Las causas de los grandes malestares de nuestra sociedad.
| Luis Van de Velde
“Escuchar a San Pablo que nos dice que las causas de la desunión son obrar por envidia, obrar por ostentación, encerrarse en los propios intereses. (…) Las causas de los grandes malestares de nuestra sociedad. Si se obra por envidia, no hay nobleza. La envidia es ponerle zancadilla al que puede hacer un bien, alegrarse del mal ajeno. Y hay muchas zancadillas ahora, mucha envidia.
Por ostentación…. Queridos hermanos, (…) el Papa[1], hablando hace apenas ocho días, al tomar posesión de la Basílica de San Juan de Letrán, dice: “Estos son el verdadero tesoro de la Iglesia: los pobres. Por consiguiente, deben ser asistidos por los que pueden sin ser humillados ni ofendidos con ostentación de riqueza, con dinero mal gastado en cosas inútiles, en lugar de ser invertido cuando sea posible, en empresas mutuamente ventajosas”. Ven como el Papa ratifica que la Iglesia auténtica no puede ser otra que la Iglesia que se preocupa y siente con los pobres. Los pobres, que verdaderamente representan la presencia del Señor: “Todo lo que hagas a uno de ellos, a mí me lo haces.”
(…) ¿Qué es lo que nos daría la unidad a nuestros grandes problemas de división? San Pablo señala la humildad y el buscar los intereses de los demás. ¡Qué certeras estas indicaciones! El hombre orgulloso, el que no quiere ser menos que nadie, el que quiere estar por encima de todos no cabe en ninguna parte, y por eso con él no caben los demás.. En cambio, el humilde, el que, como nos dice San Pablo hoy, busca en el servicio de los otros su verdadera felicidad.”
Antes de abordar estas tres causas de los grandes malestares de la sociedad es importante recordar que también Monseñor Romero ha dado mucha importancia a señalar “el pecado estructural”. Martín Gelabert Ballester[2] escribe: “Lo que hacen algunos individuos termina convirtiéndose en una estructura dañina cuya influencia va más allá de lo individual. Esa estructura hay que calificarla de “pecado estructural”. Esa expresión la utilizaron las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla. Por su parte, Juan Pablo II, en su encíclica Sollicitudo rei socialis, habló de “mecanismos perversos” que condicionan nuestro mundo, cuyas causas no son únicamente económicas y políticas, sino también morales. Juan Pablo II calificó a estas causas morales de “estructuras de pecado”. Sin duda, los individuos influyen, para bien y para mal, en lo económico y lo político. Pero también, sin que nos demos cuenta, lo económico y lo político influyen en la conducta, muchas veces negativa, de los individuos.”
Podemos ubicar lo señalado por Mons. Romero dentro de esas causas morales. Son actitudes y acciones personales que se estructuran en el funcionamiento de una sociedad. Y esas estructuras de pecado tienen una tremenda influencia sobre el pensar, el sentir y el actuar de las personas, alimentando y fortaleciendo las actitudes y acciones personales. Así hemos entrado en círculos viciosos.
“Si se obra por envidia, no hay nobleza. La envidia es ponerle zancadilla al que puede hacer un bien, alegrarse del mal ajeno. Y hay muchas zancadillas ahora, mucha envidia.” Tradicionalmente la Iglesia menciona la envidia como uno de los pecados capitales. Comparamos lo que otros son, tienen, logran, gozan, pueden permitirse, …. y la semillita de la envidia despierta: ¿Por qué yo no? Crece hasta ya no aguantar y nos inventamos “revancha”: tratar de hacer un daño al otro para que tenga obstáculos en su camino, para que tenga fracasos, para que pierda. Somos muy creativos en inventar “zancadillas”. Quien tiene más poder (económico, social y político) podrá poner mayores zancadillas para sus rivales. ¡No permitiré que ese fulano siga así! No pocas veces sucede que frente a iniciativas de bien, gente envidiosa trata de impedirlas. La persona envidiosa “se alegra del mal ajeno”.
