El cardenal de México cumple 20 años al frente de la archidiócesis Norberto Rivera pide perdón a los que "ha ofendido o decepcionado"

(Guillermo Gazanini, corresponsal en México).- Estaba sonriente, agradecido el cardenal Norberto Rivera Carrera. Justo en ese momento, veinte años atrás, le era entregada la Cátedra por su predecesor quien gobernó durante diecisiete años. Quizá nunca hubiera imaginado ese momento cuando, a los 53 años, Juan Pablo II lo designó para ser sucesor de Fray Juan Zumárraga. Hoy con 73 años, el Arzobispo Primado de México tuvo la oportunidad de reflexionar e inspeccionar, de ver lo sembrado y qué será cosechado en el futuro.

Norberto Rivera Carrera es un hombre controvertido y, por muchos señalado y odiado. En su mismo clero existen las divergencias e inconformidades. Esta incomprensión, en gran medida, es consecuencia de medios constructores de la denostación juzgando al cardenal Rivera colgándole la sentencia de culpable por supuestas complicidades, encubrimientos, favoritismos, abandonos y errores. En estos años de su ministerio ha sido perseguido y calumniado de tal forma que la Iglesia es vista como gran aparato de complicidades y conspiraciones, mafia de rufianes protegidos por personajes de muy altas influencias y poder.

He tenido la oportunidad de intercambiar algunas palabras con el Arzobispo Primado de México. La primera de ellas en 1995. Recién llegado a la Arquidiócesis, me acerqué a él y me correspondió al haberle entregado un estudio jurídico en materia de libertad religiosa revisándolo con interés y ánimo. Otras veces me mostró su apoyo cuando, al presentarle dos obritas sobre la visita del Papa Benedicto XVI, respaldó las ediciones con igual número de cartas firmadas de su puño y letras agradeciendo esos subsidios y animando a trabajar por la difusión de la palabra del Papa.

La última vez me encomendó un par de asuntos sobre la constitución del Consejo Ecuménico de México ante la Dirección de Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación. Todo eso habla de un hombre dispuesto a soportar las iniciativas siempre que las cosas den señales de construcción y aprecio por la Iglesia y tender puentes más fuertes conforme las exigencias de la evangelización. Lo percibí en sus visitas pastorales cuando atiende y escucha directamente a los alejados. Ante su clero ha confortado y amonestado generándole no pocas incomprensiones.

En veinte años, como afirmó en la homilía dominical, tuvo descalabros y errores. Poco a poco, el Arzobispo de México confirmó que quienes actuaban con supuesta buena fe en realidad fueron deshonestos por jalar agua a su molino. En pocas palabras, no puede negarse que muchos se colgaron de la sotana cardenalicia para valerse de su persona y sacar jugo a sus ambiciones y delitos antes que procurar el bien de la Iglesia. Y el Arzobispo, como cualquier ser humano responsable de una comunidad, aprendió de los errores. Sólo el paso del tiempo, en la séptima década de vida, con toda la sabiduría que cualquier ser humano esté dispuesto al llegar a la ancianidad, acrisolan el espíritu para saber lo que hay que corregir y enmendar, pedir perdón y entregar misericordia.

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