Francisco, Benedicto XVI y el esplendor de la verdad

Francisco, Benedicto XVI y el esplendor de la verdad
Francisco, Benedicto XVI y el esplendor de la verdad

Más allá de determinados sectores e ideologizaciones de la fe, como también hicieron con respecto a San Juan Pablo II, Francisco ha continuado y profundizando con su ministerio el magisterio doctrinal y moral de San. Pablo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI sin rupturas ni oposiciones.

Recientemente, en el reconocimiento que lleva su nombre, Benedicto XVI fue elogiado una vez más por el Papa Francisco: como “ejemplo de una búsqueda de la verdad en la que la razón y la fe, la inteligencia y la espiritualidad, están continuamente integradas.… Agradecemos la enseñanza y el ejemplo que nos ha dado al servir a la iglesia reflexionando, pensando, estudiando, escuchando, dialogando, orando, para que nuestra fe permanezca viva y consciente a pesar de los tiempos y de las situaciones cambiantes” (Francisco). A su vez, Benedicto XVI ya había manifestado que “el Papa Francisco es un hombre de profunda formación filosófica y teológica, por tanto, hay que ver la continuidad interior entre los dos pontificados”.

Efectivamente, más allá de determinados sectores e ideologizaciones de la fe como también hicieron con respecto a San Juan Pablo II, Francisco ha continuado y profundizando con su ministerio el magisterio doctrinal, moral y social de San Pablo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI sin rupturas ni oposiciones. Solamente hay que conocer, estudiar e investigar la obra y enseñanza de dichos Papas con sus encíclicas, exhortaciones apostólicas o demás magisterio para mostrar, con honestidad académica e intelectual, dicha continuidad y convergencia de los sucesores de Pedro. Por ejemplo, ahora que celebramos su decimos aniversario, en “Caritas in veritate” (CV) Benedicto XVI pone las bases y principios del desarrollo humano integral, que Francisco actualiza y ahonda en “Laudato si” (LS) con su enseñanza de la ecología integral. Y donde es continuamente citada CV, junto al resto del magisterio moral y doctrina social de los Papas mencionados.

No puede ser de otra forma, ya que guiados e inspirados por El Espíritu que habita en la cátedra de Pedro, como les encomendó el Señor Jesús (Lc 22, 32), los Papas tienen como misión confirmar la fe y moral revelada en la Palabra de Dios. Tal como es transmitida en la Tradición y Magisterio de la iglesia con los Obispos de Roma, para asegurar la comunión en el colegio episcopal y en todo el pueblo de Dios. De esta forma, junto a Benedicto XVI, Francisco afirma: “en la exhortación apostólica Evangelii gaudium me referí al relativismo práctico que caracteriza nuestra época, y que es «todavía más peligroso que el doctrinal»… Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites…?” (Francisco, LS 122-123). De ahí que constantemente Francisco en su magisterio haya impulsado, en términos de Benedicto XVI, los “valores fundamentales como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables (SC 83).

Tanto en LS, como ya en programática Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” (EG), Francisco nos muestra esta ecología integral con su bioética global que cuida la vida y dignidad de la persona en todas sus formas, dimensiones o aspectos; promoviendo la justicia social-global con el grito de los pobres y ambiental ante el clamor de la tierra, junto a la ecología humana que protege a la familia y las culturas con su sabiduría popular.

Para Francisco esta defensa de la vida humana, con su inicio desde el momento de la concepción-fecundación, y de toda la naturaleza es “una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, y no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión… El ser humano es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno… Esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo” (Francisco, EG 213-214). “Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad -por poner sólo algunos ejemplos-, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona” (Francisco, LS 117).

De la misma forma, Francisco transmite la enseñanza antropológica y afectiva-sexual que se realiza en el amor fiel de un hombre con una mujer, para conformar el matrimonio y la familia con la apertura a la vida, a los hijos, a la solidaridad y al bien común. Citando al Papa emérito, Francisco afirma: “decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo». En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»” (LS 155).

Desde esta enseñanza de la tradición-magisterio de la iglesia, con su ley moral y natural sobre la afectividad, el matrimonio y la familia que Francisco asimismo transmite claramente en “Amoris laetitia” (AL 292), el Papa argentino enseña que «de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio; con el proyecto de Dios en toda su grandeza. Es preciso alentar a los jóvenes bautizados a no dudar ante la riqueza que el sacramento del matrimonio procura a sus proyectos de amor, con la fuerza del sostén que reciben de la gracia de Cristo y de la posibilidad de participar plenamente en la vida de la Iglesia» (AL 307).

Con respecto al principio del bien común, como ya apuntamos, tanto en Benedicto XVI como en Francisco, que igualmente en esta clave esencial cita al Papa alemán, hay una clara opción por los pobres fundamentada cristológicamente. Esto es, la pobreza de Cristo y de todo cristiano para manifestar el verdadero amor fraterno, una autentica solidaridad y justicia con los pobres; y, en este sentido, salvarnos liberadoramente de los ídolos de la riqueza-ser rico, del tener y poseer. Benedicto y Francisco promocionan los principios del bien común: el destino universal de los bienes, la justicia distributiva y social de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad; el trabajo decente con sus derechos como es un salario junto, que está antes que el capital, que todo beneficio y ganancia. Un desarrollo humano e integral, con el cuidado de esa casa común que es el planeta tierra y la paz, en contra de la destrucción ambiental, de las guerras y de toda violencia.

Benedicto XVI y Francisco enseñan así la inherente dimensión social y publica del amor en toda esta verdad moral, la caridad política que es inseparable del compromiso por la justicia y pretende el bien común más universal, la globalización de la solidaridad y la civilización del amor. En esta línea han comunicado, muy acertadamente, la necesidad imprescindible de una autoridad mundial ética y política para este bien común global, en contra de todo nacionalismo insolidario y extremo, populismos o demás totalitarismos. Ellos nos enseñan este amor compasivo y misericordioso de Dios que nos libera integralmente de todo pecado personal, social y estructural, las causas estructurales (estructuras) del mal, pecado, pobreza e injusticia.  Por tanto, como se puede observar hasta aquí, la iglesia con nuestros queridos Papas: nos transmiten ese esplendor de la verdad en sus claves antropológicas, principios éticos firmes y valores morales sólidos que han de conformar la conciencia moral, social y cristiana; para oponerse pues a todo este mal intrínseco que va en contra de la vida y dignidad, e irnos liberando de todo mal, pecado e injusticia. Gracias a Dios y a ellos por todo este humanismo integral con la belleza de la verdad humana, moral y espiritual-teológica.

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