La Iglesia no se enfeuda con ningún sistema social.

“Él (Cristo) quiere definir, pues, ese mesianismo auténtico para que en Él encontremos siempre la crítica de todos los sistemas políticos. Por eso da risa cuando dicen que la Iglesia está propiciando un sistema socialista.  Y supongamos que nuestra democracia se transforma mañana en socialismo, la Iglesia siempre será el juez que criticará las actitudes injustas del socialismo, así como anima hoy, en la democracia, lo buen que tiene la democracia.  La Iglesia está siempre, como una luz desde afuera, iluminando esa realidad.  Cristo quiere ser ese Mesías que ilumina el caminar de la historia.  Los pueblos son libres para darse el régimen que ellos quieran, pero no son libres para hacer sus caprichos. Tendrán que ser juzgados, en el sistema político o social que ellos escojan, por la justicia de Dios, y Dios es el juez de todos los sistemas sociales.   Y el Evangelio, como la Iglesia, no puede ser acaparado por ningún movimiento social ni político. Ninguna organización social o política puede llamarse que “ésta es la Iglesia y por aquí hay que ir”.  El cristiano es libre para sus opciones concretas.   Y, por favor, ninguna organización política, oficial o popular, se arrogue el abuso de querer llevar una comunidad de base, un grupo cristiano, solamente por su opción política.  En su trabajo de evangelización, en su reflexión de grupo cristiano, respétese la libertad de cada cristiano. Si alguien quiere pertenecer a otro grupo, respétesele su opción.  Si no quiere pertenecer a ninguna, respétesele su opción.  Que crezca en su fe, que se prepare para dar cuenta a Dios de cómo trabajó, en el mundo, por convertir un mundo en un mundo mejor,  ¡Esto sí nos pedirá cuenta el Señor!.

Durante los primeros tres siglos de la Iglesia las comunidades crecieron en un ambiente hostil.  Aunque observamos en varios textos del Nuevo Testamento intentos para suavizar la responsabilidad del Imperio en la ejecución de Jesús, y para no enfrentarse tan públicamente con el sistema explotador y dominador, pronto se convirtieron en tiempos de cruel persecución.  Los cristianos eran considerados “ateos” y merecían la muerte.  A pesar de esa tragedia  las comunidades crecieron y se extendieron.  El emperador (Constantino) consideró que podría aprovechar más de esa nueva religión al hacerla religión oficial de estado, donde el mismo emperador jugaba un papel fundamental en las decisiones importantes de la Iglesia.  Al mismo tiempo beneficiaba con riquezas y poderes a la alta jerarquía.  Significó el inicio de una  tremenda ola de expansión misionera (¿) bajo la protección del imperio.   Esto mismo sucedió bajo los nuevos imperios occidentales que surgieron.  La Iglesia se hizo aliada y justificadora religiosa de la colonización[1] en todos los continentes,  imponiendo a la vez los ritos de su religión cristiana sobre la destrucción de los sistemas religiosos que consideraban “diabólicos”. 

Ha tardado muchos siglos para que en las Iglesias surgieran nuevas corrientes fuertes tomando distancia de la política y economía dominante.  Además ha sido y aún es un proceso que va como goteo, muy despacio, avanzando y a veces retrocediendo.  En América Latina es sobre todo a partir de la Conferencia de Medellín (1968) que parte importante de la Iglesia empezó a tomar conciencia de que ““La Iglesia está siempre, como una luz desde afuera, iluminando esa realidad.”  Después del asesinato del Padre Rutilio Grande y sus dos acompañantes (marzo 1977) Monseñor Romero decidió ya no estar presente en actividades públicas del estado, ni quería que gobernantes estuvieran presente en la liturgia de la Iglesia. “Basta ya”.   Durante sus tres años como arzobispo ha dedicado mucho esfuerzo a “iluminar la oscura realidad del pueblo salvadoreño”, sufriendo explotación y represión cuando exigía justas reivindicaciones. 

Hoy sigue siendo un desafío muy grande en las Iglesias.  Una cosa es la luz de los documentos papales  - de Francisco por ejemplo -, otra cosa es la aplicación y concreción de esa luz del Evangelio en la realidad de cada país.  Observamos como hay obispos (y sacerdotes) que prefieren callarse sobre lo que pasa en sus pueblos.  Otros han optado por pastorales más carismáticas al estilo de las iglesias evangélicas pentecostales.  En los primeros 20 años del siglo XXI contamos con pocas voces proféticas como la de Mons. Romero.   Por supuesto el precio puede ser alto. Tanto en El Salvador de Mons. Romero como en Nicaragua de hoy los regímenes no permiten que la Iglesia ilumine la realidad a partir del Evangelio.  También hoy no dudan en callar la voz profética de la Iglesia imponiendo verdadera persecución.  En Europa se oye muy poco las voces proféticas de la Iglesia frente a los acontecimientos políticos y sociales en los países, en su continente y el mundo.  ¿Algo anda mal?

