Reflexión de pro-prefecto sobre la 'Missio ad gentes' hoy, en la celebración del DOMUND Cardenal Tagle: "Si la Iglesia es misionera por naturaleza, la preparación para la misión debería ser una prioridad educativa"

Congreso Misionero
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Publicamos la intervención pronunciada por el cardenal Luis Antonio Gokim Tagle, pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización (Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares), con motivo del Congreso Misionero Internacional 'La Missio ad Gentes hoy: hacia nuevos horizontes'

Promovido por el Dicasterio para la Evangelización (Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares) y por las Obras Misionales Pontificias, el Congreso se ha celebrado en la tarde del sábado 4 de octubre en el Aula Magna de la Pontificia Universidad Urbaniana, en el marco del Jubileo del Mundo Misionero y de los Migrantes

(Agencia Fides).- Queridos hermanos y hermanas en Cristo, compañeros misioneros del Evangelio: les doy la bienvenida, en nombre del Dicasterio para la Evangelización -Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares-, de la Pontificia Universidad Urbaniana y de las Obras Misionales Pontificias, a este Encuentro Misionero Internacional con motivo del Jubileo del Mundo Misionero y de los Migrantes, que se celebra hoy y mañana. Es oportuno y necesario estudiar juntos, reflexionar juntos, escucharnos unos a otros y aprender mutuamente de manera sinodal, mientras abordamos el tema: «La Missio ad Gentes hoy: hacia nuevos horizontes». En esta celebración jubilar, dejemos que la virtud teologal de la esperanza nos indique esos nuevos horizontes.

El discernimiento denuevos horizontes en la Missio ad gentesdebe realizarse periódicamente por las Iglesias locales, las conferencias episcopales nacionales y continentales, las sociedades misioneras, los institutos de vida consagrada, las asociaciones de laicos y los movimientos eclesiales. El Concilio Vaticano II ya lo subrayó en el Decreto Ad gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia: «Es esta actividad misional de la Iglesia se entrecruzan, a veces, diversas condiciones: en primer lugar de comienzo y de plantación, y luego de novedad o de juventud. La acción misional de la Iglesia no cesa después de llenar esas etapas, sino que, constituidas ya las Iglesias particulares, pesa sobre ellas el deber de continuar y de predicar el Evangelio a cuantos permanecen fuera. Además, los grupos en que vive la Iglesia cambian completamente con frecuencia por varias causas, de forma que pueden originarse condiciones enteramente nuevas. Entonces la Iglesia tiene que ponderar si estas condiciones exigen de nuevo su actividad misional» (AG 6).

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En esta introducción ofreceré tres reflexiones que podrían ayudar a animar el espíritu misionero y estimular la imaginación. No esperen un tratado académico exhaustivo: solo deseo pensar en voz alta con ustedes, intentando poner en diálogo el Decreto Ad gentes -promulgado hace sesenta años- con algunas de nuestras experiencias misioneras más significativas.

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Primer punto. Misión y catolicidad concreta

En mi opinión, este tema, que impregna el documento conciliar Ad gentes, merece más atención de la que se le ha prestado. Las misiones del Hijo, Jesucristo, y del Espíritu Santo revelan la voluntad de salvación universal del Padre. Los discípulos de Cristo, animados por el Espíritu Santo, son enviados en misión para llevar el Evangelio a todos los pueblos. En las comunidades y naciones que acogen el Evangelio nace la Iglesia.
La misión cristiana manifiesta claramente la universalidad de la oferta de salvación y la catolicidad de la Iglesia. Esta es misionera por naturaleza, porque es al mismo tiempo fruto de la misión y portadora de la misión.

Cuando hablamos de la catolicidad de la Iglesia en relación con la universalidad de la misión, no se trata de un concepto abstracto ni de un ideal romántico. Según Ad gentes, la comunión católica es una catolicidad concreta, que implica pueblos concretos que viven en culturas, historias, glorias, fracasos y límites concretos, pero unidos en la única fe. Leemos en AG 4: «en el día de Pentecostés, para permanecer con ellos eternamente (Cf. Jn., 14,16), la Iglesia se manifestó públicamente delante de la multitud, empezó la difusión del Evangelio entre las gentes por la predicación, y por fin quedó prefigurada la unión de los pueblos en la catolicidad de la fe por la Iglesia de la Nueva Alianza, que en todas las lenguas se expresa, las entiende y abraza en la caridad y supera de esta forma la dispersión de Babel». Y la misma verdad se expresa también en AG 15: «Los fieles cristianos, congregados de entre todas las gentes en la Iglesia, no son distintos de los demás hombres ni por el régimen, ni por la lengua, ni por las instituciones políticas de la vida, por tanto, vivan para Dios y para Cristo según las costumbres honestas de su pueblo; cultiven como buenos ciudadanos verdadera y eficazmente el amor a la Patria, evitando enteramente el desprecio de las otras razas y el nacionalismo exagerado, y promoviendo el amor universal de los hombres». El amor a la patria, por tanto, no significa nacionalismo exagerado ni racismo.

