Aromas, rumores y vecinas
Noticias inquietantes en Cafarnaúm
Me llamo Dina y desde que me quedé viuda muy joven, vendo hierbas aromáticas en una plaza de Séforis. Estoy orgullosa de que mis hierbas - albahaca, cilantro, sándalo, romero, espliego… - sean las mejores del mercado y debo mi fama al apoyo de mis vecinas que me han ayudado siempre a salir adelante. Mi puestecillo de venta se ha convertido en un lugar en que compartimos confidencias, alegrías, penas y noticias.
A veces comentamos lo que hemos escuchado el sabat detrás de la celosía de la sinagoga: el rabino habla casi siempre para los hombres pero cuando se dirige a nosotras nos recuerda que, como somos emotivas, irracionales, parlanchinas y débiles, tenemos que procurar ser discretas y sumisas. Dice que somos un peligro para los hombres y que podemos contaminarlos con nuestra impureza: por eso no nos está permitido participar en el culto y nos quedamos aparte en otro espacio del Templo .
Me cuesta mucho escuchar eso y, más aún, no saber más de las Escrituras porque mi padre era escriba y en mi casa se hablaba mucho de ellas. Un día le pregunté por qué mis hermanos podían dedicarse a estudiar la Torah y yo no, y me respondió en tono severo: - “Las mujeres ocupáis los lugares que os están asignados según nuestras tradiciones y leyes. Vuestro espacio es el interior de la casa y no debéis salir sin ser acompañadas por alguno de nosotros. No os está permitido hablar en público, ni dedicaros a estudiar la ley y ningún rabino os aceptará nunca como discípulas”.
La imposición de esos límites me indignaba; me resultaba humillante que nuestra presencia no fuera necesaria a la hora de comenzar la oración y que estuviéramos exentas de la recitación diaria del Shema y de la peregrinación a Jerusalén en las fiestas. Mis hermanos se burlaban de mí: - “¿De qué te quejas, Dina? Bastante tienes con poder encender las velas en la celebración del sabat …”
Con el paso del tiempo mi rebeldía se había ido convirtiendo en amarga resignación, aunque a veces reaparecía como el día en que escuché decir al rabino: - “¡Atentas a esto las mujeres! Cuando Dios se preguntó de dónde podría sacar a la mujer, vio que no podía ser de la cabeza del ’Adam, para que no levantéis la cabeza por soberbia como las hijas de Sión; ni del ojo, para que no seáis como lechuza; ni de la oreja, para que no seáis indiscretas como Sara; ni de la boca, para que no seáis demasiado locuaces como Miryam; ni del corazón, para que no seáis celosas como Raquel; ni de la mano, para que no seáis ávidas como Lía; ni del pie, para que no seáis vagabundas como Dina. Por eso os ha hecho de una parte escondida del cuerpo, la costilla, para que seáis modestas . Esa es la razón por la que los varones rezamos tres veces al día al Santo, bendito sea, diciendo: “Bendito seas Señor, porque no me has creado pagano, ni ignorante, ni mujer”.
Eran palabras hirientes que nos relegaban a una situación de inferioridad e irrelevancia.
Un verano, inesperadamente, comenzaron a llegar desde la vecina Cafarnaúm rumores inquietantes: había llegado a la ciudad un galileo itinerante llamado Jesús y su predicación había alterando los ánimos. Se atrevía a proclamar que el tiempo de Dios se había cumplido y se acercaba el Reino; anunciaba la buena noticia de la gracia de Dios y la posibilidad de vivir la vida como una ocasión sorprendente y única. Tenía seguidores entusiasmados que decían: “Se están cumpliendo las palabras del profeta: El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en sombras de muerte, una luz les brilló” (Is 8, 23‑9,1).
El revuelo llegó hasta mi puesto del mercado en forma de comentarios de desconcierto y de una curiosidad expectante. Esther, casada con un fariseo, decía: -“Mi marido está escandalizado porque ese hombre hace curaciones en sabat, no da importancia a las cuestiones de pureza y se le ha visto comiendo con la peor gentuza”. – Rut que es comadrona y había asistido al parto de una mujer de Cafarnaúm, le había conocido y contaba asombro cómo trataba a las mujeres: - “Las mira de frente, les presta atención y dialoga con ellas, admite discípulas en su seguimiento, no rehúye su contacto, ni sus perfumes, ni su afecto”.
Me asaltó el presentimiento de que algo nuevo estaba llegando a mi vida, la promesa de que una energía poderosa iba a poner en pie mi esperanza.
Tomé una decisión arriesgada y, juntando mis ahorros, viajé a Cafarnaúm para conocer por mí misma a aquel hombre. Lo encontré subido en una barca predicando junto al mar y, al escucharlo, me di cuenta con emoción de que al hablar de Dios, incorporaba en sus ejemplos las pequeñas cosas de la vida que nosotras conocemos tan bien: la levadura que hundimos en la masa para que fermente; el manto que se rompe si echamos un remiendo de tela nueva; el candil que encendemos para alumbrar la casa; el agua que vamos a buscar cada día a la fuente; la sal con la que condimentamos las comidas; el arcón en el que guardamos cosas nuevas y viejas; el aceite de nuestras alcuzas, el barrido cuidadoso si se nos pierde una moneda .
Sentí de pronto que el Reino del que hablaba era un espacio sin dominación en el que se anulaban las pretensiones de superioridad de los varones sobre nosotras. Ya no estábamos fuera, sino incluidas en los relatos que trataban de cosas que nos ocurren en la vida de cada día: una boda, una enfermedad, niños que juegan en la plaza, un hijo que se va de casa, un parto difícil, una semilla de mostaza plantada en el huerto. Las realidades que vivíamos cada día dejaban de ser irrelevantes, se convertían en la escala que Jacob había visto en sueños y por ellas bajaban y subían los mensajes de Dios; eran la arcilla con la que aquel Maestro modelaba sus palabras, la zarza ardiente en la que Dios se revelaba.
Al llegar el sabat acudí a la sinagoga y, cuando él acabó de predicar, me puse en pie y la fuerza de mi voz llegó hasta él atravesando la celosía: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!”. Él se dio la vuelta buscándome y dijo: “Dichosos más bien quienes escuchan la Palabra de Dios y la guardan”
Estaba proclamando una bienaventuranza que anunciaba un mundo de iguales y que abría ante las mujeres las puertas del discipulado.
(Noticias Obreras, Julio 2025)