En un segundo pensamiento retomamos: “Y el Evangelio, como la Iglesia, no puede ser acaparado por ningún movimiento social ni político. Ninguna organización social o política puede llamarse que “ésta es la Iglesia y por aquí hay que ir”.  Mons. Romero miraba como miembros de organizaciones populares (político militares) trataron de influenciar sobre el quehacer de la Iglesia.  Ningún organismo político debe manipular la Iglesia al servicio de sus intereses particulares.   Ningún gobierno debe obligar a los miembros de la Iglesia a ponerse de rodillas ante sus caprichos, ni debe prohibir la acción social de la Iglesia, ni callar la voz profética.  En Nicaragua de hoy se imposibilita cada vez más la acción de la Iglesia: cierre de las congregaciones de los jesuitas, de los franciscanos, de las hermanas de la Madre Teresa;  intervención y confiscación de universidad (UCA) y de colegios;  bloqueo de cuentas bancarias; capturando y expulsando sacerdotes, o prohibiendo su ingreso al país, cierre de radios y TV de la Iglesia, ….   Es importante que en cada país, en cada continente la Iglesia tome la debida distancia de los regímenes, de los gobiernos, y que se fortalezca para no dejarse enjaular por los poderes políticos y económicos.

Como tercer punto reflexionamos a partir de la cita “Que crezca en su fe, que se prepare para dar cuenta a Dios de cómo trabajó, en el mundo, por convertir un mundo en un mundo mejor,  ¡Esto sí nos pedirá cuenta el Señor!.”    Monseñor Romero hace aquí una llamada a cada miembro de cada Iglesia a asumir su responsabilidad para convertir “este mundo en un mundo mejor”.  Si participa en organizaciones sociales y políticas tiene la misión de crecer en la fe de tal manera que “trabaje” para el Reino, que aporte para “un mundo nuevo”.   Esto será lo decisivo en su fe.  Y nuevamente estamos aquí ante el desafío de estar con las y los más débiles, vulnerables, heridos, enfermos, excluidos, los que cargan las cruces de la historia.  Esto sucede aquí, muy cercano a nosotros, ahí donde vivimos, en la misma ciudad, y también a nivel nacional e internacional. 

Cuando hemos sido mudos durante muchos años, después estamos en grandes problemas para asumir nuestra responsabilidad.  Un ejemplo claro es el conflicto de ya 75 años entre Israel y Palestina.  Tampoco las iglesias hemos levantado suficientemente nuestras voces proféticas para apoyar al pueblo palestino ante la constante invasión, colonización, reducción, encierre que sufren.  Vimos como Israel cambiaba las fronteras y nos hemos callado.  Nuestros gobiernos siguieron vendiendo armas a Israel y nos hemos callado.  Israel no respeta ninguna resolución de las Naciones Unidas y nos hemos callado.  Hoy estamos en medio de la destrucción total de Palestina y su pueblo, pero las voces de obispos siguen siendo débiles frente a nuestros gobiernos.   Esto ilustra que callarse (doblegarse) durante mucho tiempo ante la injusticia en todas sus modalidades, dificulta ahora levantar la voz.  Sin embargo desde abajo en la Iglesia tenemos la responsabilidad de dejar oír nuestra voz, de hacer acciones concretas en solidaridad con “los crucificados” y crear nuevos espacios de ensayo del mundo nuevo.  No  tengamos miedo.

Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  de Mons. Romero durante la eucaristía de la Fiesta del Bautismo del Seño, el domingo 14 de enero de 1979.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo IV,  Ciclo B, UCA editores, San Salvador, p 171.

[1] “Todavía se desconoce que Modernidad y Colonización son las dos caras de la misma moneda. Y que, por lo tanto, la Colonización es constitutiva de la Modernidad y no un fenómeno derivado de la misma.   El protagonismo moderno de Europ, cuya cima se dio, siglos después, en la Revolución Industrial, se consolidó gracias a dos actividades típicamente colonialista: el saqueo de los bienes naturales, metales preciosos y especies de alto valor por unidad de peso, y la explotación del trabajo forzado de negros traídos de afuera como esclavos y de indígenas, reducidos a la servidumbre.  (…..)   La conquista y explotación violentas del “nuevo mundo” no solamente precede históricamente a la constitución de Europa, sino es condición, sine qua non, para la imposición de la misma, como protagonista del primer patrón del poder internacional: capitalista, colonial, euro-céntrico, racista, patriarcal.”    Sinivaldo S. Tavares,  Procesos decoloniales: raíces, recorridos y horizontes.  En  Susurros del Espíritu. Densidad teologal de los procesos de liberación, 2023, Amerindia,  p. 692 - 693

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