Creo que la missio ad gentes es un umbral que nos permite vivir la comunión universal en y a través de la catolicidad concreta. Hoy observamos, tanto en las sociedades como en las Iglesias locales, una renovada apreciación de la identidad local, que las define como pueblos únicos. Sin embargo, no somos ciegos ante la tendencia ideológica que pretende afirmar la singularidad de un pueblo en oposición a la de otros. La diversidad, en lugar de ser fuente de enriquecimiento mutuo, se convierte así en causa de división. Lo local puede derivar en aislamiento: hemos vuelto a Babel. Estamos rodeados de innumerables conflictos nacionales e internacionales. Lamentablemente, estas tendencias destructivas también han penetrado en algunas Iglesias locales. En ocasiones, la pertenencia étnica, la casta o la identidad nacional ejercen una influencia más poderosa que el Evangelio.

Una renovada actividad misionera debería celebrar la presencia, en las culturas locales, de todo aquello que es bueno y verdadero conforme al Evangelio, y al mismo tiempo mantenerse humildemente abierta a la purificación del Espíritu Santo respecto de lo que es corrupto o falso en nuestras culturas. Desde el punto de vista cultural, ninguna Iglesia local puede separarse de las demás por sentimientos de falsa superioridad o de falsa inferioridad. Todas las culturas necesitan ser purificadas y orientadas hacia el Evangelio de Jesús mediante la docilidad al Espíritu Santo.

Las Iglesias locales reconocen unas en otras la misma fe de la única Iglesia católica: en el único Señor, en el único Espíritu, en el único Evangelio, en la única Eucaristía y en el único ministerio apostólico, que sin embargo se concretan en diversas sabidurías y expresiones locales.

Lacolaboración entre misioneros locales y extranjeros dentro de una misma Iglesia local expresa concretamente la comunión católica entre las Iglesias. Asimismo, la cooperación misionera entre Iglesias locales -a través de la oración, la animación misionera y la contribución caritativa, especialmente en este mes misionero de octubre y en el Domingo Mundial de las Misiones- es una forma de vivir la catolicidad concreta.

Hoy, el horizonte de la fraternidad en el mundo parece reducirse. La misión cristiana, en cambio, está llamada a ensanchar el horizonte de la comunión.

Segundo punto. La misión como epifanía del plan salvífico de Dios

Muchos obispos de territorios misioneros son consagrados durante la fiesta de la Epifanía. Esta solemnidad del Señor siempre se ha asociado con la misión universal de la Iglesia. El Concilio Vaticano II lo explica en Ad gentes 9: «La actividad misionera no es otra cosa que la manifestación, es decir, la epifanía y la realización del plan divino en el mundo y en la historia: con ella, Dios lleva claramente a término la historia de la salvación». La misión, por tanto, es un momento de Epifanía: una manifestación de Dios y de su amor.

Pero hay otra Epifanía importante que se realiza en la misión. Según Ad gentes 8: «La actividad misional tiene también una conexión íntima con la misma naturaleza humana y sus aspiraciones. Porque manifestando a Cristo, la Iglesia descubre a los hombres la verdad genuina de su condición y de su vocación total, porque Cristo es el principio y el modelo de esta humanidad renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu pacífico, a la que todos aspiran».

En un momento en el que incluso algunos creyentes muestran tibieza ante la necesidad de la misión, y en el que ciertas instituciones sociales la consideran una imposición de creencias contraria a la libertad o a la identidad de las personas, es urgente redescubrir la dimensión epifánica de la misión. Se trata de un horizonte rico en posibilidades, pero también en desafíos.

¿Cómo se compromete la Iglesia en la misión? ¿Qué manifestamos? ¿Qué ven y sienten las personas? ¿Perciben el rostro de Dios y el rostro de la verdadera humanidad en Jesús a través de nuestro compromiso misionero?

La Iglesia está llamada a permanecer atenta a las oportunidades de la missio ad gentes que el Espíritu Santo le muestra a través de múltiples «epifanías». Daré algunos ejemplos.

Si la missio ad gentes consiste en ir hacia los pueblos y naciones para llevar el Evangelio, miremos también a las personas que hoy se desplazan o viven en movimiento constante hacia otras tierras. Hay millones de migrantes -muchos de ellos cristianos- que buscan una vida más segura y digna.

