Iluminando la realidad de nuestra historia, de nuestra vida.
| Luis Van de Velde
En la introducción a la parte donde Mons. Romero comparte su experiencia de la vida de Iglesia arquidiocesano nos dice:
“Yo quiero detenerme aquí, porque si estos – nuestras vidas, la historia de nuestro pueblo – son los caminos concretos por donde Dios está saliendo hoy, en 1978, a salvar a los salvadoreños, es necesario conocer estos caminos. Es mi preocupación de que esta predicación del Evangelio no se desencarne, que la predicación de este domingo ilumine las realidades de nuestra semana. Y esto que hago yo aquí, desde una perspectiva bien incompleta, porque nuestra historia es mucho más compleja y cada familia y cada uno de nosotros, como individuo, tiene su propia historia, aquí no hago más que poner un ejemplo de cómo tenemos que hacer un esfuerzo por meditar la palabra de Dios: iluminando la realidad de nuestra historia, de nuestra vida. Cada uno, cada familia, tiene que iluminar la historia de propio hogar, de su propia conciencia en la luz del Evangelio, que es la única que ilumina y salva.”
Mons. Romero recuerda hoy una de las tareas más importantes de la Iglesia: meditar la Palabra de Dios como iluminación de la realidad de la vida (personal, familiar, comunitaria, nacional, e internacional), es decir la historia concreta. Dios se acerca a la humanidad por los caminos de la historia. No nos habla desde las alturas. No interviene con acontecimientos espectaculares (milagrosos). No nos llama por teléfono o por video llamada para enviarnos un mensaje personal. No se revela en la voz de gobernantes que en un show político dicen consultar a Dios o que se creen la voz divina del cristianismo en su país. Es en los mismos acontecimientos en nuestra vida y en nuestra historia que Dios está comunicándose a nosotros. Pero en vista de que esos acontecimientos son muchas veces confusos, contradictorios, no esperados, cuestionadores, a veces envueltos en mucho dolor y temor, necesitan iluminación para descubrir perspectiva, para discernir la fuerza de salvación y el aliento de Dios que esté presente.
Esta es una tremenda misión profética: discernir (humilde y honestamente) lo que Dios quiere decirnos a cada uno/a, a cada pueblo, a la humanidad entera en y a partir de los mismos acontecimientos de la vida. Mons. Romero dice que su preocupación es que “ esta predicación del Evangelio no se desencarne”, que el Evangelio no sea un mensaje (si quiere piadoso) en el aire, que la “voz” de Dios realmente sea escuchado en todas las circunstancias de la vida.
No es nada fácil discernir esa voz de Dios en la guerra de Rusia contra Ucrania (con el apoyo militar del occidente), en el conflicto (de ya 75 años) entre Israel y Palestina, en la pobreza de tantos millones de personas en el mundo,… El A.T da testimonio de profetas al servicio de los reyes, tanto en Israel y Judá, como en sus países vecinos: profetas al servicio de la justificación religiosa de la dominación, explotación, represión. Mientras tanto los profetas cercanos al pueblo que sufre, han sido perseguidos, se desanimaban porque no lograban que el pueblo (y aún menos los gobernantes y líderes religiosos) escuchara la voz del Dios de la Alianza, el Dios que había estado presente en la liberación. Juan el Bautista y el mismo Jesús fueron asesinados por cumplir la misión de ese discernimiento de la Palabra del Dios, del mensaje sobre su Reino. Así también hoy vemos a líderes religiosos y predicadores funcionando como justificadores de sistemas de muerte y otros – perseguidos – actuando y hablando como profetas del Dios del Reino.
Tampoco es fácil discernir esa voz de Dios en las circunstancias y acontecimientos personales, en tiempos de alegría y fiesta, en tiempos de siembra y de cosecha, en tiempos de sequías y de tsunamis, en tiempos difíciles por (graves) problemas de salud (por enfermedad, por la avanza edad), de duelo, de heridas antiguas que no se curan, de conflictos en las relaciones familiares o sociales, … ¿Somos “olvidados de Dios”, “abandonados por Dios”? ¿Qué significa ser verdaderamente “humano” (solidario, fraterno, cercano, “prójimo”, fiel) -imagen de Dios- ante esas situaciones y acontecimientos de soledad, dolor, angustia, desesperación? ¿Quiénes podrán ser la voz humana de la voz de Dios?
Mons. Romero nos explica esta cita que sus homilías pretenden ser “un ejemplo de cómo tenemos que hacer un esfuerzo por meditar la palabra de Dios: iluminando la realidad de nuestra historia, de nuestra vida”. Nos habla desde las alegrías por las experiencias de esperanza y “vida” tanto en el pueblo como en la Iglesia. Pero también nos habla desde las heridas abiertas y sangrientas en el pueblo y en la misma Iglesia. Pone el dedo en las llagas, menciona lo que está prohibido mencionar. El arzobispo meditaba los textos de la Escritura iluminando la realidad y asi, abriendo caminos y nuevos horizontes. Denunciando el atropello y el sufrimiento del pueblo quería consolar a su pueblo, animar a su pueblo, y “en nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo” enseñar los senderos del Dios de la vida. La misma misión tenemos hoy, en cada pueblo y en relación solidaria con los demás pueblos, especialmente ahí donde reina “la muerte”.
Nos pide hacer el mismo discernimiento haciendo el esfuerzo por meditar la palabra de Dios iluminando nuestra vida familiar y nuestra vida personal. ¿No sería que la experiencia nos enseña que no podemos hacerlo solos y que necesitamos a otras personas que nos acompañen, que estén dispuestos a estar en el mismo barro, que quieran escucharnos con todo respeto, para quienes no debemos esconder nada (de nuestras heridas y sufrimientos). Necesitamos a personas de confianza que no se van corriendo, que siempre estarán presentes, que tratan de “animarnos”, darnos ánimo y fortaleza. Son personas que no huyen de nuestras heridas y sufrimientos. Personas que no nos miran desde sus criterios o juicios. Personas que aguantan estar cerca también en el silencio del no comprender y del dolor de otros/as. Esas personas pueden convertirse en la presencia curadora y liberadora de Dios mismo. Son personas que viven el “Yo estaré presente” de Dios mismo. La Palabra de Dios que brota de la realidad y que la ilumina se hace cercanía solidaria. No estamos solos/as.
Para poder iluminar la realidad del camino del pueblo y de la vida bajo la Luz de la Palabra de Dios, hay que estar cerca del sufrimiento (en todas sus formas, en todas sus dimensiones), sentirlo como propio, y a la vez hay que estar cerca del Evangelio, meditarlo sin descanso, escucharlo desde el corazón (la conciencia) donde Dios nos habla. En la caja de resonancia de la realidad (del pueblo y de la vida) que vivimos el Evangelio puede hacerse luz en el horizonte, bastón para el camino, esperanza y fortaleza.
No tengamos miedo.
Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía de Mons. Romero del 10 de diciembre de 1978. Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo IV, Ciclo B, UCA editores, San Salvador, p 53