Mons. Romero denuncia la ostentación de la riqueza y el lujo como una de las causas del malestar de la sociedad. Son expresiones de sistemas injustos que provocan tanto dolor y llanto, tanta hambre y miseria. La voz profética de la Iglesia que denuncia con valentía no suena con claridad. El grito del Papa Francisco no es retomado con audacia profética en las iglesias locales. Hay más temor por “molestar” al que tiene poder y riqueza, y menos preocupación por estar alejado de quienes sufren “hambre y sed”.
Frente a la ostentación, el arzobispo recuerda un pronunciamiento del nuevo Papa acerca del lugar de “los pobres” en la Iglesia. “Estos son el verdadero tesoro de la Iglesia: los pobres”. Y añade “Los pobres, que verdaderamente representan la presencia del Señor”. Uno de los escándalos del mundo es la enorme distancia entre la riqueza ostentativa de pocos y la pobreza (muchas veces escondida) de las mayorías. En cada continente y en cada país se puede ilustrarlo fácilmente. No hace falta dar números o enseñar fotos o videos. Nadie puede decir que no se da cuenta. En esa realidad la Iglesia está ante el tremendo desafío de encontrarse con “el Señor” en el rostro de las y los pobres. Él nos abrirá la puerta si llegamos a “las casas de cartón y de unas láminas oxidadas”, nos mirará desde las calles donde está sentado porque “no hay lugar para Él en la sociedad” y nos hablará. En cada país, en cada pueblo o ciudad, en cada ambiente “las y los pobres” tendrán rostros propios y ahí “el Señor” nos mira , nos habla y nos desafía: ¿Estás dispuesto/a a seguirme y a encontrar tu felicidad en la presencia y lucha solidaria con las y los pobres? Esto es la novedad radical del Evangelio: Dios se hace presente en las y los pobres, escucha su grito por la injusticia que sufren y ofrece la oportunidad de colaborar en la construcción del Reino bajo la condición de ir al encuentro con familias más pobres que la nuestra. Jesús ha vivido ese camino. De cada miembro de la Iglesia, de cada “pastor” o ministro eclesial debemos esperar que viva una vida sencilla cercana a la gente “pobre”. Nadie podrá entender nuestra confesión de fe en el crucificado resucitado, si no vivimos y trabajamos muy cercanos a la gente “herida y vulnerable”.
Una tercera experiencia humana causante de malestar social es: “El hombre orgulloso, el que no quiere ser menos que nadie, el que quiere estar por encima de todos no cabe en ninguna parte, y por eso con él no caben los demás.” Para el orgulloso las otras personas no importan. Mira a si mismo y enaltece su ego. Considera que es el mejor, que es el único, que es el más capaz, que es la estrella,…. Ese tipo de orgullo es expresión de su egoísmo: solo yo y los demás no me interesan. Con esa mentalidad y actitud solo se fortalece un sistema corrupto e injusto. Lo contrario es la persona humilde, la “que busca en el servicio de los otros su verdadera felicidad.” Esta dinámica original del Evangelio está en oposición total al sistema actual en que vivimos. La persona humilde no se motiva por lograr más y obtener más y acumular más y viajar más y gozar más,…., sino busca su profunda felicidad sirviendo a otros, en la actitud misericordiosa, en el apoyo solidario a otros que lo tienen más difícil. La felicidad de otros es su felicidad.
Es muy probable que reconozcamos en nosotros rasgos y tendencias tanto de la colaboración con el fortalecimientos de los malestares de la sociedad, como de servicio humilde, de solidaridad con las y los pobres, alegrándonos con la felicidad de otros. Tomemos conciencia para poder controlar y combatir los primeros y para fortalecer la conducta evangélica. Así nuestro testimonio de vida será el mejor anuncio del Evangelio de Jesús. No tengamos miedo.
Reflexión para domingo 1 de octubre de 2023. Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía durante la eucaristía del 26 domingo ordinario, ciclo A , del 1 de octubre de 1978. Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo III, Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p 295
[1] Homilía de Juan Pablo I, 23 de septiembre de 1978.
[2] http://www.dominicasanunciata.org/noticias/estructuras-de-pecado/