La migración es, en sí misma, una epifanía de la actividad misionera. El obispo Paolo Martinelli me invitó, por ejemplo, a pasar dos días en diciembre celebrando la misa en Dubái y Abu Dabi, dentro de la tradicional novena de preparación para la Navidad, muy arraigada en Sudamérica y Filipinas. Durante esos nueve días, en Dubái participan diariamente unas 30.000 personas en la misa, casi todas filipinas; y en Abu Dabi, cerca de 16.000 fieles cada día. Todos son migrantes. Esto es una epifanía. Ellos mismos son misioneros.

Hoy hay más de cien millones de refugiados que huyen, deambulan o se esconden en distintas partes del mundo. Cada día, millones de marineros, pescadores y turistas cruzan fronteras internacionales. Los bosques son arrasados, las colinas se derrumban, los ríos se contaminan, las inundaciones descienden de las montañas cubriendo pueblos y ciudades. El aire contaminado pasa de la atmósfera a los pulmones de los hombres. Las armas de guerra sobrevuelan los cielos para arrasar pueblos enteros. Las redes sociales, Internet, la web y la tecnología digital penetran en todos los sectores de la sociedad, transformando mentalidades y conciencias. La creación entera se agita en su dolor y gime, esperando la epifanía de la libertad de los hijos de Dios. ¿Vemos lo que Dios está manifestando? ¿Reconocemos a los nuevos profetas que revelan el rostro de Dios y el rostro de la humanidad actual? ¿Sabemos ver a los nuevos misioneros que el Señor está enviando, siempre en movimiento? ¿Somos rápidos para lamentarnos por la falta de vocaciones, pero lentos para reconocer la epifanía de nuevas vocaciones? Solo planteo la pregunta.

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Tercer punto. Estudios misionológicos

El Concilio Vaticano II reconoce la vocación especial de quienes son llamados a la misión, particularmente en Ad gentes 23: «dotados de un carácter natural conveniente, idóneos por sus buenas dotes e ingenio, están dispuestos a emprender la obra misional, sean nativos del lugar o extranjeros: sacerdotes, religiosos o laicos».

Todo don de Dios debe ser reconocido, cultivado y puesto al servicio de los demás. Por esta razón, el Vaticano II pide una formación sólida y amplia para los misioneros ad gentes. Deben estar tan preparados como quienes se dedican a otros ministerios en la Iglesia, si no más. En Ad gentes 26 se afirma: «Es necesario, sobre todo, al futuro misionero dedicarse a los estudios misionológicos; es decir, conocer la doctrina y las disposiciones de la Iglesia sobre la actividad misional, saber qué cambios han recorrido los mensajeros del Evangelio en el decurso de los siglos, la situación actual de las misiones y también los métodos considerados hoy como más eficaces».

Y en Ad gentes 34 se añade: «Requiriendo el recto y ordenado ejercicio de la actividad misionera que los operarios evangélicos se preparen científicamente para su trabajos, sobre todo para el diálogo con las religiones y culturas no cristianas, y reciban ayuda eficaz en su ejecución, se desea que colaboren entre sí fraternal y generosamente en favor de las misiones todos los Institutos científicos que cultivan la misionología y otras ciencias o artes útiles a las misiones, como la etnología y la lingüística, la historia y la ciencia de las religiones, la sociología, el arte pastoral y otras semejantes».

Sesenta años después de la promulgación de Ad gentes, tengo la impresión de que algunas instituciones educativas católicas, por diversas razones, no otorgan a los estudios misionológicos el estatus que el Concilio Vaticano II pretendía concederles. Es solo una impresión, pero si la Iglesia es misionera por naturaleza, entonces la preparación espiritual, humana, pastoral e intelectual para la misión debería ser una prioridad evidente, especialmente considerando el cambiante panorama misionero de nuestro mundo contemporáneo.

Diría incluso que todas las disciplinas eclesiásticas deberían tener un impulso pastoral y misionero, precisamente porque la Iglesia es misionera por esencia.

La reforma de la Curia Romana de 2022, establecida por la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, creó el nuevo Dicasterio para la Evangelización, con dos secciones. Durante el Concilio Vaticano II, este organismo se conocía como la Congregación de Propaganda Fide. Ad gentes 29 afirma: «Es necesario que haya un solo dicasterio competente, a saber: "De propaganda Fide", para todas las misiones y para toda la actividad misional, salvo, sin embargo, el derecho de las Iglesias orientales».

El Dicasterio para la Evangelización, junto con la Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares, la Pontificia Universidad Urbaniana y las facultades eclesiásticas afiliadas a ella, las cuatro Obras Misionales Pontificias y los Colegios Pontificios bajo la responsabilidad del Dicasterio, renuevan hoy su compromiso con el mandato recibido del Concilio Vaticano II, en particular en la promoción de unos estudios misionológicos sólidos, capaces de afrontar con valentía y creatividad los nuevos horizontes de la missio ad gentes en la actualidad.

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