Un santo para cada día: 26 de noviembre La festividad de Cristo Rey

Solemnidad de Cristo rey
Solemnidad de Cristo rey

Estamos ante una festividad que ha ido cambiando de sentido acomodándose a las circunstancias de los tiempos.  Lo que en un principio se pretendió fue dar testimonio claro y manifiesto de la soberanía de Jesucristo sobre todo lo creado, sobre todos los pueblos y naciones, sobre todas las instituciones, sobre todo los reyes, potestades, fuerzas y poderes humanos, en unos tiempos en que el laicismo representaba una amenaza con su visión radicalmente inmanentista de la vida, tanto por lo que se refiere a las personas como a los pueblos en su conjunto. Con la festividad de Cristo Rey lo que el Papa Pio XI intentaba era defender valientemente la soberanía de Cristo y colocarle en el lugar que por derecho propio le corresponde, pues aunque es cierto que su reinado no es de este mundo, no es menos cierto que Él ha sido, es y seguirá siendo Soberano de todos y de todo, por mucho que los oportunismos político-religiosos aconsejen silenciar o maquillar esta realidad.

 La fiesta de Cristo Rey fue instituida por Papa Pio XI el 11 de diciembre de 1925 a través de la Encíclica “Quas Primas”, sin duda con la clara pretensión pedagógica de contrarrestar al ateísmo en boga.  Sucede no obstante que esta realeza de Cristo se le ha ido desplazando a un plano estratosférico y aunque se implora que siga imperando en los corazones de las gentes, nada se dice sobre su presencia en la vida real de los pueblos en las instituciones o en el gobierno de las naciones, ya que ello podría molestar a algunos y esto por lo que se ve, no va con el signo de los tiempos.

       Es así como a partir de los años 1970 esta festividad ha ido perdiendo su significado original  para pasar a tener un sentido más bien místico y de carácter  escatológico. Así pues mientras en 1925 en la oración litúrgica se pedía a Dios “que todos los pueblos disgregados por la herida del pecado se sometan al suavísimo imperio del Reino de Cristo” hoy sin embargo reza así: “ Toda la creación liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin” y es que durante este  periodo de tiempo, casi un siglo, han pasado muchas cosas, entre ellas la celebración del Concilio Vaticano II con la declaración de la libertad religiosa, que ha propiciado un cambio de orientación en las relaciones  de la Iglesia con el Estado. Digamos que se ha pasado del “Syllabus al Contrasyllabus”  sin que ello signifique la condena de las enseñanzas vertidas en la encíclica “ Quas Primas”, documento que sigue estando vigente, por lo que debiera ser tenido en cuenta y ser recordado. Por contra lo que ahora se hace es insistir exclusivamente, en la potestad espiritual de Cristo sin referencia a una revolución pacífica para establecer un orden humano equitativo, pacífico y justo. Poco o nada se dice del hecho cierto de que la potestad de los reyes, mandatarios o gobernantes viene de Dios y que en este sentido nadie puede sustituir al Supremo Legislador sin contravenir un orden que está por encima de la voluntad de los hombres, de los pueblos y de las naciones.  Tal como queda resumido en esta breve sentencia evangélica: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra”.

En un día como hoy, en todas las iglesias del Orbe Católico  debieran ser debidamente comentadas las palabras de Pio XI en la encíclica Quas Primas “¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejarán gobernar por Cristo”…“Si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy infecciona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos… Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la Religión Cristiana fue igualada con las demás religiones falsas, y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: Hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la Religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios…. “Para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de Nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo, y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad”…. “La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo, no solo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes”.

