#MaríaMagdalena Maria Magdalena: Apóstol de los Apóstoles

| Merche Saiz
Voz silenciada, relegada, incluso tratada como prostituta: Pero la verdad es tozuda, y la figura de María Magdalena emerge con una fuerza innegable como la primera apóstol, la primera mensajera de la resurrección de Jesús. Un papel fundacional, una piedra angular del cristianismo que, por siglos, ha sido deliberadamente oscurecida por una narrativa patriarcal que no solo la difamó, sino que, al hacerlo, sentó las bases para la marginación sistemática de la mujer dentro de la fe.
No es casualidad que a María Magdalena se le atribuye erróneamente el título de prostituta. Esta difamación no es un error menor; es un símbolo brutal del destino que se ha reservado a las mujeres en la historia eclesiástica: el de ser silenciadas, minimizadas y relegadas a un segundo plano, a pesar de su innegable e incesante contribución al cristianismo. Hemos sido sistemáticamente excluidas de los espacios de poder, de la toma de decisiones, de la predicación y de la interpretación teológica. Este fenómeno no solo ha distorsionado la percepción de figuras históricas cruciales, sino que ha perpetuado un sistema rancio que sofoca la participación activa de las mujeres en la vida eclesiástica, condenándola a la irrelevancia en un mundo que avanza.
La situación actual es insostenible. Es más que imperativo; es una cuestión de supervivencia para la fe que las mujeres, en este preciso momento histórico, nos levantemos y asumamos nuestro rol en la evangelización. La misión de llevar el evangelio a los desfavorecidos, a los excluidos, a aquellos a quienes la iglesia oficial ignora, no puede esperar el visto bueno de unas estructuras eclesiásticas anquilosadas y temerosas del cambio. La tecnología y las comunicaciones modernas son nuestras aliadas, herramientas poderosas que nos permiten crear y nutrir comunidades de fe sin la necesidad de una aprobación que, históricamente, siempre nos ha sido denegada. Este empoderamiento femenino no es una opción; es la única base posible para una nueva evangelización, donde el protagonismo de las mujeres no solo sea aceptado, sino celebrado como la fuerza vital que es.
Reconocemos que los inicios de esta transformación serán arduos. Las comunidades auténticas se construyen con paciencia, perseverancia y un compromiso inquebrantable con los valores esenciales del evangelio. Pero no podemos, ni debemos, seguir proyectando la imagen de una iglesia que se aferra desesperadamente a un derecho canónico obsoleto, ciego a las realidades y las urgencias del siglo XXI. La apertura a nuevas formas de liderazgo, la inclusión plena de las voces femeninas en todos los niveles y la demolición de las barreras patriarcales no son meros "pasos necesarios"; son la única vía para revitalizar una fe que, de otro modo, se marchita, y para acercarla a las verdaderas necesidades de un mundo que clama por un mensaje de amor y justicia sin restricciones.
El legado de María Magdalena es un faro: el de ser portadoras incansables de la buena nueva. Su historia es una llamada urgente a todas las mujeres a no esperar más. La Iglesia, para ser relevante, debe ser un espacio de transformación radical y renovación constante, donde las mujeres no solo tengamos voz, sino también voto y poder real. La lucha por la igualdad de género dentro del contexto religioso no es simplemente una cuestión de justicia social; es una cuestión de fidelidad intrínseca al mensaje revolucionario de amor y aceptación que Jesús predicó. Es hora, y la hora es ahora, de que las comunidades de fe se conviertan en verdaderos reflejos del reino de Dios, donde cada voz, sin importar su género, sea escuchada, valorada y elevada. No podemos permitirnos el lujo de escondernos por el miedo a la extorsión de la excomunión. No podemos ser como los apóstoles que se escondieron cuando Jesús fue crucificado. No nos mueve una mera ilusión, como expresó el Papa Pablo VI; nos mueve la llamada directa de Jesús que nos envia a predicar el reino. No queremos "clericalizarnos" como ha advertido el Papa Francisco; lo que queremos es servir con plenitud y trabajar sin cadenas.
No esperaremos una aprobación formal para dar un paso serio y cargado de realismo. Como magistralmente dijo Antonio Machado: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar." Si nos paraliza el peso de un grupo, si esperamos una aceptación externa, jamás lograremos nada. Si se siente esa vocación, si se ha recorrido un camino serio de reflexión y discernimiento, no hay lugar para la duda. Por encima de nuestras conciencias, por encima de los dogmas humanos, solo está Dios.
María Magdalena, la "Apóstol de los Apóstoles", fue la primera en anunciar que Jesús está vivo entre todos, y esa palabra abarca, sin distinción, a varones y mujeres.
Mientras la iglesia se aferre a teorías obsoletas y a estructuras arcaicas, seguirá empequeñeciéndose cada día más, dejando fuera, lo que es aún peor, a más de la mitad de la humanidad y, con ello, vulnerando de forma flagrante los derechos humanos más elementales.
Con todo respeto hacia la figura del Papa, es innegable que hoy en día, en vastos sectores, hay más seguidores eufóricos del hombre que ocupa la silla de Pedro que del mensaje transformador de Jesús. Y esa es, quizás, la mayor de las traiciones.
