¿Qué podemos aprender al incluirla hoy, no para reconocerla como a una santa más, sino para recordar su discipulado y proclamar su testimonio? Responder esto abre caminos hacia una pastoral más amplia e inclusiva. Hoy la Iglesia también está llamada a ver, nombrar y enviar a muchas otras como ella. ¿Qué otros rostros aún no hemos visto? ¿Qué otras voces no hemos escuchado?

4. Una iglesia que ve, nombra y envía

Jesús vio a María Magdalena, la nombró y la envió. Esa triple acción nos interpela hoy. Muchas mujeres han sido vistas, pero no nombradas. O han sido nombradas, pero no enviadas. O se les ha permitido servir, pero sin autoridad. Recuperar la figura de María Magdalena en la pastoral contemporánea implica abrir espacios reales para que las mujeres puedan anunciar, interpretar y acompañar comunidades como discípulas misioneras.

No se trata solo de poner su imagen en un anda o en un altar, sino de hacerla caminar en palabras, gestos eclesiales, decisiones pastorales y rostros concretos de hoy. Es reconocer que su memoria vive en las mujeres que sostienen la vida parroquial, las que predican sin púlpito, las que visitan enfermos, las que cargan sobre sus espaldas la esperanza de muchas comunidades.

Pero también es reconocer que hay muchas “Magdalenas” hoy, cuyas voces no son escuchadas, cuyas historias no son narradas, cuyas palabras no son creídas. Mujeres marginadas, pobres, líderes comunitarias, madres solas, religiosas silenciadas, jóvenes sin lugar en las decisiones. Personas que tienen un anuncio que dar, una buena noticia que compartir, pero que no encuentran espacio en nuestras estructuras. Como en tiempos de Jesús, Dios sigue confiando sus revelaciones a quienes el mundo no considera creíbles.

La celebración, en el pensamiento andino, no es adorno ni extra. Es una forma de reconocer lo sagrado, de hacerlo parte del cuerpo social. Por eso urge celebrar también a María Magdalena. No solo recordarla, sino festejarla, cantarla, representarla, dejar que su testimonio inspire nuevas formas de apostolado, discipulado y misión. Como señala Romero (2010), en el mundo andino "la celebración es un acto de memoria colectiva que dignifica la vida y restituye el equilibrio comunitario". Lo que no se canta, no se danza, no se viste de fiesta, no entra en el corazón del pueblo. Por ello, recuperar a María Magdalena y a otras mujeres bíblicas en la pastoral, en catequesis, en templos, en fiestas y celebraciones litúrgicas, no es sólo un acto simbólico, sino un acto de justicia cultural y eclesial. Necesitamos darles cuerpo, danza, historia, palabra y lugar en el calendario de nuestra vida comunitaria.

Como Iglesia, estamos llamados a una memoria que no excluya, a una liturgia que no silencie, a una pastoral que no margine. En palabras del Papa Francisco: “Toda la Iglesia está llamada a crecer en una cultura de reconocimiento recíproco y a promover una mayor inclusión de las mujeres” (Francisco, Christus Vivit, 42).

En este camino de recuperación eclesial, es significativo que en 2016, por encargo del Papa Francisco, se elevó la memoria litúrgica de María Magdalena al rango de fiesta, reconociéndola oficialmente como apóstola de los apóstoles. El decreto subraya su papel esencial en el anuncio de la resurrección y en la historia de la Iglesia. Este acto magisterial representa una invitación concreta a renovar el lugar de las mujeres en la vida eclesial y pastoral (Congregación para el Culto Divino, 2016).

En esta línea, se vuelve urgente seguir investigando el papel de las mujeres en las primeras comunidades cristianas, y animar experiencias pastorales que incluyan su voz. También sería valioso conocer por qué un templo como el de Taray lleva el nombre de María Magdalena: ¿fue una decisión aislada?, ¿respondía a una devoción específica?, ¿o a una comprensión más amplia de la santidad femenina? Estas pistas pueden abrir caminos de discernimiento cultural y pastoral.

Conclusión

Recuperar la figura de María Magdalena no es un gesto nostálgico ni una moda ideológica, sino una necesidad evangélica. Su historia, su palabra y su envío son parte esencial del corazón del cristianismo. Cuando su memoria es relegada, no solo perdemos a una mujer discípula: empobrecemos nuestra comprensión del Evangelio, limitamos el testimonio de la resurrección y cerramos puertas a nuevas formas de discipulado.

La pastoral andina, rica en símbolos y celebraciones, tiene hoy la oportunidad de incluir a María Magdalena en su imaginario festivo y litúrgico. No se trata solo de colocar una imagen más en los altares, sino de permitir que su voz resuene, que su ejemplo inspire, que su memoria alimente procesos comunitarios donde las mujeres sean vistas, nombradas y enviadas como portadoras de la buena noticia.

Como Iglesia, estamos llamadas y llamados a una conversión de la mirada. A dejarnos interpelar por aquellas presencias silenciadas que, como María Magdalena, han sido testigos fieles y no han sido creídas. Tal vez sea tiempo de mirar en nuestro entorno quiénes son hoy las Magdalenas ignoradas, y qué buena noticia nos están revelando sin que la escuchemos.

María Magdalena sigue siendo una palabra pendiente. Quizá el primer paso para recuperar su voz en nuestras comunidades sea pronunciar de nuevo su nombre, con la misma ternura y el mismo envío con que lo hizo Jesús.¡María!

Referencias Bibliográficas:

Acta Apostolicae Sedis. (1969). Calendarium Romanum ex Decreto Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II instauratum auctoritate Pauli PP. VI promulgatum. Libreria Editrice Vaticana.

Burke, P. (2011). La cultura popular en la Europa moderna. Alianza Editorial.

Cárdenas, H. (2021). Corpus Christi y la memoria andina. Revista Andina de Estudios Culturales, 12(2), 55–72.

Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. (2016). Decreto sobre la inscripción de la memoria obligatoria de Santa María Magdalena en el Calendario Romano General con el grado de fiesta. Ciudad del Vaticano.

Francisco. (2019). Christus vivit. Exhortación apostólica postsinodal. Vaticano.

Johnson, E. A. (2004). Verdad desnuda: María Magdalena y la resurrección. En La que dijo sí: Mujeres bíblicas como modelos de fe (pp. 45–63). Sal Terrae.

Romero, C. (2010). Teología andina: fe, fiesta y comunidad. Fondo Editorial Andino.

Schüssler Fiorenza, E. (1994). En memoria de ella: Una reconstrucción teológica feminista de los orígenes del cristianismo. Herder.

Shmuel Safrai, & Stern, M. (Eds.). (1976). The Jewish People in the First Century: Historical Geography, Political History, Social, Cultural and Religious Life and Institutions (Vol. 2). Van Gorcum.

Witherington III, B. (1990). Women in the Ministry of Jesus: A Study of Jesus' Attitudes to Women and their Roles as Reflected in His Earthly Life. Cambridge University Press.

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