 Estas palabras pronunciadas hace menos de un siglo, están hoy en plena vigencia y responden perfectamente a las necesidades del momento. El laicismo no es cosa del pasado, es uno de los problemas más graves con que nos enfrentamos los cristianos y por eso mismo hemos de gritar al unísono: “Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat”. Nuestro silencio, nuestra pasividad e inoperancia están envalentonando a políticos, escritores, periodistas anticristianos y en general a todos aquellos, que se oponen al Reinado de Cristo, que son muchos, por desgracia. Si nosotros, que nos llamamos cristianos, callamos, ¿quien va a hablar? Quizás hoy como nunca los cristianos debiéramos sentir la necesidad de unirnos para militar juntos bajo la bandera de Cristo Rey del Universo entero, para hacer valer los derechos de Dios, que hoy en muchos pueblos y naciones se le están negando.  ¿Es el Reino de Dios el que estamos anunciando o es el reino del egoísmo insolidario del “sálvese el que pueda”? ¿Podemos permanecer con la boca cerrada sabiendo que media humanidad se está muriendo de hambre en contra del plan preconcebido por Dios? Si algo debiéramos tener claro los cristianos, es que en las enseñanzas de Jesucristo tienen un lugar privilegiado los pobres que hoy se ven desplazados de nuestro mundo y algo habrá que hacer para que esto no sea así ¿Por qué hemos de silenciar tanto abuso? ¿Por qué no gritarlo en los foros, en los parlamentos, en las calles y plazas que el reinado de Cristo es un reinado de paz de justicia y de bienestar para todos y no para unos pocos solamente? ¿Por qué hemos dejado de proclamar este deber universal incluso en las iglesias? ¿Por qué? ¿No será por cobardía? ¿No será que nos hemos dejado influir de esa falsa prudencia expresada a través de lo políticamente correcto?

No sólo Pio XI También León XIII nos dejó bellas páginas en sus encíclicas dignas de ser recordadas, sobre todo en la “Inmortale Dei”, considerada como la Carta Magna del Estado Cristiano, donde después de haber establecido cuidadosamente la separación entre el poder civil y el eclesiástico con sus competencias propias para ser ejercidas de forma autónoma e independiente, el Papa postula la coordinación y colaboración de ambos como partes de un mismo todo querido por Dios en clara alusión a la Cristiandad. ...”Hubo un tiempo, se nos dice, en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En aquella época, la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad. La religión fundada por Jesucristo se veía colocada firmemente en el grado de honor que le corresponde y florecía en todas partes, gracias a la adhesión benévola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistrados. El sacerdocio y el imperio vivían unidos en mutua concordia y amistoso consorcio de voluntades. Organizado de este modo, el Estado produjo bienes superiores a toda esperanza.”  Es de lamentar la sequía de documentos políticos en la Iglesia Posconciliar, sobre todo teniendo en cuenta la desorientación e ignorancia reinante entre los católicos sobre estos asuntos. Hoy existen cuestiones políticas sin resolver, o resueltas sólo a medias porque faltan criterios claros y unánimes. Ciertamente que el reinado de Cristo no es de este mundo, y que El no es rey temporal como los demás reyes y gobernantes, pero debiéramos profundizar e ir más lejos. ¿Saben los católicos de dónde proviene la legitimidad de toda autoridad? ¿Saben los católicos que por encima de la mayoría parlamentaria está la ley natural, (es decir la ley de Dios), que obliga tanto a creyentes como a no creyentes? ¿Saben que cuando todo depende de la voluntad de los hombres se cae irremediablemente en el relativismo totalitario? ¿Saben los católicos que una Constitución sin Dios lesiona los derechos divinos? ¿Saben que ninguna actividad humana en la que está incluida la actividad política puede sustraerse al imperio divino? De la falta de formación político-religiosa se están derivando consecuencias funestas. Así podemos ver a hombres y mujeres católicos metidos a políticos que actúan sin principios y a bandazos, movidos sólo por criterios pragmáticos. Naturalmente mientras esto sea así, al cristianismo le van a quedar pocas opciones de cambiar la sociedad, de velar por la familia, de ennoblecer la política, de encauzar la educación, de evangelizar al mundo. Los católicos tendremos que estar vigilantes por si la contemporización no es sinónimo, a veces, de vergonzosa cobardía.

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