Un santo para cada día: 12 de febrero Santa Eulalia de Barcelona (Copatrona de Barcelona)

Santa Eulalia, copatrona de Barcelona
Santa Eulalia, copatrona de Barcelona

Cuenta la leyenda que durante su crucifixión y para preservar su pureza virginal, le crecieron los cabellos y empezó a caer una fuerte nevada que ocultó su cuerpo a esas miradas impías y sacrílegas, también cuenta que en el momento de expirar vieron salir de su boca volando hacia el cielo, una hermosa paloma blanca

 La falta de datos a la hora de conformar la semblanza de los primeros santos del cristianismo a veces se une una dificultad de identificación motivada por una posible duplicidad de personalidad biográfica y entonces resulta aún más complicado. Esto es exactamente lo que sucede a la hora  de hablar de Eulalia de Barcelona, pues existen ciertas dudas sobre la identidad de los relatos que de ella nos han llegado, por lo que hay quien piensa que pudiera tratarse de una versión local de Sta. Eulalia de Mérida, toda vez que varios datos como pueden ser el nombre, sucesos múltiples y tormentos referidos a la santa de Barcelona pertenecen también a la santa de Mérida, por lo que pudiera tratarse de una duplicidad hagiográfica; al menos tal supuesto se ha convertido en objeto de estudio por parte de los historiadores. El hecho de que, en el año 2004, Santa Eulalia de Barcelona fuera retirada del Martirologio romano no deja de ser significativo, si bien ello no es óbice para que pueda seguir siendo considerada como una santa tradicional a la cual naturalmente se la puede seguir rindiendo culto.

Eulalia habría nacido en una quinta a las afueras de Barcelona, probablemente en los últimos años del S. III, durante la persecución promulgada por el emperador Diocleciano. Era de noble familia y tendría entre los 13 y los 15 años cuando un buen día se escapa de su hogar a la hora que todos dormían para encaminarse andando a la ciudad de Barcelona. Sus padres estaban preocupados previendo que esta escapada podía producirse, por ello, la tenían encerrada en casa. Los deseos de la niña eran presentarse ante el gobernador Daciano, con la intención de recriminarle las persecuciones contra los cristianos. El Emperador trató por todos los medios de que abandonara su fe, pero ante su negativa mandó que la detuvieran.

Fue encarcelada en una oscura prisión, después azotada, desgarrada su carne con garfios, colocada en un brasero ardiendo, quemados sus pechos, restregadas posteriormente sus heridas con una piedra tosca, para después arrojar sobre ellas aceite hirviendo y plomo fundido. Luego sería introducida en un tonel lleno de cuchillas cortantes para acabar arrojándola por una pendiente. Finalmente fue paseada desnuda por las calles de la ciudad hasta el lugar del suplicio, donde fue crucificada en una cruz en forma de aspa. 

Cuenta la leyenda que durante su crucifixión y para preservar su pureza virginal, le crecieron los cabellos y empezó a caer una fuerte nevada que ocultó su cuerpo a esas miradas impías y sacrílegas, también cuenta que en el momento de expirar vieron salir de su boca volando hacia el cielo, una hermosa paloma blanca.

Santa Eulalia, copatrona de Barcelona
Santa Eulalia, copatrona de Barcelona

Sus despojos fueron localizados en el año 878 por el obispo Frodoino. Estuvieron un tiempo enterrados en Santa María de las Arenas, donde hoy está Santa María del Mar y de aquí fueron trasladados a lo que hoy es la Catedral de Barcelona, donde reposan en la actualidad. Comparte patronazgo de esta gran ciudad con La Virgen de la Merced. Es venerada también por la Iglesia Ortodoxa.

Reflexión desde el contexto actual:

Es de admirar e incluso resulta sorprendente, el grado de compromiso y resolución de la joven Eulalia, que aparece ante nuestros ojos como una joven resolutiva, nada fácil de imitar y nos parece difícil sobre todo si este comportamiento lo enmarcamos en un mundo como el nuestro, tan pasivo e indolente. Naturalmente para que nuestra mártir pudiera superar ese trance y fuera capaz de soportar tanto tormento sin titubear, necesariamente tuvo que estar muy poseída de Dios y confiar en su poder y en su misericordia.  Es hora de que vayamos convenciéndonos,  nosotros también, de que con Dios lo podemos todo y sin Él no podemos nada.

Volver arriba